Durante dos semanas, del 18 de septiembre al 2 de octubre de 1968, , enviado especial de viajó al con el objetivo de filmar la fauna del lugar (osos polares, focas, etc.).

El viaje, que realizó en compañía de su fiel colega Germán Carrasco, lo documentó en una serie de crónicas y fotografías en las que narra el largo viaje de México al Polo Norte, que incluyó un traslado de 37 horas en barco; su convivencia con reporteros de otros países, sus aventuras buceando en aguas heladas y sus persecuciones a oso polares para filmarlos, donde resultó herido por uno de los animales: “La herida que me hiciera principalmente el oso y principalmente los antibióticos que tomé durante una semana me dejaron listo para el arrastre”, detalla.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

EL UNIVERSAL en el Polo Norte

II

Por Ramón Bravo, enviado especial

18 de septiembre de 1968

Círculo Polar Ártico.- En aquellas tardes cálidas de mi pueblo, Piedras Negras, acostumbraba a tejer una red de sueños al Polo Norte, un punto que se creía se encontraba poco más allá del infinito.

Ahora la madeja de aquellos sueños infantiles se hace realidad, ya que estoy en un lugar que se encuentra más allá del infinito, es decir, el Polo Norte.

Un viaje interesante

Había dejado territorio mexicano; el capitán de la nave explicó en su último informe que aterrizaríamos en Nueva York después de 15 minutos más de vuelo. Han pasado 30 y continuamos en el aire, dando vueltas sobre este Aeropuerto Kennedy, al parecer insuficiente ya para la inmensa cantidad de tráfico que existe.

Finalmente tomamos la pista 40 minutos más que el tiempo normal del vuelo. Despierto a mi vecino de asiento, que no es otro que mi inseparable amigo Germán Carrasco, que no me iba a dejar solo en esta ocasión. Juntos hemos andado por todo el mundo; juntos también en el Polo Norte.

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En Willoughby’s adquirimos el equipo que nos hacía falta, algunos filtros, lentillas, material, en fin, equipo, siempre más barato que lo que suele costar en México, y después regresamos al Aeropuerto Kennedy en donde el brasileño Gerardo Petruchi nos atiende con extrema cortesía en las oficinas de las líneas escandinavas.

La salida de nuestro vuelo está anunciada para las 21.40 horas, pero debido a una huelga parcial en la torre de control, el tráfico se ha congestionado más aún de lo normal y se anuncia que sufriremos un retraso.

”Pasajeros del vuelo 912 de las Líneas Aéreas Escandinavas con destino a Copenhague, favor de abordar su avión por la puerta número 28”.

Debo salir disparado hacia la sala de espera en donde Germán se encuentra con más bolsas de cámaras de las que él solo puede cargar.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

III

19 de septiembre de 1968

A las 22.30 estamos listos, con nuestros cinturones abrochados para partir de Nueva York a Copenhague, en un avión donde no hay lugar ni para un alfiler.

Media hora después, cuando el calor es insoportable, angustioso, el capitán suplica calma y explica que por la huelga tardaremos aproximadamente dos horas más en partir.

Platico con Germán, que suda con desesperación, apenas si tiene ánimo para sonreír.

El avión camina. Finalmente el avión toma la pista y se eleva, son las 2 de la madrugada. En el aire el avión se “enfría”, se restablece la calma.

IV

21 de septiembre de 1968

La misma claridad difusa de las tres de la madrugada continúa en Tromso siete horas después. Llueve y hace frío, no demasiado para sus habitantes, pero sí para nosotros que comenzamos a echarnos encima el mayor número de ropa que se puede llevar.

Mientras Germán se dirige a tener el primer contacto con los osos, en una tienda que vende pieles, yo entro a desayunar a una cafetería que se encuentra a un lado del hotel, y al ocupar una señora el asiento que está a mi lado se inicia la charla, primero en noruego, luego en inglés, una vez que la dama se percata de que no entiendo una sola palabra de su idioma natal.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

Por la corriente del Golfo de México, que le da la vida a estos lugares, se sabe perfectamente de nuestro país, su ubicación, su clima y hasta muchas de nuestras costumbres.

La señora no se impresiona cuando le explico que estoy allí para unirme a una expedición que irá al Polo.

Me despedí de la dama y voy en busca de Germán, a quien encuentro en un tremendo regateo sobre una pieles de oso blanco, renos, focas.

A la hora de comer nos reunimos con el grupo, todos puntualmente acudieron a la cita. Repartimos abrazos con Bruno Vailati y Arnoldo Mater, y conocemos a Michel Laubreaux, Lars Strangert, Thor Larsen y Carlo Mauri, este último también italiano, periodista de “eventos especiales” del “Corriere della Sera”, de Milán, quien será el encargado del trabajo fotográfico exterior de la expedición y de relatar en su diario todo cuanto nos acontezca.

Realizamos un pequeño mítin con el capitán de nuestra nave y con el primer oficial, siempre siguiendo las indicaciones de Thor Larsen, científico de la Universidad de Oslo que se encarga del estudio de la migración de los osos. Germán echa mano de una botella de tequila y hace un brindis por el éxito de la expedición.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

VI

22 de septiembre de 1968

“Godones” es el nombre de nuestro “rompe-hielos”, capitoneado por Isaksen, y en el cual viviremos durante las próximas dos semanas.

Después de cinco horas de navegación tranquila, como dentro de un lago, dejamos el Fiord Tromso y nos enfrentamos a un mar grueso, bravo, casi tormentoso. Es imposible ir en cubierta, además del frío, las olas barren el puente con tal facilidad que cualquiera podría caer al mar y perderse para siempre.

Permanecemos en las literas poniendo en orden nuestras cámaras, leyendo, haciendo anotaciones o bien durmiendo, como Germán, al que ya bautizaron como el “oso mexicano que viene al Polo a invernar”.

Cuando vamos al puente a comer o bien al baño, tenemos que hacerlo tomando todas las precauciones posibles, esperar cuando la proa del barco se levanta y la cubierta queda libre de agua, entonces se emprende la carrera, agarrados de cables, tubos, de lo que sea, hasta llegar a salvo al otro extremo.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

Así transcurren 32 horas, que unidas a las cinco que empleamos para salir del Fiord suman 37, mismas que necesitamos para llegar a la isla Bjornoya, la isla de los osos, que como es fácil de comprender no tiene osos, sólo millones de pájaros que viven en las paredes de los inmensos acantilados que se hunden en el mar y que tiene, en la cumbre, una estación meteorológica en donde trabajan doce personas, diez encargadas de los aparatos y dos que las atienden, todos hombres.

Allí tomamos un merecido descanso de unas cuantas horas luego de esa tremenda navegación que hemos tenido, pero no se puede hacer mucho trabajo cinematográfico porque la niebla es espesa y rodea la mayor parte de los picachos, dando al lugar un aspecto fantasmagórico, soberbio.

Poco después emprendemos nuevamente el viaje, esta vez hacia la isla Hopen, a la cual llegaremos en otras 16 horas de marcha. Al parecer el tiempo aquí en estas latitudes nada significa, pues la misma luz existe a las 10 de la mañana que a las doce de la noche, a las tres de la madrugada, en fin, no podemos dormir.

VIII

24 de septiembre de 1968

Caminando hacia la punta del norte de la Isla Hopen al lado de Oystein Killie, uno de los radiooperadores que es más bien un cazador profesional de osos, me doy cuenta que lleva su rifle de alto poder colgado al hombro y le pregunto si siempre que sale de la base lo hace armado.

—Siempre —me responde—, nosotros jamás damos un paso fuera de casa si no estamos armados, ya que no solamente matamos osos, sino también focas, zorros, e inclusive lobos. Algunas piezas en esta época del año, otras en invierno cuando tenemos la oscuridad de la noche a lo largo de cuatro meses, oscuridad y niebla que en ocasiones no nos permite ver más allá de tres metros de distancia.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
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Foto: Hemeroteca El Universal

XI

27 de septiembre de 1968

Se puede decir que llegó el momento que más temía: el de meterme al agua. Vine al Polo Norte principalmente para filmar escenas submarinas y sabía que tarde que temprano tendría que llegar la ocasión de apartar los hielos y sumergirme.

Germán, que me acompañará, está entusiasmado y risueño. Lo comprendo, tiene una capa de grasa protectora al igual que las focas, pero yo, hueso y pellejo, soy otra cosa.

La temperatura ambiente es de 8 grados bajo cero; en el agua, precisamente bajo el hielo a un grado sobre cero, dos a un lado y cuatro un poco alejados de los témpanos, es decir, nadie puede negar que hace frío.

Lars nos dice que todo está listo. Mater me informa que las cámaras están prontas; Carlo está listo con sus cámaras de fotos fijas; Thor se encuentra en lo alto del mástil buscando, osos, Bruno principia a darnos instrucciones.

En el interior nos despojamos de nuestra ropa y nos ponemos los trajes de hule, lo único adicional que llevamos son unos chalecos, de hule también, que nos protegerán más aún.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
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Foto: Hemeroteca El Universal

El trabajo que habremos de realizar es sencillo, filmar bajo los témpanos, a unos tres o cuatro metros de profundidad, y filmar también cualquier vida marina que veamos. Germán servirá de modelo llevando su cámara “rolleimarin”.

Por primera vez descendemos del barco y caminamos sobre los témpanos, hasta llegar cerca de un lugar propicio, allí nos echamos agua caliente dentro de los trajes de hule y sin pensarle demasiado caemos al agua. La visión de la luz reflejándose a través del hielo nos dejó atónitos. Nunca imaginamos que pudiera existir tanta y tan extraña belleza. Una mezcla de azul pálido, amarillo y verde reinaba en donde el hielo no era muy espeso, pequeñas medusas, insignificantes, nadaban lentamente apartándose de nosotros.

Inmediatamente encendí la luz y comencé a filmar a Germán internándose entre las grietas heladas. El blanco del hielo grueso destacaba hermosamente en el azul fuerte del agua, que donde estábamos trabajando tenía más de mil metros de profundidad.

Poco a poco el frío comenzó a hacer su efecto, pero exclusivamente en manos y pies; el resto del cuerpo se mantenía perfectamente, salvo en ocasiones que penetraba algo de agua y se sentía como una puñalada en la espalda, pero rápidamente se templaba por el calor del cuerpo y del agua caliente que nos habíamos echado.

20 minutos después había terminado con los 200 pies de película de la “arriflex” y Germán había acabado también con sus fotografías fijas. Salimos y nadamos hasta la lancha que estaba muy próxima a nosotros.

Bruno me arrancó la cámara de las manos, que tenía agarrotadas, y cuando me disponía a salir me entregó la otra cámara.

—Filma ahora el choque del barco contra los hielos, pero ¿cómo te sientes?, ¿todo bien?

—Todo bien, respondí, pero hubiera querido decir: las manos me duelen intensamente, siento como si un millón de alfileres se me estuvieran incrustando en ellas. Tomé mi posición y esperé que el “Godones” atacara con su bravura sin iguala la capa de hielo. La escena primero no me gustó porque estaba demasiado lejos del choque, la segunda quedé a un lado, y no precisamente en donde yo quería, la tercera fue mejor, pero las que me gustaron más fueron las tres siguientes. Ahora me mantenía en una sola posición casi sin moverme. Por ello los pies parecían unos miembros independientes de mi cuerpo, los movía y apenas si sentía que lo hacía y hasta el dolor era lejano. Una vez que no escuché el (...) de la cámara comprendí que había terminado con el filme y salí del agua, hasta entonces me di cuenta que Germán seguía allí, a mi lado, sin dejarme solo ni un instante. Calladamente le agradecía el gesto.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

Una vez que estábamos casi sobre la estufa de nuestras literas llegó Bruno para preguntarnos si todo había funcionado bien.

—Absolutamente todo, respondí, excepto las manos y los pies.

—¿Sentiste haber hecho un buen trabajo?

—Desde luego que sí, pero podemos mejorarlo si nos sumimos en hielos menos espesos: debemos de buscar lugares en donde la nieve no está todavía tan solidificada, allí los paisajes deben de ser todavía más hermosos. Sobre la otra escena, me gustaría repetirla con la “arriflex”, es más cámara.

Aquella fue la primera inmersión, siguieron muchas. La mayor parte de nuestras inmersiones fueron de 40 minutos, hubo algunas de 20, siempre a poca profundidad.

XIII

29 de septiembre de 1968

La charla amena de Carlo Mauri, enviado por el “Corriere della Sera” de Milán, servía maravillosamente para matar las horas muertas en que esperábamos tranquilamente a que los osos hicieran su aparición para ponernos a trabajar.

Una vez que Michel hizo el comentario de que: “al parecer los osos están en huelga”, se dio la voz de alarma: ¡oso a la vista! Inmediatamente ocupamos nuestros lugares sobre cubierta, metidos en pantalones y sacos blancos para confundirnos y no ser vistos por el animal. Finalmente la grasa de foca que se quemaba día y noche ha dado resultados.

El oso al que nos enfrentamos, ya de hecho, era un adulto que se acercó hacia la nave. Hasta escasos diez minutos me (...) donde nosotros lo filmamos, comió con la mayor (...) pedazos de foca que habían puesto y después se alejó para dormir la siesta a unos 400 metros de distancia.

Tuvo un despertar un tanto (...), se dio cuenta que estábamos cerca de él, ya con el tripié instalado y haciendo (...), y después de despertarse se marchó brincando en el hielo y nadando.

Cuando regresamos al barco eran las 9 de la noche. Estábamos tomando un poco de calor cuando un marino nos dijo: Se acercan dos osos más. Inmediatamente tomamos nuestras posiciones. Indudablemente eran hembra y macho, atraídos también por la grasa de foca quemada, llegan, como el anterior, con tranquilidad, comieron y se alejaron, pero entonces se decidió seguirlos para tratar de llevarlos a nadar hacia el (...), sin hielos. Los motores del “Godones” comenzaron a funcionar y la persecución se inició. Pronto los osos se sentaron y nos concentramos en uno solamente. El animal, demasiado asustado y nervioso, huía a gran velocidad . Nosotros hacíamos los esfuerzos posibles para alejarlo del pack de hielo y llevarlo hacia el agua.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

Poco a poco nos fuimos dando cuenta que el animal nos ganaba terreno. El hielo se hacía cada vez más compacto y el “Godones” tenía demasiadas dificultades para avanzar. Todos estábamos en proa sujetándonos de lo que podíamos: Todos excepto Mater que filmaba con la “arriflex” grande. Por ello cuando el barco chocó intempestivamente contra un hielo grueso, que no pudo partir, rodamos sobre cubierta con todo y cámaras.

Arnoldo tuvo tiempo para levantar su equipo antes de caer, por ello, sin defensa, se estrelló contra una de las uñas del ancla y para quedar fuera de combate. Bruno le cayó encima. Al equipo nada le pasó pero Mater quedó por el suelo con las costillas sumidas, sin poder casi respirar y en peso lo llevamos entre todos hasta su litera.

Después de ese accidente nadie volvió a acordarse del oso, que seguramente fue a reunirse con su compañera.

A partir de ese momento Mater quedó encamado y del trabajo nos encargamos los que seguíamos en pie: Michel, Germán, Lars y yo.

Pese a los intensos dolores que nunca dejaron de molestarlo en el resto de la expedición, Arnoldo no soportó demasiado tiempo la litera y al final del viaje ya estaba nuevamente cargando su cámara y trabajando como siempre.

XIV

30 de septiembre 1968

El accidente que sufriera Arnoldo Mater nos tenía consternados. A la hora de cenar no se hacían las bromas de costumbre, sabíamos que nuestro compañero se encontraba seriamente lastimado y no teníamos médico a bordo, “ni siquiera un veterinario”, comentó Michel y yo le dí un codazo.

Cuando pensamos que la jornada del día había terminado y nos disponíamos a ir a la cama, nos avisaron que un oso merodeaba los alrededores. Esa alarma que al principio nos entusiasmaba, ahora, después de tantos animales, ya nos parecía algo común.

Ocupamos nuestros lugares en el puente, hacía un frío intenso y comenzó a nevar, las horas pasaban sin que el animal se acercara confiadamente como los otros, seguramente olfateó, además de la grasa de foca, el peligro que representaba el hombre.

“No exageres la nota, realizaremos nuestro trabajo sin necesidad de que nadie se exponga, si ese animal te deja mal herido, en las condiciones en que estamos… no quiero ni pensarlo. Y escúchenme todos estamos aquí para hacer la filmación de un oso en el agua, nadie debe hacer locuras que pongan en peligro nuestra expedición”.

Bruno se aleja y el resto quedamos dentro del silencio que nos rodea, despojándonos de nuestras ropas blancas.

—Es ésta la primera vez que un animal hace por atacarme, comenta Thor, tengo muchos años de andar entre ellos y nunca me había sucedido algo parecido.

Carlo comenta: “pensé que el primer balazo estaba dirigido a la cabeza del animal y que habías fallado”.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

—No, responde Thor, yo estoy aquí para cuidar estos animales no para acabar con ellos.

El primer oficial nos informa que la nave “Polstjer” se acerca hacia nosotros, preguntan si se encuentra Thor entre nosotros. A bordo tiene gente canadiense que se interesa en la experiencia del noruego para realizar los mismos estudios en Canadá.

Poco después la nave nos alcanza y Thor celebra con ellos un “consejo de guerra”. Regresa para informarle a Bruno que una vez que nosotros logremos nuestro propósito él pasará al otro barco y no regresará en el “Godones” de Tromso. A cambio de nuestro valioso hombre, la otra nave nos ayudará en nuestro trabajo. Se considera que con dos barcos y dos tripulaciones bien entrenadas podremos hacer mucho más que con una sola.

Cuando finalmente vamos a la cama son las tres de la mañana. La nieve había comenzado a caer nuevamente. Esta vez los copos eran más grandes y tupidos. No se puede conciliar el sueño por la navegación difícil entre los hielos. No pasa mucho tiempo cuando baja un marino, sacude a Thor y le informa que hay un oso a la vista, la otra nave ya ha iniciado un rodeo para que no escape.

Rápidamente a vestirse y de nueva cuenta a cubierta. Esta vez el animal no tiene escapatoria, está acorralado entre dos fuegos y se lanza al mar, ¡por fin!, dos botes con motor fuera de borda lo van custodiando hasta que el animal se sube a un témpano de hielo, lejano del resto del pack no menos de un kilómetro en cualquier dirección. Cada vez que el animal se tira al igual, un bote le sale al paso y lo hace regresar al islote.

Bruno ordena que nos reunamos en los compartimentos de proa, mientras un marino nos trae nuestros trajes de hule, que se secaban en la sala de máquinas.

—Estamos por lograr el punto culminante de nuestra expedición —dice Bruno dirigiéndose a todos— tenemos finalmente al animal donde queríamos, ahora todo depende de nosotros.

Carlo Mauri y Germán Carrasco se encargarán del trabajo de fotografía fija —continúa Bruno—, cada uno irá en una lancha. Arnoldo Mater, que sigue lastimado, filmará desde esta embarcación todo cuanto acontezca. Lars Strangert dirigirá la maniobra, todos deberán obedecerlo, eso por lo que toca a la superficie.

“Michel Laubreaux hará fotos fijas del animal, Ramón Bravo llevará una cámara de cinco y yo la otra. Nosotros que trabajaremos en el agua tenemos libre acción, cada quien hará su trabajo lo mejor que pueda, el resto tiene que hacerlo en equipo. Buena suerte a todos”.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
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Foto: Hemeroteca El Universal

XVI y último

2 de octubre de 1968

La herida que me hiciera principalmente el oso y principalmente los antibióticos que tomé durante una semana me dejaron listo para el arrastre. Las últimas buceadas en el Polo Norte no pude hacerlas, tomando mi lugar Lars Strangert o Germán Carrasco, mientras que yo tenía que conformarme con verlos desde el barco. Después de una de esas inmersiones Germán decidió “cortarse la coleta como buceador”. 10 años antes habíamos ido al Mar Rojo, en la costa de Egipto, y Germán en esa ocasión había recibido el espaldarazo entre escualos de todo tipo; después siguieron viajes por todas partes del mundo. Hawai, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, etcétera, siempre acomodando el buceo en nuestras excursiones. Finalmente y después de sumirse bajo los hielos polares se despedía del deporte.

—¿Estás seguro de que quieres cortarte la coleta? Tengo muchos planes para los años venideros.

—Sí, córtamela —contestó—, que después vendrán mis despedidas, como lo hacen los matadores. Se retiran en la Capital y después comienzan una serie de despedidas por todos los Estados. Además, si yo no puedo acompañarte, te mandaré a uno de mis representantes. Germán, mi hijo mayor, y cuando él se canse, seguirás con los otros.

Teniendo como testigo a Bruno Vailati, tomé las tijeras y le corté algo de pelo, ante el asombro del resto, que no entendía la ceremonia.

Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968
Ataque de un oso polar: la odisea de un reportero de EL UNIVERSAL en el Polo Norte en 1968

Foto: Hemeroteca El Universal

El regreso se inició después de haber pasado dos semanas en las regiones polares. Lento, fuimos dejando atrás el hielo hasta llegar a Hopen, en donde nos dejaron nuestros amigos, los más profesionales, pero por el mal tiempo no pudimos bajar.

Por la tarde de ese mismo día emprendimos la última etapa de regreso, que fueron nuevamente 37 horas de baile dentro de la proa del “Godones”, que heróicamente resistió los embates del mar hasta llegar al Fiord de Tromso, en donde nuevamente reinó la calma.

Por última vez, en ese viaje todos nos reunimos a la hora de comer, pero esta vez en el amplio comedor del Gran Hotel, perfectamente rasurados y bañados, inclusive hasta algunos con corbata.

Fue esa nuestra comida de despedida, nos estrechamos la mano y con un “hasta pronto” salimos rumbo al aeropuerto para abordar el avión hacia Oslo, Copenhague, París y México. Aquí al llegar, cientos, miles, millones de luces brillaban en una extensión incalculable. Luces rojas, blancas, amarillas, azules, que daban la impresión de ser estrellas alumbrando en otro cielo. Un extraño cielo aplastado contra el suelo, habíamos llegado a casa, a nuestro México, el viaje había terminado.

FIN

fjb