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cultura@eluniversal.com.mx
Madrid, España.— ”Soy un tipo que siempre está tomando notas en cuadernos”, cuenta Jorge Edwards al teléfono desde España, donde pasa gran parte del año. “Estoy mirando mi pieza y veo aquí como cuatro cuadernos”. No queda claro cuánto tuvo que recurrir a sus notas para recordar los episodios y anécdotas que nutren la segunda parte de sus memorias: Esclavos de la consigna (Lumen). Las imágenes y el ritmo incesante de la narración dan para pensar que, así como suele hacerlo entre amigos y en público, Jorge Edwards (Santiago, 1931), el escritor, abogado, diplomático y mujeriego abrió las compuertas y dejó fluir la memoria.
Una memoria prodigiosa que ahora se ha enfocado en los años 50, 60 y los 70, tanto en Chile como en los países en los que le tocó vivir, primero como estudiante de posgrado en la Universidad de Princeton, Estados Unidos, y luego como diplomático, en Francia y Perú. Años en los que también viajó a Brasil, Suiza, Checoslovaquia, Suecia, Alemania... y que culminan con su nombramiento, por el gobierno de Unidad Popular, como encargado de negocios en Cuba, para reabrir la embajada de Chile en La Habana. Esclavos de la consigna parece la “precuela” de su libro Persona non grata (1973) y da nuevas luces sobre esa fallida experiencia.
Pero es mucho más que eso, ya que abarca un período de radicales transformaciones políticas, sociales y literarias. “Era un ambiente de cambio de folio, de celebración de una literatura nueva, de descubrimiento de América en sus nuevas generaciones literarias, y de redescubrimiento de las no tan nuevas”, escribe Edwards. Años en los que conoció e hizo amistad con los futuros autores del boom, y en los que vio, un poco antes, a Fidel Castro de visita en Princeton. Años de la Guerra Fría, de una primavera de Praga sofocada por los tanques soviéticos, de adhesiones incondicionales a la Revolución cubana. Años en los que Edwards, ya casado y con dos hijos, combinaba sus tareas diplomáticas con la escritura, las fiestas oficiales y los encuentros amistosos.
Mientras desde su departamento de la Plaza Villa de París ve la tarde madrileña, Edwards vuelve a esos recuerdos, pero también adelanta sus planes: “Quiero reeditar mi libro Temas y variaciones, que son cuentos que yo mismo ordené y seleccioné, y voy a agregar dos o tres”. Uno de ellos tendrá como protagonista a Claudio Arrau. “Me gustan los personajes artistas. Siempre hay un pintor por ahí, un poeta, un pianista, qué sé yo. Y resulta que cuando estuve en París, conocí a tipos importantes del arte y de la música”.
Con ese fin, está leyendo, tomando notas, investigando. “Para poder ser escritor hay que tener una capacidad de entusiasmo y de seguir la pista de un tema hasta el final”, dice. “Yo me meto en los temas, me divierto, investigo, voy a bibliotecas y hago cosas bastante raras, pero me gusta hacerlo, porque así mantengo el interés y la curiosidad en el mundo literario. Acabo de estar en Barcelona, donde hice una conferencia sobre Stendhal: 'Stendhal y la idea de Europa'”.
Así también lo hizo para preparar la conferencia sobre Andrés Bello que dio hace poco en la Real Academia Española y que le despertó una reflexión y un nuevo entusiasmo: "A veces pienso, recordando las historias pasadas, que uno perdió una brutalidad de tiempo. Por ejemplo, yo estudié como tres años de Filosofía en el Pedagógico en esos años en que estudiaba Derecho, y fíjese que ahora que hice esta conferencia me metí en la filosofía inglesa que leyó Bello cuando estuvo en Londres, los llamados empiristas ingleses: Locke, el obispo Berkeley, David Hume. Entonces me dieron ganas de terminar mis estudios de filosofía y de doctorarme. Es un poco loca la cosa, pero me gustaría leer mejor lo que leí entonces. Así que quizás me hago estudiante, no hay por qué tener prejuicios, y si me dan ganas de hacer algo, hacerlo”.
Retomará, además, una novela sobre los amores de Pablo Neruda con Josie Bliss en Birmania, cuando el poeta era cónsul y todavía se llamaba Ricardo Neftalí Reyes. “Hice ficción con esos lugares de un Oriente premoderno y con ese poeta que ya había encontrado su residencia en la lengua y que todavía no salía de su cascarón”. Su título es Oh, Maligna que escribió muy rápido y la dejó descansar mientras se dedicaba a este segundo tomo de sus memorias. “Me gusta escribir rápido, porque esos borradores los paso después al ordenador y los edito. Cuando escribo, no voy cambiando la coma siete veces”.
Viajará a Chile en julio para presentar Esclavos de la consigna y realizar a mediados de agosto la donación de sus manuscritos a la Universidad Adolfo Ibáñez, donde se creará la Biblioteca Jorge Edwards.
—¿Ha buscado la historia o la historia a usted?
—Siempre fui un lector de crónicas, historias, autobiografías, diarios y correspondencia. Ahora, por ejemplo, leo las Memorias de un turista de Stendhal, obra que Albert Thibaudet, uno de los críticos más grandes del siglo XX, recomienda leer por lo menos una vez al año. Y acabo de visitar la ciudad de Grenoble, en los Alpes suizos, en compañía de un pariente cercano franco-chileno, Juan Amunátegui... es decir, he buscado a la historia y a veces la historia me ha dejado arrinconado y atrapado, y a lo mejor he terminado por maltratarla, en mi condición de escritor de la memoria.
La ignorancia de “nuestros políticos”. En el libro, Edwards reconoce la vanidad de los escritores y de él mismo. “En la vida literaria entran en juego poderosos egotismos, palabra de origen inglés utilizada antes que nadie por Stendhal. Sus Recuerdos de egotismo son un clásico esencial del siglo XIX. Es esencial leerlos para entender la formación política, intelectual, cultural de la Francia moderna, la del general de Gaulle, la de François Mitterrand, la de Emmanuel Macron. Nuestros políticos de hoy, en cambio, se vanaglorian de no leer nada. Hay que empezar a despedirlos. Uno de ellos me dijo que no se podía quitar el IVA de los libros porque habría que bajar el IVA de la leche. No vale la pena hablar de la vanidad. Hay que hablar de idolatrías y de mitos mediáticos. Hay que recuperar el silencio, la concentración, la capacidad de atención, de visión crítica, inteligente, reposada”.
Fue la vanidad la que obstaculizó su amistad con Carlos Fuentes, que aparece en el libro. “Tenía una gran ambición, y eso, en su caso, visible, evidente, era una virtud, una fuente de energía, y a la vez un defecto”. Pero también dice que le faltó paciencia, fidelidad, constancia y energía emocional para mantener viejas relaciones. “Perdí amistades por descuido... la amistad hay que cultivarla, limpiarla de piojos y regarla todos los días”.
—¿Con qué sensación se quedó al terminar esta parte de sus memorias, donde se nota un tono más reflexivo, incluso autocrítico?
—Que el tono de los finales sea más reflexivo, más autocrítico, me parece saludable. Y diré que terminé el libro con la sensación de haber hecho una confesión general y sin la convicción de haber recibido la absolución completa de mis pecados. El libro fue sobre todo una disciplina, una experiencia personal, una reflexión más o menos severa, una ocasional diversión, y un juego.
—¿Enfrentó a dilemas sobre hechos y situaciones que antes se había autocensurado?
—Hubo dilemas y hubo momentos de discreción razonable, y momentos de risa socarrona y de miradas a la niebla, a la nada... Entregué en parte la imagen de otro Neruda en Adiós, Poeta....
La ironía y el humor son fortalezas de Jorge Edwards, y las demuestra sutilmente en su libro. “La ironía ha sido un refugio, una forma de residencia”, reconoce.