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Los inviernos largos y fríos, el viento helado en la cara y la nieve que amenazaba con caer, así transcurrían los días en la casa de mi infancia en el norte de México. En ese tiempo adquirí una fascinación por los mapas, me gustaba verlos, señalar con el lápiz los países, las capitales, las ciudades importantes, aprenderme los nombres de los ríos y las montañas, imaginarme cómo serían otros lugares, otros paisajes, otros climas. La época de calor, por el contrario, era tórrida, con un sol avasallador. Entonces pasaba las tardes leyendo cuentos y leyendas, Lohengrin y los nibelungos desfilaban por mi cabeza igual que las historias de fantasmas y cofres enterrados en las viejas casonas coloniales de la época de la Revolución.
Durante las vacaciones de verano solíamos venir a la Ciudad de México, entonces el Distrito Federal, no recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que la vi. No sé si fueron sus dimensiones o la lluvia intensa que caía todos los días, todo un acontecimiento para mí, o el movimiento de los ríos de gente en el Metro o quizá todo eso al mismo tiempo lo que me atrajo irremediablemente.
Siendo adolescente ya, en la secundaria, descubrí una guía de carreras universitarias y mi lectura se detuvo en una: licenciatura en Relaciones Internacionales; volvía periódicamente a revisar el contenido de las materias, el perfil del egresado y sobre todo la universidad pública que la ofrecía, en ese momento solamente la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde esa época quería, al terminar la secundaria, hacer el examen de ingreso a la UNAM para la preparatoria y luego estudiar la licenciatura referida. Tenía 15 años. Mi papá me convenció de estudiar la preparatoria en mi ciudad y al terminarla, si aún tenía la idea de ir a estudiar a la UNAM, él me apoyaría, y efectivamente así sucedió. Presenté el examen de ingreso y fui aceptada para cursar la licenciatura que anhelaba.
La UNAM fue para mí, como su nombre lo dice, un universo, es decir, recibí una formación académica plural y rigurosa, en la que convergían profesores y alumnos de diversas tradiciones y opiniones intelectuales. Recuerdo con particular aprecio a los profesores chilenos y argentinos que llegaron huyendo de las dictaduras que asolaron a sus respectivos países. Además comencé a estudiar francés y tomaba clases de baile. En el plano personal forjé amistades que conservo hasta el día de hoy.
Por eso pienso que una de las funciones primordiales de la UNAM es precisamente la de abrir un panorama de posibilidades académicas, intelectuales, artísticas y profesionales a quienes estudian allí, con el objetivo último de formar seres humanos más integrales y empáticos con el entorno que los rodea. En este sentido, me parece fundamental que estas oportunidades de formación también sean accesibles a los estudiantes que no tienen recursos económicos suficientes o que viven en zonas o comunidades alejadas de los centros culturales del país. Por ello, creo que Fundación UNAM, en estos 30 años, ha hecho una encomiable labor al proporcionar becas a estos alumnos con el fin de que puedan continuar sus estudios.
Me incorporé a la UNAM como ayudante de profesor al concluir la licenciatura y desde entonces no he dejado de dar clase. Después de una incursión laboral en el sector gubernamental y de realizar estudios de traducción y literatura francesa regresé a mi Alma Mater para hacer un posgrado en Estudios Latinoamericanos, con especialidad en Historia del Caribe Franco-Creolófono del Siglo XX. Al concluir el doctorado, ingresé como investigadora al Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, donde tiempo después ocupé el cargo de secretaria académica de 2010 a 2016.
El estudio de la historia contemporánea de Haití me ha llevado a explicar los recientes flujos migratorios haitianos a nuestro país, así como a entender la historia de los afrodescendientes en el Caribe francocreolófono y sus luchas, además participo en Afroindoamérica, Red global antiracista.
Aún me siguen gustando los mapas, que reviso continuamente, y sigo leyendo historias, ahora cada vez más, de piratas, de cimarrones, de mujeres y hombres, de niños y jóvenes que alguna vez soñaron, imaginaron y pelearon por lo que consideraron que era la libertad, la justicia y la dignidad.
Investigadora titular B definitiva
Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe