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yanet.aguilar@eluniversal.com.mx
“No tengo nada porque ya lo di todo”, le dijo Juan José Arreola a su hijo Orso la última vez que hablaron en un espacio de lucidez que le dio la hidrocefalia que lo atormentó los últimos años de su vida. El poeta, narrador, editor, orador, juglar y actor que es considerado el más ecléctico de los escritores mexicanos es objeto de un homenaje por el centenario de su nacimiento, que se cumplirá el próximo viernes 21 de septiembre.
Juan José Arreola nació a las 4:35 de la mañana del 21 de septiembre de 1918, en la casa con el número 77 de la calle de la Montaña, en Zapotlán El Grande, Jalisco. Fue un gran “recitador, charlista inspirado y orador acostumbrado a hablar en público”, como lo describe su hijo Orso en el texto introductorio de Juan José Arreola. Iconografía, que en unos días lanzará el Fondo de Cultura Económica, casa editorial para la que trabajó el escritor como editor, corrector y hacedor de solapas.
“Arreola empezó la carrera de escritor como poeta: antes que escribir prosa de ficción y dramaturgia, escribió sonetos, décimas y cuartetos alejandrinos, es decir, trató de dominar las formas líricas, la métrica y la rima. La capacidad de síntesis y polivalencia de las cláusulas sintácticas, el ritmo secreto y la musicalidad de la lengua le fueron dados a partir de la poesía. La práctica del verso y de las formas cerradas lo disciplinó para que años después articulara cuentos y poemas en prosa, donde el juego, la extrañeza y el desasosiego se conjugan en formas que nos revelan la belleza literaria”, afirma Vázquez.
En el texto “La poesía en verso de Arreola”, que acompaña esta edición de Arreola poeta y acuarelista, Felipe Vázquez asegura que el autor de Confabulario, Bestiario y La Feria siguió escribiendo sonetos hasta 1986, “es decir, la biografía literaria de Arreola empieza y finaliza con la escritura de versos”.
Max Gonsen, jefe de departamento de Educación que tuvo a cargo Perdido voy en busca de mí mismo. Poesía y acuarelas, asegura que algunos de los poemas son inéditos, pero sobre todo son inéditas las acuarelas, que aunque son 11 más un dibujo de unicornio, y fueron hechas en pequeño formato, realmente son un agasajo.
Justo Felipe Vázquez, el estudioso de la obra del escritor, es quien señala: “Juan José Arreola no se propuso pintar de manera profesional, trazar con pinturas el papel fue una suerte de terapia para atemperar su angustia y sus obsesiones, para liberar sus demonios y fantasías”.
Su historia en imágenes. En la Iconografía, en la que se recuperan imágenes inéditas de su infancia y juventud, de sus años como vendedor de zapatos de casa en casa; de su faceta como actor, poeta y maestro de escritores en la Casa del Lago que hoy lleva su nombre, destacan las imágenes sobre su niñez en Zapotlán El Grande, de donde viene el histrionismo que lo caracterizó, heredado de su madre.
Ese libro que contiene más de 150 fotografías, muchas de ellas inéditas, que capturan momentos públicos y privados del poeta, actor y editor mexicano, es descrito por Lizeth Mora, editora de Filosofía y Arte del FCE, como un recorrido gráfico y narrativo por la vida pública y privada de una importante figura de la literatura mexicana del siglo XX.
La Iconografía contiene además del texto introductorio de Orso Arreola, un estudio de Felipe Vázquez y una cronología de Alberto Cué.
“Los tres textos y las imágenes se complementan perfectamente, dan una idea cabal del personaje enorme que es Arreola. No solamente nos quedamos con la parte literaria, sino con la familiar, con este hombre que estuvo muy atraído por una fuerza creadora impresionante; también se nota que fue alguien muy ensimismado. En la Iconografía está una doble vertiente de su personalidad: era muy extrovertido y le encantaba el personaje público; pero había momentos en que le gustaba recluirse y olvidarse del mundo. Estas dos facetas de Arreola son muy claras tanto en las imágenes como en los textos”, señala Lizeth Mora.
Orso Arreola, por su parte, relata en el texto biográfico de su padre que “desde el 11 de noviembre de 1998 permaneció postrado. Por tres largos y dolorosos años tuve que aprender a dialogar con él en silencio y a la distancia. Sólo pude verlo en contadas ocasiones; pero, como si se tratara de un milagro, volví a escucharlo recitar poemas y tuve la fortuna de conversar con él”.
En un retrato muy emotivo que llega hasta sus últimos días, Orso cuenta que hubo veces en que su padre parecía curarse, pero la mayor parte del tiempo quedaba suspendido en la fragilidad de un umbral de conciencia, como en una aurora mental de luces, sonidos y sombras de la que sólo salían por instantes para probarse que estaba vivo.
“Murió de tanto silencio en la madrugada del 3 de diciembre de 2001. Tenía 83 años. Podía haber vivido un poco más, pero la Muerte, ayudada por la Fortuna, le ganó la partida. Recuerdo que la última vez que hablé con él me dijo: No tengo nada porque ya lo di todo”.