La UNAM ha sido mi segundo hogar. Mi formación, pensamiento y experiencia profesional son parte de mi reconocimiento a esta Máxima Casa de Estudios. Buena parte de todo lo que soy se lo debo a ella.

Mi vocación y amor por la ciudad, sus edificios, avenidas, parques, monumentos, y en general mi amor por el patrimonio viene de mi familia, orgullosamente zacatecana, migrada a la Ciudad de México, donde yo nací. Recuerdo, por ejemplo, que con don Edmundo Martínez Zúñiga, mi padre, tuve mis primeros acercamientos al reconocimiento del valor de la identidad cultural. Las primeras lecciones de cine mexicano las tuve en las funciones de permanencia voluntaria del cine Ópera, cercano a la casa familiar, donde, además de disfrutar del inmueble y el olor a palomitas, conocí a grandes personalidades de la pantalla en la magia del blanco y negro. Y así también, durante largas caminatas, mi papá me mostró sitios emblemáticos, que por antonomasia nos definen a todos los mexicanos: el centro histórico, la Catedral, el Palacio de Bellas Artes, la Columna de la Independencia, Chapultepec y el Colegio Militar de Popotla, entre otros. Todo ello fue influyendo en mi memoria, primero desde una admiración por la monumentalidad, hasta forjarse en mí una experiencia profesional de un proceso dinámico en constante cambio y construcción, que es como debe entenderse el valor del patrimonio metropolitano, la arquitectura y la urbe.

Desde esa perspectiva, puedo asegurar que cumplí mis primeros pasos al pie de la letra en aquello que el doctor Xavier Cortés Rocha señala: que la sensibilidad sobre el patrimonio es aquello que heredamos de muchas formas, y será nuestra obligación entregarlo en buenas condiciones a las futuras generaciones, pues en ello va nuestra identidad.

Ya como estudiante de Arquitectura en la Universidad, no sólo tuve la fortuna de tomar clases con profesores excepcionales como Don Vicente Pérez Alamá, José Luis Marín de L’Hotellerie, Isabel Briuolo, Rafael Martínez Zárate, Jorge Shizuru, por mencionar algunos nombres, sino también de hacer práctica, muy pronto, mi formación. Comencé a colaborar en el despacho de la arquitecta María de Lourdes Martínez Cantú, por invitación de mi primera maestra de proyectos, Isabel Briuolo, en planes de restauración y de mejoramiento urbano. Aquellas enseñanzas me permitieron ir fortaleciendo mi vocación, lo que sólo se realiza con el trabajo, las lecciones del día a día, el tiempo y la interacción con las obras. Nunca se deja de aprender ni de disfrutar o incluso de padecer el tema del patrimonio.

Hacia 1984 ingresé a la Dirección de Arquitectura del INBAL, llevando a cabo tareas relacionadas con la divulgación, resguardo y puesta en valor del patrimonio artístico a través de la colaboración en montaje de exposiciones, investigación y recorridos en campo. Al paso del tiempo, y hasta el día de hoy, mi labor en el Instituto me ha llevado a desempeñar tareas de mayor envergadura y compromiso. Si ya fue toda una responsabilidad estar al mando de la Dirección de Arquitectura, actualmente es para mí una doble responsabilidad y orgullo ocupar el cargo de la Subdirección General de Patrimonio Artístico Inmueble, desde donde se coordina la salvaguarda patrimonial mueble e inmueble de la nación.

Esta labor incansable e inabarcable me ha permitido también expandir este enfoque sobre la conservación del patrimonio artístico, a través de diversos foros y publicaciones en México y el extranjero, entre ellos, en nuestra Máxima Casa de Estudios. Y aquí una ponderación necesaria: siempre he sostenido que la conservación del patrimonio es una tarea compartida en la que intervienen las autoridades competentes, la sociedad civil, así como las instituciones académicas; y en este caso, particularmente, la colaboración de la UNAM, a través de sus distintos dirigentes, facultades, institutos y especialistas, ha sido determinante y significativa para la conservación del patrimonio cultural de México.

Por todo ello, no puedo más que estar agradecida y orgullosa de la Universidad de la Nación, mi segunda casa, sin dejar de mencionar que en ella se resguarda una de las mayores aportaciones de la arquitectura moderna del siglo XX. Así, y desde esta trinchera, sigamos conociendo y reconociendo el territorio para conservar nuestro patrimonio, contribuyendo con ello a fomentar la misión de nuestra Alma Mater, honrando su pasado, respondiendo al presente y mirando el futuro como uno de los proyectos culturales de mayor relevancia en México.

Como egresada de la UNAM, reconozco el papel invaluable que ha tenido la Fundación UNAM desde su creación, en 1993. Durante mi etapa como estudiante pude constatar cómo sus programas de becas y apoyos abrieron oportunidades para muchos compañeros que, sin este respaldo, habrían visto limitada su formación. Hoy, desde mi responsabilidad como servidora pública dedicada al cuidado del patrimonio artístico, valoro aún más la labor de esta asociación civil sin fines de lucro, pues no sólo impulsa la investigación y la enseñanza, sino que también contribuye a la preservación del patrimonio cultural universitario. Me parece fundamental su capacidad para vincular a la Universidad con la sociedad, egresados y empresas, pues ha logrado que el compromiso con la educación y la cultura se traduzca en proyectos de alto impacto cultural, social y científico.

Subdirectora general del Patrimonio Artístico Inmueble del INBA

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