Más Información
Guadalupe Taddei solicitará ampliación del presupuesto para la elección judicial a la Cámara de Diputados; “si funciona, estaremos mejor en calidad y resultados"
Sheinbaum es una "consumidora voraz" de información: José Merino; el tablero de seguridad, herramienta clave, destaca
IMSS-Bienestar asegura mantener contratados a 2 mil trabajadores en entidades no adheridas al organismo
Rosa Icela Rodríguez se reúne con próximo titular del INM; “arrancaremos el 2025 con mucho trabajo”, asegura
SSa llama a tomar medidas preventivas ante bajas temperaturas; pide proteger salud por temporada invernal
Muchas gracias a Fundación unam por invitarme a compartir un poco de la historia de mi vida como un egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) y feliz contribuyente a los esfuerzos de dicha Fundación.
Soy el orgulloso hijo (uno de cinco) de un matrimonio de dos campesinos adolescentes que migraron de una preciosa, aún ahora, ranchería en el estado de México a la imponente y hostil Ciudad de México, entonces Distrito Federal. Esta es una historia compartida con muchos mexicanos, en ese tiempo y en la actualidad, y muestra lo que las instituciones públicas representan para estas personas y su descendencia en países donde la pobreza ha sido un lastre difícil de combatir: movilidad social. También es cierto que dichas instituciones no garantizan esta movilidad, pero sin ellas, casos como el que me permito compartir nunca hubieran ocurrido.
El sistema público de educación, con todos sus defectos, simboliza un salvavidas para muchos niños y jóvenes en ambientes sociales violentos y discriminatorios. En el particular caso que nos atañe, la unam, incluyendo su sistema de bachillerato, me salvó la vida de muchas maneras. Aunque esto último podría sonar exagerado, el acceso a escuelas con instalaciones a las que yo nunca habría tenido aproximación de otra forma, me salvó de muchos peligros que asechan a nuestros adolescentes y jóvenes incluso ahora. En la unam tuve acceso a grandes bibliotecas y aulas, a las primeras computadoras de gran escala y personales, a laboratorios, a instalaciones deportivas, a centros culturales, a espacios naturales urbanos que nunca hubiera podido disfrutar de otro modo, debido al origen y a la situación socioeconómica de mi familia.
Durante mi estancia en la Escuela Nacional Preparatoria conocí a algunos de mis mejores amig@s, que me han acompañado durante toda mi vida; también tuve maestros excepcionales tanto en ciencias como en humanidades que me han hecho olvidar a aquellos que nos engañaron con su desprecio a la noble y dignísima labor de la docencia. Todavía recuerdo con emoción cuando me enteré de que había sido aceptado primero en el bachillerato de la unam y después en el sistema de licenciatura en la Facultad de Ciencias (fc) de la unam.
La fc me ofreció acceso gratuito a conocimiento científico de primera, maestros comprometidos y mentes brillantes en ambos lados del salón de clases. Aún ahora y hasta el fin de mis días recordaré las impresiones que muchos maestros y compañeros dejaron en mí. Algunos de mis compañeros han sido mis mejores amig@s toda la vida y algunos de los maestros pasaron de ser mentores a amigos entrañables a los que admiro más cada día. Para un joven en cuya casa jamás se hablaba de ciencia, participar de la vida escolar y académica en uno de los centros de conocimiento científico más importantes de México representa mucho, de hecho, todo.
En la fc conocí a todo tipo de personas, de allí su riqueza. Compartí los salones de clases y la experiencia de vida con estudiantes de varios estratos sociales u orígenes. Tuve compañeros que venían de familias con padres y abuelos con educación superior e incluso algunos con familiares académicos, investigadores y científicos reconocidos. También tuve el privilegio de convivir con amigos que viajaban durante varias horas para llegar a tomar sus clases de las 7:00 am a la Facultad, a pesar de que tenían limitaciones físicas importantes. Algunos de ellos y yo no hubiéramos podido acceder a una educación superior si hubiéramos tenido que pagarla; entonces nuestra historia sería otra.
No quisiera ser ingrato con todos los profesores que me ayudaron a combatir mi ignorancia durante mi estancia en la Universidad, pero sí quiero reconocer a algunos de ellos que por razones muy personales considero cruciales en la forma en la que mi vida ha terminado desenvolviéndose. Les estoy eternamente agradecido a Hanna Oktaba, Sergio Rajsbaum Gorodezky, Ana Meda Guardiola, Begoña Fernández Fernández, Beatriz Rodríguez Fernández, María Emilia Caballero Acosta, Laura Hidalgo Solís y Abdon Sánchez Arroyo, entre muchos otros.
Ahora trabajo en otra de las grandes instituciones públicas de México, que me ha dado muchísimo también: el Banco de México. Después de 26 años de trayectoria, una maestría y un doctorado en la Universidad de Essex en el Reino Unido, puedo decir que gracias a la unam he podido contribuir y regresar a mi país un poco de lo generoso que ha sido conmigo por medio de sus instituciones públicas. Soy también agradecido miembro de la comunidad científica mexicana a través del Sistema Nacional de Investigadores (sni) del Consejo Nacional de Humanidades Ciencias y Tecnologías (conahcyt). Gracias al apoyo de dicho Consejo y del Banco de México pude realizar mis estudios de posgrado en el extranjero.
Gracias a todas estas instituciones públicas he tenido oportunidad de crecer en muchos aspectos de mi vida y he podido experimentar cosas que desafortunadamente están muy lejos de la mayoría de la gente en mi país y en el mundo. He visitado museos y galerías importantes y lugares donde se gestaron acciones y movimientos que definieron la vida de nuestro país y su gente. Gracias a la unam, he conocido a verdaderos héroes personales y figuras admiradas desde mi infancia; figuras de la talla de Carlos Fuentes, Mario Molina y José Sarukhán.
Sin estas instituciones públicas, mi vida y la vida de millones de personas habría sido muy diferente. Probablemente nunca me hubiera sido posible escapar de la pobreza, y con esto no quiero decir que ser pobre sea malo, lo que quiero resaltar es que la pobreza que inmoviliza, que angustia, que frustra y que aniquila no se puede combatir efectivamente sin instituciones públicas. Es por ello que atacar estas instituciones significa atacar las oportunidades que ellas han creado para millones de mexicanos que quieren lo mejor para su familia, nuestra sociedad, nuestro país, la naturaleza y las generaciones venideras; su labor y relevancia van mucho más allá de las personas, sus egoísmos y mezquindades.
Quiero de nuevo agradecer a Fundación unam por la invitación y felicitarla por la encomiable labor que realiza cada día. Aquí quiero terminar pidiendo a mis colegas egresados de la unam que la defendamos, por el bien de México, de las generaciones venideras y de las oportunidades que se merecen, oportunidades que nos merecemos todos los seres humanos.
Gerente de Análisis y Políticas de Riesgos Ambientales y Sociales en el Banco de México
*El punto de vista expresado en este artículo (nota) es estrictamente personal y no representa el punto de vista del Banco de México o su Junta de Gobierno.