No tengo duda: a la UNAM le debo prácticamente todo lo que soy y lo que he logrado. Soy universitario de primera generación. Sin la Universidad de la Nación difícilmente hubiera podido cursar una licenciatura en algún otro lugar. Tenía apenas 13 años cuando presenté el examen de admisión al bachillerato de la Máxima Casa de Estudios en el Estadio Azteca. Tuve la gran fortuna de ser admitido en el CCH Sur, turno vespertino. Al igual que todos los universitarios de aquella época, llevo grabado en la memoria mi número de cuenta.
Debo reconocer que no fui un buen alumno en el bachillerato. Estudiaba y trabajaba de forma simultánea, lo que dificultaba mi plena dedicación al aprendizaje. Allí, sin embargo, comencé a identificar los temas que más me interesaban: las ciencias sociales y la estadística. Al terminar ese nivel educativo, con un promedio menos que estelar, la UNAM me ofreció una segunda oportunidad: el pase reglamentado me dio la posibilidad de seguir formándome.
Mis calificaciones tan bajas no me permitieron ingresar a mis primeras opciones de carrera, así es que terminé aceptando la última de mis numerosas alternativas: Economía. ¿Quién diría que una licenciatura que no era de mis favoritas me acabaría ofreciendo tantas oportunidades y dando tantas satisfacciones?
En 1984 entré a la Facultad de Economía de la UNAM. Allí, la Universidad me brindó el espacio no sólo para cursar una carrera, sino también para tener una formación integral.
La Máxima Casa de Estudios siempre ha sido una institución vibrante, con gran actividad cultural y política, lo que me permitió aprender tanto de economía como de muchos otros temas. Allí hice amistades y relaciones personales y profesionales que a la fecha mantengo. También allí me tocó vivir el movimiento estudiantil de 1986 y la huelga de 1987. Fueron momentos de gran intensidad y debate sobre el futuro de esta entidad, de los que afortunadamente salió avante.
En la Facultad de Economía de la UNAM tuve docentes extraordinarios, que no sólo me enseñaron de su materia, sino que además me impulsaron a seguir adelante. De mis profesores de entonces recuerdo con cariño a Laureano Hayashi (Estadística), Jorge Carreto (Economía Política), Germán Rojas (Macroeconomía), Clemente Ruiz Durán (Economía Mexicana), Ma. Eugenia Romero Sotelo y Juan Pablo Arroyo Ortiz (Historia Económica), entre muchos otros.
Comencé a dar clases como profesor adjunto en la propia Facultad en 1987. Desde entonces, prácticamente nunca he dejado de dar cátedra en la Universidad, con excepción de los años en que, por una u otra razón, he estado fuera del país. De hecho, la UNAM también me apoyó en lo financiero para realizar mis estudios doctorales en Economía en la Universidad de Harvard.
A la fecha, he impartido clases en la Facultad de Economía por cerca de 30 años. A lo largo de todo este tiempo he tenido el honor de conocer a numerosos alumnos que sólo buscan una oportunidad para poder demostrar y explotar su talento. Muchos de ellos han sido apoyados financieramente por la Fundación UNAM, lo que les ha permitido dedicarse de lleno a sus estudios y mejorar su formación.
Por todo lo anterior, no puedo sino estar profundamente agradecido con la Universidad Nacional y con aquellas instituciones, como Fundación UNAM, que hacen posible que muchos jóvenes puedan hacer realidad sus sueños y puedan tener una oportunidad de superación que no tendrían de otra manera. ¡Larga vida a la UNAM y a la Fundación UNAM!
Economista. Docente en la UNAM y El Colegio de México. Exsubgobernador del Banco de México
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