La literatura de la escritora mexicana Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) está marcada por la errancia, por ese deambular de geografías, realidades, imaginarios, géneros literarios (novela y ensayo) e idiomas (inglés-español); también está determinada por dos obsesiones: el registro de lo cotidiano y el paso del tiempo. “Me interesa el registro de lo cotidiano y la manera en que ese registro de lo cotidiano va articulando una sensación particular de cómo vivimos el tiempo”, asegura la narradora en entrevista desde Nueva York, ciudad en la que vive desde hace casi 15 años.
Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y doctora en Literatura comparada por la Universidad de Columbia, Luiselli, ha sido traducida a más de 10 idiomas y recibido reconocimientos, como el Dublin Literary Award 2021 por Desierto sonoro, y el American Book Award 2018 por Tell me How it Ends an Essay in Forty Questions (Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas, su título en español).
El año pasado se convirtió en la primera autora latinoamericana en depositar un manuscrito inédito —The force of resonance (La fuerza de la resonancia)— en la Biblioteca del Futuro, en Oslo, Noruega, que será publicado en 2114, junto con la obra de autores como la canadiense Margaret Atwood y la surcoreana Han Kang, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024.

Este 2025, tras cinco años de trabajo continuo, Valeria Luiselli acaba de terminar su nueva novela: Principio, medio y fin, que escribió en inglés en medio del nacimiento de su segunda hija y de su estancia de dos años en Cambridge, Massachusetts, para dar clases en la Universidad de Harvard, y que ahora reescribe en español y que saldrá a finales de este año o inicios de 2026 en ambas lenguas.
La también autora de Papeles falsos (2010), Los ingrávidos (2011), La historia de mis dientes (2013), Los niños perdidos. Un ensayo en cuarenta preguntas (2016) y Desierto sonoro (2019) habla de su nueva novela, la cual explora los dos extremos del arco de la memoria.
Por un lado se plantea ¿cómo formamos memoria a través de la narrativa de nuestras vidas?; y por el otro se pregunta ¿cómo afrontar la pérdida de la memoria y cómo es la experiencia de personas que van envejeciendo y perdiendo contacto con sus memorias?
Su proceso creativo, lento y meditado está marcado por su experiencia de vida —hija de un diplomático, vivió su infancia en Ciudad de México, Costa Rica, Corea del Sur, Sudáfrica e India—, por la influencia de su abuela y su madre —la primera trabajó con comunidades indígenas y la segunda luchó con el Ejército Zapatista—, por la maternidad, el feminismo y su activismo con la comunidad hispana en Estados Unidos. Ha sido traductora en la Corte de Nueva York para la defensa de los niños inmigrantes centroamericanos y ha dado clases de escritura a adolescentes indocumentados en centros de detención, proyecto que quiere retomar este año.
¿La errancia y el mundo que has visto y vivido marca tu literatura?
La constante que yo veo en mi trabajo desde que empecé a escribir hace 20 años, más o menos, desde que me lancé a la escritura sabiendo que eso es lo que quería hacer de mi vida y con mi vida, es que, para mí, cada libro empieza por un proceso de búsqueda muy marcado siempre por una serie de preguntas que me inquietan, que me atrapan, que me importan y me lanzo sin saber nunca a dónde voy a ir ni cómo voy a llegar, quizás es una marca de la persona errante, de quien se fue de casa y nunca vuelve a llegar del todo, que pasa el resto de su vida buscando caminos a casa.
Cada libro ha sido así, ha sido un proceso en donde siento que tengo que volver a aprender y reinventar la forma particular de ese libro. Es como si olvidara por completo cómo se escribe después de terminar un libro y donde tengo que volver a empezar y volver a aprender y andar mucho tiempo a tientas en la oscuridad hasta que aquello que voy escribiendo, muy poco a poco, va tomando forma.
¿Tu proceso es largo y muy meditado, pasa por tu conciencia?
Escribo a diario, todos los días, y escribo casi siempre en tramos cortos; labro muy cuidadosamente cada párrafo, no soy una escritora torrencial, mi paso es más el de la caminata y durante mucho tiempo solamente escribo notas, notas y notas y notas sin saber muy bien cómo se van a ir articulando en historias. Surge la forma de una historia mucho tiempo después.
¿Tus libros son una constante indagación sobre los temas que te obsesionan?
Mi obsesión, como la de muchos novelistas, es cómo articular el tiempo y la sensación del paso del tiempo. Y se desprenden de esa obsesión muchas preguntas, muchas curiosidades. En la novela que por fin terminé después de cinco años la pregunta que lo rige todo tiene que ver con los dos extremos del arco de la memoria, sobre cómo formamos memoria a través de la narrativa de nuestras vidas y cómo es la experiencia de tantas personas que van envejeciendo y perdiendo contacto con sus memorias. A mis 41 años estoy a la mitad de la vida y es la década en la que estás viendo a tus hijas crecer y conformar su memoria y su narrativa del mundo y al mismo tiempo estás viendo a tus padres envejecer, es un lugar muy cargado de vida.
¿En esta novela eres la narradora detenida entre dos caminos?
Sí, es como un lugar de observación muy liminal, muy de medio camino, con todas las incertidumbres que eso conlleva. Esta novela la terminé en inglés y ahora estoy reescribiendo yo misma en español. Mis procesos de escritura han cambiado mucho a medida que voy madurando, voy entendiendo mi relación con la escritura de un modo distinto, siento que de joven tenía un proceso mucho más extractivo, me exprimía, y estos años han sido años de restablecer una relación más recíproca y más amorosa con la escritura, menos extractiva.
¿Escribes de las preguntas que te genera el proceso de vida?
A partir de la investigación de lo cotidiano, del léxico familiar, de las conversaciones entre madres, hijas, abuelas, ir construyendo poquito a poquito, pedacito en pedacito, temas más grandes, temas que nos ocupan, temas como la pérdida de la memoria o el ejercicio de imaginación. Creo que el paso del tiempo se siente distinto y hay una sensación de fin del mundo, de catástrofe, de algo inevitable a lo que estamos asomándonos, como en una orilla. Y dentro de esas preocupaciones, una de las que más me atañe y me importa es la pregunta por la escritura misma, la pregunta por el papel de la ficción en nuestras vidas.
¿Cómo es tu relación con Nueva York?
Nueva York es una especie de lugar de cruce de caminos, es un lugar de paso para muchos y un lugar donde confluyen los dos idiomas míos, en los que pienso, vivo y trabajo, el inglés y el español, y es un lugar que me ha permitido estar no lejos de México. Me puedo subir a un avión y en 4 horas y media estoy en el Valle de México, que es mi casa. Nueva York es muy mi casa, muy mi ciudad, aunque ya soy gringa y tengo el pasaporte gringo, nunca nunca me voy a dejar de sentir extranjera aquí, y nunca voy a dejar de sentir que mi corazón es absolutamente chilango.
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¿Una ciudad que te acercó a la migración hispana y más en este momento con el regreso de Trump a la presidencia?
Uno de los motivos más potentes de mi vida aquí es poder ser útil para comunidad hispana; mucho de mi trabajo escrito investiga, piensa, dialoga, empuja en la dirección de un acercamiento más profundo del mundo hispano, y también mi trabajo como activista muchos años ha estado dedicado a generar espacios comunitarios para las personas, no solo migrantes, sino en particular migrantes indocumentados que están en la situación más vulnerable.
¿Otro interés y actividad está en el feminismo que hay que seguir conquistando cada día?
Es una lucha cotidiana. El feminismo en México y en América Latina en general, me reeducó a mí porque crecí en un mundo muy machista, pero muy ciega ante las cosas, como muy pasiva en mi aceptación de muchas estructuras. Y siento que fue el trabajo que se ha hecho desde siempre, pero que resurgió con mucha intensidad en México y en América Latina hace unos años el que me reeducó por completo en mi visión del feminismo, me siento muy en deuda con las feministas en México por mi reeducación y por darme un par de zapes para que despertara.
¿Qué acciones mantienes?
Luego de ser traductora en la Corte, encontré un propósito profundo al dar clases de escritura en centros de detención para adolescentes indocumentados. Lo dejé un tiempo porque me fui dos años, tuve una hija y estuve en la crianza intensa, me fui a dar clases en Harvard y apenas regresé a Nueva York hace unos meses y de lo que más tengo ganas es de volver a armar esos talleres. Creo que la escritura misma es una forma de generar comunidad, de generar tejido entre las personas, nuestras vidas están completamente regidas por la narrativa, es decir, cómo nos contamos nuestra propia historia determina por completo la manera en que vivimos.