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“La escritura ha sido para mí un proyecto de vida, y los proyectos de vida tienen que existir. Creo que históricamente las mujeres los han sacrificado o han permitido que otros se los maten; a la hora de buscar la libertad — el sitio en el que mejor se puede expresar uno, el espacio individual—, las mujeres han estado del lado del silencio y lo marginal. La libertad entra siempre con la responsabilidad de mantener esa misma libertad, incluso a nivel económico. En muchos casos, relacionados con la clase alta, es más cómodo el silencio”, afirma la narradora Mónica Lavín (Premio Iberoamericano Elena Poniatowska 2010) sobre la reedición de "Tonada de un viejo amor", su primera novela, que en días recientes fue lanzada bajo el sello editorial Planeta.
Para esta nueva edición, Lavín hizo una relectura —27 años después— con la intención de llevar a cabo los ajustes necesarios; salvocambios menores, detalles de estilo, la escritora afirma que se sintió bien al observar sus inicios como escritora y lo vigente que es la historia que ella cuenta páginas adentro: “Me gustó ver mi interés en el papel femenino, sin que, en ese entonces, hubiera en mí una deliberada intención al respecto”, dice.
El personaje principal, Cristina Velasco, es una mujer castigada por su comunidad; enrolarse en amores clandestinos la lleva a que la gente de su entorno en el pueblo viticultor de San Lorenzo, le cierre las puertas y le retire el habla, “una de las mayores formas de violencia”. La condena que enfrenta, continúa Lavín, es estar atrapada en el silencio de una época y una clase social que tuvo puestas sus expectativas no sólo en ella, sino en lo que socialmente y bajo cierta época se cree que deben ser las mujeres.
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“No había pensado esto a la hora de escribir la novela. Yo estaba encantada con la historia de un amor clandestino y en la resolución de éste en un lugar del que el personaje decide no salirse nunca; se queda atrapada allí porque es el sitio que le da sentido y al que pertenece”.
Como mujer, Velasco no tiene otra opción. Nada, más allá del silencio y la afrenta de tener un amante o un esposo que no encaja con las convenciones del lugar en el que ella se encuentra, detalla la también ganadora del Premio Gilberto Owen en 1996.
Los cambios en la historia —continúa— no tuvieron relación con la estructura o el desarrollo de personajes. “Me gusta la idea de que ahora pueda llegar a lectores jóvenes y de todas las edades que no han tenido contacto con la novela”, explica. Este drama, en la actualidad, le sigue hablando a Lavín de temas vigentes: “Me interesa cómo las mujeres encuentran su propio espacio. Creo que en ciertas sociedades, la mujer sigue jugando un rol pasivo; sigue jugando a hacer sólo lo que se espera de ella. Quizá esto no sucede tanto en la Ciudad de México porque tiene otras características, pero en algunos entornos me parece que no es tan distinta”, señala Lavín.
El paisaje que enmarca el dolor de Cristina Velasco es el del norte de México. Vale la pena recordar que, además de escritora, Lavín es bióloga, lo cual la ha llevado a hacer recorridos al interior del país; a ella le gusta, de forma particular, el norte y esto explica que el desarrollo del argumento sea en la Zona del Silencio, localizada entre Chihuahua, Coahuila y Durango. La narradora también ve con gusto el hecho de haber apuntado hacia el desierto en sus primeros años como escritora. “Las atmósferas literarias me entraron por el paisaje”, afirma, y su forma de interiorizarlo se debe, por una parte, al influjo de su formación científica y, por otra, a las obras de los narradores estadounidenses del gótico sureño —en especial, Carson McCullers, Flannery O'Connor y William Faulkner.
El norte también perfiló el argumento, vislumbrado por Lavín cuando en Parras, Coahuila, supo de una “extraña pareja”; en este caso, una gran diferencia fue que ella, la mujer real, se había casado con un tañedor de banjo, mientras que, en la novela de Lavín, el saxofón es elegido como instrumento central porque “al soplarlo es más desgarrado”: el jazz es importante en la trama, abunda, ya que posee algo solitario, individualista y sensual.
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“Los músicos tocan juntos, pero cada quien tiene su solo. Esta historia es de imposibilidad, porque los personajes nunca logran estar el uno con el otro; están condenados a la soledad”, explica.
La sincronía entre la música y la literatura es notoria: a la narración la sostiene el impacto del ritmo breve de sus capítulos. Un ritmo que se empalma no sólo con el hecho de que Lavín estuviera focalizada antes en el cuento, sino con el hado del clandestinaje y del propio jazz, que se corresponden con los encuentros desde la sombra, “en un espacio y tiempo acotados. Al igual, en el club de jazz se tocan piezas breves, todo está regido por una especie de destino musical. En mí, la música tiene un lugar importante”, concluye.