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La maestra Isabel pide contactar con la energía femenina: sus alumnas se giran un poco a la izquierda, son más de 20 mujeres; también ellos, unos cinco varones.
La música es new age meditativa y se mezcla con palabras bien colocadas de la profesora: ahora asienten mientras escuchan las frases “compasión”, “amor propio”, “empatía”, “abrirse a la conciencia”.
Es un buen contraste.
Las calles del Oriente de la ciudad se han expandido. La mayoría en el transporte público, por ejemplo, son varones que justo abren las piernas en ángulos obtusos, posiciones de yoga torpes en plena combi.
Las calles y los mercados lucen más vacíos de lo habitual, sólo un poco. De pronto una tortillería decidió no abrir, otro puesto se percibe con menos clientela. El contraste es más visible en los centros culturales.
En el FARO de Oriente no estaba contemplado que acudieran mujeres a impartir clases, pero Isabel Victoria es distinta a sus compañeras talleristas. Sólo ella y otra, ambas maestras de yoga, decidieron dar clase en pleno paro nacional de mujeres.
Algunos talleres del FARO de Oriente no se impartieron por decisión de las profesoras; sólo dos quisieron dar clase durante el paro. JESÚS DÍAZ. EL UNIVERSAL.
La idea fue contrarrestar energías. Dice que para cambiar el mundo se debe sanar individualmente y todas sus alumnas lo creen: “No podemos estar bien si estamos con conflictos dentro”, enfatiza.
No fue una decisión arbitraria: dio la clase por consenso.
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La semana pasada sus alumnas votaron por tomarla. Lo que ocurre es que una de ellas casi no puede ir porque debe llevar a su madre enferma al hospital y otra lo resiente mucho, hasta la depresión, sólo así, recostada meditando, escapa de la rutina.
Foto: Jesús Díaz/ EL UNIVERSAL
Casi todas son mujeres por encima de los 45 años y viven en Iztapalapa, Los Reyes la Paz y Nezahualcóyotl. La mayoría llega en transporte público o caminando, la clase es una forma de encontrar tranquilidad luego de sortear mares de obstáculos. “Esto lo hicimos más meditativo, más trabajar en la empatía, la compasión, porque esto es lo que requerimos en esta sociedad”, opina la maestra. Algunas asienten.
Mientras un segundo grupo de yoga, de casi el mismo número de participantes, toman la segunda clase con la maestra de hata yoga, Isabel Victoria Guerrero. Entonces todo, excepto el Salón escénico, es silencio.
Foto: Jesús Díaz/ EL UNIVERSAL
Las jóvenes que el viernes anterior miraban sus pasos de ballet en los espejos de lugar contiguo no están, tampoco las mujeres que pintaban cuadros, ni las que hacían textiles, o las que escribieron una autobiografía en la biblioteca, ahora cerrada. Están dos policías y cinco perros, el pecas es el más activo.
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El mismo vacío se siente en otro recinto de la zona: el Centro Cultural Jaime Torres Bodet , en Nezahualcóyotl. Un perro se recuesta también en la entrada. Hace tres días, el lugar estaba lleno de vitalidad: cuatro mujeres en la entrada, otras cuatro en la biblioteca, unas tres en el museo.
Foto: Jesús Díaz/ EL UNIVERSAL
Sólo la biblioteca abrió. Desde el viernes, la coordinadora del lugar Viridiana Vázquez había tomado la decisión. Ella cree en las manifestaciones pacíficas, también en los hombres, especialmente los jóvenes con los que trabaja. “La educación tiene que cambiar, incluso desde casa, hay hombres buenos, mejor educados”, considera.
El sitio abrió el lunes, puntual, sin ella. Tres de sus becarios, de no más de 20 años, y un colega, sustituyeron a todas las mujeres del lugar. “Sin broncas”, decía Alexis, uno de los practicantes (nueve meses de becario).
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Foto: Jesús Díaz/ EL UNIVERSAL
La ausencia es visible, el viernes anterior algunos alumnos que toman clases en la escuela contigua del centro cultural jugaban a que estudiaban. Una de ellas contemplaba los murales. Hoy hay dos personas, hombre y mujer, con una computadora portátil enorme. “Mañana ya estará normal”, dice una mujer a la salida, como si se le hubiese preguntado. La celadora es la única que acudió a trabajar, se ve que lleva tiempo en silencio.