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Vivimos en una era donde podemos ver cometas verdes , cuyo último avistamiento fue hace 50 mil años, desde nuestros teléfonos celulares, pero ¿cómo se vivían estos eventos astronómicos hace casi 100 años?
En 1929, El Universal Ilustrado -un semanario del periódico EL UNIVERSAL - publicó un artículo sobre cómo científicos franceses viajaron al otro lado del mundo, Indochina, para observar un eclipse total de Sol . De acuerdo al autor del artículo, que era el Jefe de la misión del Observatorio de Estrasburgo, estos viajes eran una tradición que se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial .
Seleccionar la colonia con las condiciones apropiadas para trabajar, contar con la cooperación de los líderes del lugar, viajar por mar, sincronizar los trabajos entre marinos y astrónomos para sacar provecho a lo minutos que dura el eclipse y construir en el lugar las herramientas a usar y aportar contra el clima, así era como se hacía astronomía en la década de los 20. Un proceso a considerar ahora que cada que queremos seguir un fenómeno de este tipo, podemos hacerlo desde la comodidad de nuestro sofá, a través de pantallas y siendo aficionados.
“No era la noche, sino un bello crepúsculo. El horizonte estaba particularmente alumbrado”, escribió el autor.
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El eclipse total de Sol
26 de diciembre de 1929
Una misión francesa de sabios se trasladó la primavera pasada a la Indochina para observar el eclipse total de Sol del 9 de mayo. Los profanos se asombran a veces de que los astrónomos emprendan tan largas excursiones para sorprender un fenómeno que no dura más que unos cuantos minutos y que puede comprometerse por la simple presencia de una nube. En el caso presente, los meteorologistas nos predijeron una probabilidad de un buen tiempo contra dos. No es inútil explicar, aunque de una manera breve, por qué la Oficina de Longitudes ha creído de su deber intentar esta probabilidad y renovar una tradición interrumpida por la guerra.
Las partes exteriores de la atmósfera solar, habitualmente inobservables, se vuelven visibles durante los eclipses totales. La luna esconde entonces la deslumbrante fotósfera al mismo tiempo que atenúa por medio de su sombra el brillo de nuestra propia atmósfera. Desde hace tres cuartos de siglo, se han estado aprovechando estos raros y cortos instantes para estudiar la corona solar por los métodos ordinarios de la astrofísica, fotografía, espectroscopía y fotometría. Se concibe que un estudio así llevado no progrese rápidamente.
Hace diez años, este programa clásico se aumentó con una nueva investigación, la del efecto de Einstein, es decir del desplazamiento aparente de las estrellas por el campo de gravitación del Sol. Se ha comprobado que la luz se desviaba ligeramente a su paso por este campo, pero este descubrimiento es insuficiente por sí mismo: falta precisar, mediante nuevas medidas, más exactas la ley experimental de la desviación.
En fin, recientemente, se ha preguntado si la propagación de las ondas cortas de la radiotelegrafía no podría ser perturbada por el eclipse como lo es frecuentemente por causas todavía no definidas. Así, sobre la proposición del general Ferrié, la Oficina de Longitudes agregó por primera vez radioelectricistas a los astrónomos encargados de observar el eclipse del 9 de mayo. La misión comprendía a M. Jean Bosler, director del Observatorio de Marsella y M. Gallissot, su ayudante; señores Danjon, Rougier y Lallemand, astrónomos del observatorio de Estrasburgo; el comandante Talón, del ministerio de la Marina, y M. Galle, ingeniero del laboratorio nacional de radio-electricidad, quienes debían efectuar, en colaboración, las investigaciones de la telegrafía sin hilos.
La sombra de la Luna, cuyo diámetro no alcanzaba 200 kilómetros, no debía barrer sino muy pocas tierras en su trayecto por la superficie del globo, la extremidad norte de Sumatra, la parte media de la casi isla de Malacca, la punta de Camau, que termina al sur de la Cochinchina, algunas islas que dependen de esta colonia, en fin, una parte de las islas Filipinas.
Las previsiones astronómicas y meteorológicas dejaban la selección indecisa entre estas diversas regiones. Las probabilidades del buen tiempo cruzan de Oeste a Este, pero, en cambio, la duración del eclipse, lo mismo que la altura del Sol sobre el horizonte durante el fenómeno, iba en disminución; se podía pues titubear. Pero había para la Oficina de longitudes grandes ventajas al instalar su misión en tierra francesa, y, después de un maduro examen, se escogió el archipiélago de Poulo-Condore, más próximo de la línea de centralidad que la punta Camau, más accesible y más salubre también.
Los correos del Extremo Oriente pasan todos cerca de esta isla, en donde Saint-Saens, se dice, vivió, y cuyo nombre viene tan a menudo a la pluma de Loti. Los paquebots de la línea francesa de Saigon a Singapur (sic.) hacen escala cerca de la aldea de Poulo-Condore, en el anclaje de la Piedra Banca, muchas veces durante el mes. Sin embargo, pocos europeos desembarcan ahí; de tiempo en tiempo, un funcionario viene a buscar el reposo en un paisaje menos hostil que el de la planicie cochinchina. Las alturas que rodean la bahía del Este ofrecen a la mirada contornos redondeados; están revestidas de árboles, que, de lejos, recuerdan los encinos alcornoques; las cigarras cantan como en Provenza y el azul del mar completa la ilusión.
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Pero Poulo-Condore es un presidio. Ahí no viven más que el personal de la penitenciaría, una compañía de infantería colonial y cerca de mil quinientos condenados indígenas llegados de todas partes de la Indochina. Esta vecindad no bastaba para asustarnos: contábamos con la vigilancia del servicio de guardia. La existencia de esta pequeña colonia nos aseguraba a la vez alojamiento, revituallamiento, materiales y mano de obra. Todo esto nos fue dispensado liberalmente por el director de las islas y de la penitenciaría, M. Bouvier, fiel intérprete de las instrucciones que el gobernador general Pasquier había tenido a bien dar a los miembros de la colonia. Nuestra tarea fue grandemente facilitada por estas preciosas colaboraciones. Fue así como el servicio de los trabajos públicos se encargó de la construcción y de la instalación de las barracas con techo movible destinadas a la protección de nuestros instrumentos. El coronel Maille, director del Servicio Geográfico de la Indochina, había delegado al comandante Villatte en Poulo-Condore, muchos meses antes de nuestra llegada, para que reconociera los emplazamientos definitivos, dispusiese las barracas y edificara los pilares de hormigón para nuestros anteojos. El comandante Villate que debía quedar con nosotros hasta el fin de nuestra misión, nos ayudó cotidianamente en nuestra tarea con una competencia, un tacto y un buen humor que desafiaba todas las pruebas.
Tres semanas después de nuestro desembarco, cuando el gobernador general, que volvía de Java, se detuvo en Poulo-Condore para visitar nuestras instalaciones, pudimos mostrarle los principales instrumentos enteramente montados y listos. El almirante Stoz, cuya muerte prematura deplora hoy la marina nacional, acompañó a M. Pasquier con su estado mayor y los oficiales del “Jules-Michelet”.
El eclipse debía durar un poco menos de cinco minutos. Para estar en condiciones de ejecutar durante este corto espacio un programa relativamente cargado, obtuvimos el concurso de muchos oficiales de marina que pertenecen a los navíos estacionados en Saigon o que cruzaban el mar de la China: el “La-Perouse”, el “Inconstant” y el “Alerte”. En las dos últimas semanas, repetimos con ellos una gran cantidad de veces, todas las operaciones que debían ser ejecutadas durante el eclipse total. Esta colaboración entre marinos y astrónomos, animados de un mismo ardor, perdurará en nuestra memoria como uno de los mejores recuerdos de nuestra carrera.
Desgraciadamente teníamos que contar con el estado del cielo. La lluvia cayó casi sin interrupción desde el 5 hasta el 7; el día 8 nos trajo promesas de mejoramiento y la del 9 comenzó bien: el Sol se elevó en un cielo claro. Pero pronto las nubes aparecieron de nuevo; el comienzo y el fin del eclipse parcial- sin interés para nosotros por lo demás- se perdieron. Por una feliz casualidad, la cortina de nubes se abrió durante la totalidad dejando ver la corona solar de un bello blanco azulado, las protuberancias rojas, los planetas y algunas estrellas.
¡Era tiempo! El velo se espesó de una manera inquietante cuando la luz solar salía de nuevo. Los días siguientes fueron de Sol y el del 12 fue espléndido. Así se cumplieron más o menos las profecías de los meteorólogos.
Las observaciones recogidas no serán aprovechadas completamente sino antes de algunos meses. En todo estado de causa la presencia de las nubes no podía obstaculizar a los radioelectricistas: el comandante Talon y M. Galle han hecho curiosas observaciones concernientes a la propagación de los parásitos y de los ecos retardados. Las observaciones espectroscópicas sufrieron y sucederá lo mismo con las observaciones relativas al efecto Einstein: las imágenes estelares estaban violentamente agitadas, y los clisés no podrán ser utilizados. Pero la misión de Estrasburgo recogió medidas fotométricas y calorimétricas, lo mismo que fotografías de la corona. Una de ellas, obtenida con un astrógrafo doble de 3.75 metros de distancia focal (montadura Mailhat-Prin, objetivos Couder) da una idea muy exacta del aspecto que presentaba, a ojos desnudos, esta gloria cuyos rayos se prolongaba a más de un grado del borde solar. Una de ellas forma un arco que se eleva por encima de la fotósfera a más de dieciocho veces el diámetro de la tierra, o sea 239,000 kilómetros.
Junta dos puntos del globo solar distantes cuando menos 300,000 kilómetros.
Otra fotografía obtenida a través de una pantalla roja, da menos claramente los detalles de la baja corona, pero revela de manera notable la estructura de la corona exterior, que se resuelve en una multitud de crestas y penachos. Obtuvimos igualmente excelentes imágenes de luz infrarroja sobre placas sensibilizadas por la neocianina. Su comparación con los otros clisés proporcionará indicaciones sobre la temperatura de la corona.
El cielo quedó bastante luminoso durante la totalidad, para que se pudiese leer, al menos fuera de las barracas. No era la noche, sino un bello crepúsculo. El horizonte estaba particularmente alumbrado. Los animales no reaccionaron claramente; fue apenas si las palomas empezaron a volver al palomar hacia el final de la totalidad. En cuanto a los presos indígenas no nos manifestaron ningún asombro ante el fenómeno inesperado: ha pasado el tiempo en que los eclipses totales sembraban el temor. Habían seguido nuestras preparaciones con curiosidad un poco irónica, pero en ninguna forma hostil. Si creímos mejor hacer guardar de un modo permanente nuestras barracas fue porque podían facilitar excelentes almadías y había que desalentar de una vez toda tentativa de evasión.
DONJON
Jefe de la misión del Observatorio de Estrasburgo
ILUSTRADO
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