"Desde que somos pequeñas nos dan un muñeco de plástico, empezamos a ser madres con dos años y nos preguntan cuántos hijos queremos a tener. Pero recién ahora me estoy haciendo la pregunta correcta: ¿quiero ser madre?"
Y la respuesta no es clara para la artista y escritora española Paula Bonet (Vila-real, 1980). Se lo cuestiona después de haber vivido dos abortos espontáneos en año y medio, que interrumpieron embarazos muy deseados.
El primer aborto fue muy doloroso, "porque no entendía lo que estaba sucediendo y porque se me responsabilizó de aquella pérdida. Sentí que tenía una tara, no podía vivir el duelo. La segunda vez me di cuenta de que había formado parte de un silencio del que ya no quería participar."
Por eso, en un acto que al principio le pareció "suicida", decidió compartir lo que le pasó en cuerpo, en el corazón y en la cabeza en su libro Roedores, cuerpo de embarazada sin embrión (Randomhouse), un díptico que une dos de sus talentos: la ilustración y la escritura.
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Quien lo tiene en sus manos abre un acordeón con dibujos de roedores y puede leer su diario de dos abortos:
Muchas mujeres sufren abortos espontáneos / con dolores terribles, algunas pierden / muchísima sangre. / Yo no tuve dolores ni hemorragias. / Mi ratoncita estaba allí quieta / como una osa silenciosa / en hibernación. / Tuvieron que sacármela.
Originalmente el libro era un regalo para la hija que esperaba, pero decidió sacarlo del cajón donde lo había guardado. Para ella era un libro infantil, pero ahora comprende que contenía "todo mi terror, toda la ansiedad que vives en un segundo embarazo temiendo que vuelva a pasar lo mismo".
Bonet, que acaba de recibir la Medalla al Mérito Cultural de la Generalitat Valenciana, habló con BBC Mundo antes de viajar a Perú, donde participa en el Hay Festival de Arequipa.
¿Por qué después tu primer aborto hablas de tara (defecto) y de culpa?
La idea de tara viene porque nos venden que feminidad y maternidad son lo mismo y como tu cuerpo puede gestar, tienes que traer hijos al mundo. Y yo misma me otorgo la culpa, porque debí haber parado un poco. Sentí que había fallado. Sin saber que estaba embarazada salí por las noches y cuando lo supe, no dejé de trabajar y ni de inhalar el aguarrás que necesito para pintar. Me lo repetía a mí misma, pero mi contexto también me culpaba.
La segunda vez, se me dijo: ahora hazlo bien. Anulé trabajos, compraba comida ecológica y cocinaba en casa, intentando ser la madre perfecta, pero volvió a suceder.
¿Cómo lo viviste esa segunda vez?
Pude entender que no soy la responsable, porque incluso el protocolo médico te considera culpable. Tiene que ocurrirte tres veces para que el foco gire hacia el padre, porque a lo mejor el problema no está en tu cuerpo, sino en de él o hay una incompatibilidad genética.
Yo había vivido tres meses embarazada y me había sometido a dos legrados; no quiero imaginar como será para mujeres que tienen que parir un hijo de 8 meses muerto y que después intentan dormir escuchando llantos de niños que no son el suyo.
Las mujeres tenemos voz y no hay que pedir permiso para usarla, solo alzarla y ser sujetos con discurso propio. Empezar a nombrarnos y conseguir que no se produzcan estas atrocidades.
Muchas mujeres sufren (sufrimos) abortos espontáneos, pero saben (sabemos) poco en realidad ¿qué información tenías tú en ese momento?
Que había cumplido 36 años y gracias a otras mujeres que empiezan a contar su experiencia, supe de muchas que llegan a los 40 sin ser madres, porque no pueden mantenerse y en el momento que se plantean la maternidad económicamente hablando, sus cuerpos no se lo permiten.
Pensaba que a los 36 lo más complicado era quedarse embarazada, no que el embarazo llegara a buen puerto. Entonces, en una lucha contra el tiempo, empiezo a querer ser madre.
En tu libro dices: "Experimentaré lo animal del parto, la sangre, el sudor y la fuerza", ¿ese era tu deseo?
Sigo queriendo exprimir mi cuerpo hasta que no quede más.
Tengo un amigo chileno, un grabador maravilloso, que dice que no va a dejarle a los gusanos apenas nada, quiere vivirlo todo. Y yo, como mujer que puede gestar, siento una atracción por lo animal, por el momento, no solo de gestar, sino de parir. La sangre, el sudor y la fuerza de traer al mundo un ser vivo.
Y me parece interesante poder nombrarlo así, porque gracias a contarnos podemos entender que para otra mujer eso es lo último que le atraiga de un embarazo o de la maternidad.
Pocas veces se expresa de esa manera, normalmente el embarazo se muestra hacia afuera con un halo edulcorado, nada animal.
Para mí es muy importante el vínculo literario, poder acompañarme de lecturas que correspondan mi momento vital.
Cuando me quedé embarazada y busqué literatura sobre maternidades encontré apenas nada. Con el aborto me ocurrió lo mismo.
Hay una escritora española, Rosa Moncayo, que en su libro Dog café cita el deseo del aborto y además lo practica, un aborto voluntario. También aparece en El Acontecimiento, de la escritora francesa, Annie Ernaux.
Pero me daba rabia que la lectura de fácil acceso mostraba el embarazo como algo falso, de color rosa, lleno de purpurina. Por eso, el mismo día que la doctora me comunicó que a mi embrión no le palpitaba el corazón, crucé una línea que para mí era importante. En las redes sociales, que uso como escaparate para mi trabajo, porque la intimidad la trato siempre a través del filtro artístico, decido saltarme ese filtro y colgar una selfie en el ascensor de mi casa con aquella tripa de embarazada, sabiendo que contenía un embrión muerto.
¿Qué te hizo desnudarte con esa crudeza?
Creo que es importante mostrar esta cara de la maternidad también y defender lo femenino como universal. Dejar el discurso de que las mujeres hablamos de cosas que solo interesan a las mujeres.
Me he dado cuenta de que a muchas no solo se las borra de la historia, sino que a las que son imborrables, como Mary Shelley, se las desvirtúa.
Para mí es importante el contexto de cualquier obra. Saber que Frankenstein fue escrito después de que Mary Shelley tuviera 4 abortos espontáneos; descubrir que su madre no sobrevivió a su parto y que ella finalmente tuvo un niño que murió a los pocos años, me hace comprender que Frankenstein habla del abandono, de la creación de vida, de la imposibilidad para crearla, de la muerte.
¿Por qué se borra la experiencia femenina?
Cuando comienzas a estudiar el tema de la maternidad, ¿qué descubres?
Que no hay una sola, que hay maternidades, pero se nos vende una idea estrecha y poco moldeable, quien no la cumple es mala madre. Que el instinto maternal se presenta como algo inapelable, pero es una cuestión cultural. Y que al final, la maternidad también es una forma de control de las mujeres.
En España, durante la dictadura del franquismo, hubo muchísimos niños que se robaban a madres republicanas y se entregaban a familias que estaban de acuerdo con el régimen. Muchas de ellas parían en las cárceles hijos fruto de violaciones. Para torturarlas se los arrancaban inmediatamente o los dejaban con ellas sin ayuda, viendo como se les morían. La maternidad como una forma de tortura.
Aborto es una palabra que cuesta siempre pronunciar. Aún se apunta a las mujeres que lo eligen, en algunos casos acusadas de asesinato. ¿Qué te provoca?
Me provoca entendimiento, me conecta con la vida, porque cuando es decidido, debería significar que cada mujer es libre, que no hay gobierno que pueda intervenir sobre su cuerpo.
Pero también me conecta con la tristeza y la rabia de querer gestar a un ser vivo y que no haya acabado viviendo. Tiene connotaciones vitales y otras vinculadas con la muerte de un modo muy cruel.
También utilizas el término embrión en vez de hablar de hijo o hija, ¿hay una decisión ahí?
Sí, pero el libro lo he dedicado a mi hija. Dije embrión porque es lo que era y lo dedico a mi hija porque es lo que era. Biológicamente era un embrión y emocionalmente era un ser humano para mí, pero eso no significa que no entienda que para otras mujeres no es un ser humano.
En el diario cuentas: "Pero al ratón se le paró el corazón y se quedó allí dentro, quieto, mudo. Como si no quisiera molestar. Estoy segura de que aquel ratón era una ratona"¿De dónde viene esa seguridad?
Es una licencia poética, pero hay una decisión, porque al principio los llamaba ratón y como las dos veces supe que habían muerto durante una revisión, porque no había latido, pensé que se estaban comportando como se nos exige a las mujeres ¿no? Bien colocaditas, con una sonrisa, complacientes; podemos hacer cosas, pero no tantas, para que no destaquemos demasiado.
Entonces, me dio la impresión de que fueron dos mujeres, porque se fueron sin armar ruido, pidiendo perdón por haber existido durante tres meses.
¿Qué te comentan quienes han leído tu libro?
Es un libro que para muchas mujeres y hombres puede ser doloroso, pero está claro que se necesitaba hablar de ello. Desde el comienzo fui consciente de que quería ser la mano que escribe y pinta, pero no iba a ser la protagonista, tenía que dar voz al mayor número de mujeres posibles.
No es un libro que busca consuelo, ni se revuelca en el llanto, no es un libro de plañideras. Simplemente intenta nombrar una realidad despojada de todo ornamento, que se aleje de la cursilería que asociamos a la maternidad y sobre todo que estuviera lleno de vacíos.
La parte mas íntima, que podría rozar la pornografía emocional, está en esos silencios, porque allí es donde cada mujer pone su experiencia y puede hacer el texto suyo. Las historias que me han llegado a través del libro, me emocionan más que la propia y me alejan de la idea de que yo era una suicida cuando decidí publicar esta experiencia.
¿Cómo sigue tu camino de maternidad?
He encontrado alivio y respuestas pintando. La relación con la mancha en la tela me lleva a preguntas para las que no tengo las palabras. Lo femenino está muy vinculado a lo abstracto. Pinté muchos embriones y no acababa de entenderlo, pero sentía cierta liberación cuando lo hacía.
Estando en el Taller 99, mi refugio en Santiago de Chile, comprendí que lo que tenía que plasmar eran seres con malformaciones, porque es lo que había estado gestando. Cuando lo visualicé, empecé a hacer las paces con mi cuerpo, con mi experiencia y con el mundo.
Ahora estoy pintando embriones que tienen los cromosomas triplicados y que nunca podrían haberse convertido en ser un ser humano. Y suerte que tuvieron, y que tuve, de que se les parara el corazón a las 12 semanas.
Y volviendo a "la pregunta correcta" que te estás haciendo ahora, después de un año y medio: ¿quieres ser madre?
Sigo queriendo entender, estoy más cerca de lograrlo y de la serenidad que intento conseguir. Pero no sé cuál es mi vínculo con la maternidad, con las maternidades. Siento que he sido madre, he gestado dos veces, he proyectado dos vidas y aquí está el libro para mi niña, entonces, claro que he sido madre. Me falta experimentar la parte animal, pero no sé qué va a suceder y no quiero presionarme para saberlo.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y 11 de noviembre de 2018.
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