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Era febrero de 1972 cuando comencé mi primer año de la licenciatura en la Facultad de Ciencias de nuestra Máxima Casa de Estudios. Antes de eso, yo había hecho todos mis estudios en escuelas privadas y siempre me sentí un tanto oprimido, sin espacio para ser yo mismo. Ingresar a la Facultad de Ciencias fue mágico, como volver a nacer, y tuve la clara convicción de haber llegado a casa. Pude por fin respirar hondo, sonreír y soñar con volar. Conocí a gente con la que compartía anhelos y docentes excelentes que me invitaban a reflexionar, que me retaban a pensar en sus cursos. Hubo clases en el auditorio: éramos cerca de 400 estudiantes, con profesores como Santiago López de Medrano, Emilio Lluis, Francisco González Acuña (Fico)… ¡Fascinante!
Desde muy joven me gustaron las matemáticas, sabía que eran lo mío, pero por las presiones sociales no me atreví a registrarme en esa carrera para entrar a la Facultad, pues cuando estaba en la preparatoria y tuvimos que decidir, todos mis compañeros se burlaban de mí cuando confesaba que quería estudiar Matemáticas; decían que me creía genio, y yo sabía que no lo era; de hecho, ¡era de los peores estudiantes de la clase! Así que me registré en Actuaría, que sonaba menos petulante. Pero al llegar a Ciencias, tardé dos semanas en convencerme de que lo mío son las matemáticas y me cambié de carrera. ¡Qué buena decisión! Hay gustos para todo, y todas las profesiones son igualmente válidas, pero yo soy matemático de corazón.
Ser alumno en la UNAM me ayudó a creer que se puede ser feliz. También fue clave para saber más de mi México. Me hice de amigos entrañables, con los que estudiaba todos los días, y nos divertíamos juntos. Varias de esas amistades continúan a la fecha, 50 años después. En esa época, el Instituto de Matemáticas de la UNAM tenía becas para estudiantes de licenciatura; yo nunca tuve una, pues mi promedio no daba para esos privilegios, pero mis amigos sí tenían, así que yo me autodenominé “becario honorario” y me la vivía en el Instituto. Fue maravilloso, ya que pude conocer de cerca a varios de los grandes matemáticos que yo admiraba y que, con el pasar del tiempo, terminaron siendo mis amigos y colegas.
Años después, en 1980, terminé mi posgrado en la Universidad de Oxford, donde estudié mi maestría con beca del Consejo Británico, y mi doctorado con beca de la UNAM. Al concluir, no obstante que tenía opciones interesantes para quedarme fuera, no dudé un instante en solicitar convertirme en investigador del Instituto de Matemáticas y, para mi gran fortuna, me aceptaron.
Durante mi formación he tenido estancias sabáticas en varias partes del mundo: en universidades como París, Oxford, Hong Kong, Durham, en la Escuela Normal Superior de Lyon, en el Tata Institute of Fundamental Research en Mumbai, India, y en más lugares, todos fascinantes. A cada uno le agradezco haber estado ahí por múltiples razones. Es interesante que al estar fuera, con la distancia, se tiene otra perspectiva, y al mirar de lejos mi vida en la UNAM, lo que me ofrece, lo que da a México, más le agradezco a esta gran institución el haberme abierto sus puertas.
A lo largo de mi vida ha habido momentos duros en México y, en más de una ocasión, he tenido ofrecimientos para trabajar en otros países, pero nunca he titubeado: ¡Mi corazón es Puma!
La UNAM es una institución generosa que piensa en grande. Es muy raro encontrar un ámbito como el de la UNAM, donde se apoya lo que se tenga que apoyar, siempre que sea honesto y beneficioso para México. Comparto plenamente el sentir de que la UNAM es “el alma de México”.
Celebro los 31 años de la Fundación UNAM, que tanto hace para apoyar a nuestra Casa de Estudios, para que cumpla mejor con sus tres objetivos básicos: la docencia, la investigación y la difusión de la cultura. ¡Enhorabuena!
Investigador titular C de tiempo completo en el Instituto de Matemáticas y ex director del mismo en el periodo 2014 a 2022