En enero de 1921, , mejor conocido como, ofreció una conferencia en la donde compartió su visión sobre el arte y el lugar que ocupaba en la sociedad en aquel entonces.

Sus ideas, que en su mayoría tienen un tono pesimista, podrían considerarse aún vigentes 102 años después, como por ejemplo “El arte no tiene, en nuestro tiempo, importancia, porque los hombres sólo se ocupan de buscar dinero… y de matar”.

Tras la muerte del Dr. Atl, enfermeras y doctores le rindieron tributo
Tras la muerte del Dr. Atl, enfermeras y doctores le rindieron tributo

El Doctor Atl conferencista

20 de enero de 1921

Juan del Sena (José D. Frías)

Fueron dispuestas algunas bancas, muchos banquillos frente a la estatua de uno de los Médicis, en el patio de la Escuela de Bellas Artes. Los que iban a escuchar tomaron asiento, y un hombre de tipo singular, detrás de una mesa donde había colores, de su invención comenzó a hablar sobre “Las artes del dibujo en el último periodo de la civilización burguesa”.

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Dijo entre otras cosas lo siguiente:

“Éste es un tema no para una conferencista sino para una serie de conferencias…”.

“Llamo último periodo de las artes del dibujo al que viene de la segunda mitad del siglo pasado a nuestros días…”

“En Génova nació el ‘rascacielos’, que es lo mejor encontrado de la arquitectura de Estados Unidos, el pueblo por excelencia industrial, y cuyos edificios son tan bellos, tan dignos de admiración, tanto desde el punto de vista estético como desde el punto de vista de la estabilidad y de la economía; tan admirables como esos montones de piedras que se llaman las Pirámides, (...)”

“Todas las manifestaciones pictóricas, en todo el mundo, son hijas de la tendencia pictórica francesa…”

“Después de la guerra, el pensamiento está aletargado; un desastre terrible cayó sobre la humanidad que no sabe lo que hace… Y hablar de arte en estos momentos es absurdo”

“El arte no tiene, en nuestro tiempo, importancia, porque los hombres sólo se ocupan de buscar dinero… y de matar”

“La Iglesia no nos ha dado nada artístico después del Renacimiento”.

“Los burgueses no saben comprender el valor de los cuadros que compran… los obreros no han tenido tiempo de enterarse de esos valores artísticos urgidos para salvar las dificultades que los problemas sociales en el seno de quienes viven les suscitan a cada paso…”

Son fragmentos de su conferencia, como lascas del discurso en que a veces el acento trémulo de persuasión llegó hasta los más secretos seguros de la inteligencia y del corazón, para hacer fecunda la obra del artista apóstol.

Aquel hombre, que ni es de aventajada estatura ni tiene ademanes de grandilocuente orador, crecía muchos codos al proclamar su credo artístico, y los que le escuchaban comprendían que aquel varón tenía en los labios la verdad.

Es Gerardo Murillo un pintor que hace mucho tiempo encadenó la celebridad a sus carabelas; aun cuando navegaba en mares de política turbia, de los cuales no quiero hablar, porque entre muchas otras cosas no tengo deseos de hacerlo.

Largamente halagado por la crítica; dueño de una técnica personal, de una visión propia de los secretos de la naturaleza, aprendió hace muchos años a arrodillarse ante el diario prodigio de una noche llovida de constelaciones. Aprendió a reverenciar con amor, y a interpretar con sabiduría y con emocionado color las paternas cumbres de los volcanes, desde donde pelean las nubes negras de la tierra con las blancas nubes del cielo. Y queriendo ir más allá trabajó –felizmente arrojado de las ondas enfurecidas de la política a las playas tranquilas del arte– en pintar lo que ahora nos da muestra de sus extraordinarias intuiciones de artista sincero.

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Él dice:

“En un periodo de cinco meses he procurado condensar, en forma definitiva, las investigaciones técnicas, las características plásticas emanadas de mi temperamento y organizadas por el estudio, y los principios fundamentales que deben determinar la finalidad de mis esfuerzos en el campo del arte.

“Invitado muy cortésmente por el director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, señor Alfredo Ramos Martínez, expongo los resultados preliminares de esa condensación”.

Descontento de la técnica de colores, o de procedimientos más bien del impresionismo, decidió buscar otros caminos a fin de resolver este problema; “pintar sobre un cuerpo sólido, que extendido sobre una superficie, adhiriese y secase instantáneamente, y asegurase a la pintura el máximum de simplicidad, de luminosidad y de durabilidad, obteniendo al mismo tiempo la división espontánea de los tonos y la posibilidad de ejecutar rápidamente un apunte o de cubrir una muralla…”

Descubrió un conglomerado que es un derivado sólido de los métodos de pintar egipcios y helénicos, y que en Estados Unidos llamaron Atl-Colors.

He aquí cómo explica lo fundamental de su obra:

“Llamo pintura ‘sígnica’ a la deducción rigurosamente lógica de las manifestaciones universales –estáticas o dinámicas– expuesta sintéticamente en forma de signos representativos. Concreción de un análisis profundo, esos signos deben responder a una sensación especial, expresiva y luminosa de la vida.

“Dos manifestaciones inmensamente alejadas –el arte chino y el arte futurista– me han servido de punto de partida para establecer esta nueva modalidad pictórica…

“El conjunto de la exposición representa los resultados definitivos de una nueva técnica; los ensayos pictóricos y gráficos de carácter descriptivo y el principio de una expresión plástica: la pintura sígnica. Esta exposición es sólo un incidente provocado por las cortesías del señor director de la Escuela de Bellas Artes; pero los resultados obtenidos van a ser multiplicados, intensificados, organizados, para ponerlos al servicio de un grande ideal humano…”

He preocupado condensar cuanto ha sido posible, tanto en los apuntes que tomé taquigráficamente de la conferencia como en las notas que desprendo del “catálogo” y que fueron redactados por el doctor Atl.

Lamento extraordinariamente no poder hacer un examen, o una crítica-crítica en el sentido que la entendía Wilde, es decir, como obra de arte, elogiando las obras de Gerardo Murillo; pero era indispensable hacer del conocimiento del público lo que he transcrito.

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