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El compositor Mario Lavista fue una de las figuras protagónicas de la música mexicana de nuestro tiempo. La vanguardia, la búsqueda estética alejada del nacionalismo tradicional y la música religiosa son sólo algunos de los intereses que definieron su quehacer musical.
El compositor alguna vez declaró que el músico que deseara fama y popularidad tendría que seguir las reglas del juego. Él nunca las siguió, por el contrario, desde que en 1966 estrenó su obra "Monólogo", huyó del modelo dominante, encontró su lenguaje e impuso sus propias reglas.
Horacio Franco, el cuarteto latinoamericano (de recién formación), Mario Lavista y María Elena Arizpe. Foto: Especial
"Si yo hubiera estado interesado en el éxito me habría fijado en cuál es el gusto del público, qué es lo que más aplauden y nunca he pensado en eso. Esto no quiere decir que yo quiera hacer música que no guste, compongo para un par de oídos y me encantaría que mi obra le dijera algo a una persona, que le hablara a su corazón o a su cerebro o a lo que sea. A mí en el onanismo musical me tiene sin cuidado, ni la idea romántica de que se escribe para el futuro. Yo escribo música para ahorita. Además, qué difícil saber lo que le gusta al público, es un tema para los sociólogos", dijo en 2013 a EL UNIVERSAL .
Con “Canto del alba”, de 1979, se volcó hacia la vanguardia. "Logré escucharme con mayor fidelidad. A partir de 'Canto del alba' comencé a trabajar estrechamente con los intérpretes porque me volqué hacia el estudio y la experimentación de lo que se llama Nuevas técnicas instrumentales, que es tratar de emplear en el proceso compositivo todas las posibilidades que nos ofrecen los instrumentos tradicionales, que la tradición rara vez contemplaba", dijo el música en 2013.
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La muerte de Raúl Lavista fue el detonante para que iniciara en la música religiosa. "La muerte de Raúl fue una catástrofe para mí. Lo quise mucho, casi vivía en su casa y quise rendirle un homenaje que resultó ser un Lamento, que es una forma religiosa, pero fúnebre, que se remonta al siglo XIV. Era un género que se empleaba para honrar a otros músicos, cuando uno moría, otro le componía un Lamento".
Alumnos del Taller de Composición: Lucero Gómez, Carlos Chávez, Bárbara Chasson de Mata, Otilia Ortiz de Chávez, y de pie, Juan Roldán, Héctor Quintanar, Mario Lavista, Eduardo Mata y Jesús Villaseñor. Foto: Especial
Para Lavista la música de nuestro siglo "señala sin cesar nuevas fronteras -todas ellas, paradójicamente, definitivas, pero al mismo tiempo siempre cambiantes- e inaugura insólitas e inesperadas maneras de hacer música".
José Emilio Pacheco
, en la ceremonia de ingreso Lavista a El Colegio Nacional en 1988, en su palabras de salutación, indicó el músico era una gran figura internacional "en un momento en que han desaparecido el interés y la benevolencia con que en otros tiempos se recibieron las producciones artísticas de México. Podría estar donde quisiera. Él ha elegido vivir y trabajar en su país. Es mucho lo que le debemos y nunca se acabará nuestro agradecimiento".
Y añadió: "Todos tenemos algo que aprender de él, de su talento, su sabiduría, su capacidad de trabajo, su afán de innovación constante, su voluntad de dar siempre un paso más y no quedarse nunca en los terrenos ya conquistados".
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Fue distinguido con el Premio Nacional de Artes mexicano y con la Medalla Mozart en 1991; fue creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 1993. Además, destacó como ensayista, conferencista, catedrático y divulgador de la música contemporánea de concierto.
Lavista fundó en 1982 la revista "Pauta", considerada la mejor publicación periódica de música en México, de teoría y crítica musicales.
En 1987 recibió la beca Guggenheim para componer la ópera "Aura", dedicada a Consuelo Carredano . La única ópera que escribió, pese a que es un género que conoció como pocos.
Mario Lavista y Javier Álvarez. Foto: Especial
"Cuaderno de viaje", fue la primera obra que la coreógrafa Claudia Lavista creó sobre siete obras con el mismo número de piezas del compositor Mario Lavista. En su estreno contó con la interpretación musical en vivo del ensamble de percusiones Tambuco, Bozena Slawinska en el violonchelo, Carmen Thierry en el oboe y Alejandro Escuer en la flauta.
Algunas de sus obras son Reflejos de la noche (1984) Tropo para sor Juana (1995), Octeto y Natarayah (1997), Siete invenciones (1998), Trompo y sonajas (1999), Elegía a la muerte de Nacho (2003), Salmo (2009), Adagio religioso (2011) y Requiem para Tlaltelolco (2018).
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Fue profesor del Conservatorio Nacional desde 1970, sus alumnos, de múltiples generaciones ya que constituyen la mayoría de los mejores compositores de México. Entre ellos destacan Gabriela Ortiz, Hilda Paredes, Hebert Vázquez, Javier Álvarez, Jaime Cortez, Ricardo Risco, Ana Lara, Jorge Ritter y Armando Luna.
Mientras que entre sus intérpretes destaca el Cuarteto Latinoamericano, Tambuco y solistas como Alejandro Escuer, entre muchos otros.
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