Nací en Tampico, Tamaulipas, en una familia en la que es muy valorado estudiar y prepararse, por lo que finalizar una carrera era parte innata de lo que me tocaba hacer.

Mi primer contacto con la UNAM ocurrió cuando fui a la Avenida del Aspirante al registro para presentar el examen de admisión a la Universidad. Llevaba un tiempo analizando diferentes planes de estudio para decidir qué carrera elegir. Todo me atraía. Que nada te guste es un problema, pero que todo te guste también lo es. Tenía dos alternativas finalistas; en la fila de una de ellas me encontré con una amiga y, mientras platicábamos, llegué al lugar del registro, por lo que la decisión se basó en estar ahí en el momento oportuno. Quizá tenía dudas sobre qué licenciatura cursar, pero no sobre dónde hacerlo. La Máxima Casa de Estudios no fue mi primera opción: fue mi única opción.

En 1982 fui aceptada en la carrera de Química Farmacéutica Bióloga en la maravillosa Facultad de Química. Aún recuerdo mi primer día de clases: llegué temprano y, en frente de mí, una rata cruzó corriendo el vestíbulo del edificio A. Nunca más volví a ver una en la Facultad, salvo las del bioterio. Tal vez fue una premonición de que, con el tiempo, ese roedor se convertiría en mi aliado en la investigación que hoy realizo.

La Universidad de la Nación me dio algo más que una formación: me dio una identidad. Y hoy me llena de orgullo poder transmitir esa misma emoción a mis alumnos. Para mí, impartir clases es el momento laboral divertido de la semana, la cereza del pastel, una actividad que me encanta, que me alimenta el alma y que me mantiene actualizada. Además, gran parte de la investigación que desarrollo la llevan a cabo mis tesistas de la UNAM. En ese sentido, esta institución tiene gran impacto en mi quehacer científico.

Al concluir la licenciatura continué con la maestría y el doctorado en Ciencias Biológicas. En 1998 inicié el posdoctorado en Cornell University, en Estados Unidos, una etapa que me permitió mirar la ciencia desde otros contextos y confirmar que el conocimiento no tiene fronteras, pero sí raíces: las mías están en la UNAM.

De regreso en mi país a principios del 2001 me integré al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán. Desde entonces he dedicado mi investigación a comprender cómo la nutrición materna y el ambiente durante la gestación y la lactancia influyen en la salud de la descendencia y dejan huellas metabólicas y epigenéticas, lo que afecta no sólo a la generación inmediata, sino también a las subsiguientes. Este campo, conocido como los Orígenes en el Desarrollo de la Salud y la Enfermedad (DOHaD, por sus siglas en inglés), también llamado en términos de salud pública como los Primeros Mil Días de Vida, nos invita a pensar en cómo la salud queda marcada desde antes de nacer.

Cada proyecto, cada estudiante, cada hallazgo me recuerda que la ciencia no avanza sola: se construye en comunidad, con instituciones y con generaciones jóvenes que la renuevan. Formar investigadores es quizá el aspecto más gratificante de mi carrera. Verlos crecer, publicar, cuestionar y enseñar es inspirador, porque, como siempre digo, mi objetivo al dar clases es lograr que te enamores del tema.

En septiembre de 2025 recibí la Medalla David Barker, otorgada por la Sociedad Internacional DOHaD. Tuve el honor de ser la primera científica en Latinoamérica en obtenerla. Más que un reconocimiento personal, lo considero un homenaje a la ciencia que se hace en México. Detrás de esta gran presea hay dos instituciones valiosas: el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y la Facultad de Química de la UNAM. Sin ellas, este logro hubiera sido imposible.

Ahora bien, todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Por eso, desde que mis hijos Andrea y Ricardo eran pequeños, yo soñaba con que ingresaran a la Máxima Casa de Estudios, algo que afortunadamente se hizo realidad. Por eso afirmo que la UNAM no sólo ha impactado mi formación, sino que ha tenido un efecto transgeneracional a través de la programación positiva de mis hijos. Ahora entiendo a mi papá, quien sentía un profundo agradecimiento hacia la Universidad Nacional, pues la mayoría de sus hijos estudiamos ahí. Por esa razón decidió apoyar a la Fundación UNAM, una institución que beneficia a la comunidad universitaria mediante becas para el alumnado, así como a través del impulso al arte, la cultura, la investigación y la ciencia. La labor de la Fundación UNAM tiene un impacto muy positivo en nuestra querida Universidad, pues fortalece su riqueza, su pluralidad de actividades y la diversidad de pensamientos que la distinguen.

Decir “UNAM” es hablar de un proyecto colectivo que ha hecho posible que miles de personas, como yo, encuentren en la educación pública la oportunidad de transformar su vida y contribuir al país. Soy madre, hija, profesora y científica. Gracias, UNAM, por haber jugado un papel importante en mi historia.

***Docente de la Facultad de Química e investigadora del Departamento de Biología de la Reproducción del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

[Publicidad]