Medellín, Colombia.- Si tiene puertas de acceso la ─tal vez la mayor área de espacio público en el centro de esta ciudad y reconocida porque tiene expuestas para todos 23 grandes esculturas de Fernando Botero─ entonces la promesa de espacio público ya no se cumple.

Es lo que ocurre después de que el gobierno local tomara la decisión de cercarla para frenar la inseguridad que, se argumenta, espanta a los turistas. Aunque el alcalde, Daniel Quintero, en respuesta al artista Fernando Botero denomine su estrategia como un Abrazo a Botero –el cinismo le caracteriza-, lo que ahora pasa en la plaza que alberga la colección, es que ya no brinda libertad para desplazarse por ella de la manera como quiera cada ciudadano.

Es evidente que la plaza no se ve llena como en otros tiempos; eso sí, está muy limpia. Fuera del cerco quedaron las vendedoras de tinto (café,) y lotería y las trabajadoras sexuales; ¿los ladrones? no se sabe. Adentro sólo están los vendedores de artesanías. Por eso un visitante frecuente opina que después de la seis de la tarde aquello parece un cementerio.

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A finales de enero la administración de la ciudad decidió instalar una serie de vallas que rodean todo el conjunto por diversas calles, y cuatro puntos de control donde 12 policías vigilan quién entra al espacio y quién sale. La comunidad cultural protestó e, incluso, el pintor y escultor manifestó en una carta dirigida a la titular del Museo de Antioquia”:

“He seguido con cuidado las noticias sobre la Plaza Botero, tanto aquellas que hablan de los problemas de seguridad, como estas últimas sobre su cerramiento. Por ello quiero expresar que desde siempre mi voluntad fue que este espacio fuera para toda la ciudadanía y que el Museo de Antioquia fuera su principal cuidador”.

A inicios del milenio la plazuela vivió su mayor transformación cuando en su espacio se instalaron 23 esculturas de grandes dimensiones de Fernando Botero, como parte de las donaciones que hizo el artista a la ciudad de Medellín -donde nació en 1932-, y al Museo de Antioquia que forma parte del conjunto de la plaza.

Bullicio, transporte agitado, comercio ambulante, música de todos los calibres, tránsito continuo de gente: la zona en torno de la plaza y del museo es caliente. Su variedad de ritmos también se nota en la arquitectura. Hay un contraste que va desde lo colonial (Iglesia de la Veracruz), hasta lo moderno (edificios comerciales), pasando por lo republicano (la sede del Museo). Sí, es verdad que en el centro de Medellín se ven muchos habitantes de calle, que hay ladrones, vendedores ambulantes, vendedores de lotería y otras promesas de fortuna, y a todos ellos se añaden muchos turistas extranjeros que llegan al centro en busca de la plaza Botero.

El cerco con vallas de la Policía ahora es parte del paisaje que colinda con el Palacio de la Cultura, con hoteles de paso y con la colonial iglesia de la Veracruz en torno de la cual siempre estuvieron las trabajadoras sexuales, los vendedores ambulantes, las tinteras.

“Está muy aburridor”, dice una mujer sentada en una de las bancas. “Yo aquí me la rebusco. Iba bien, pero ya no está como tan bueno. Desde que cerraron el parque se acabó el trabajo. Por ahí me dijeron que Fernando Botero está todo enojado con el alcalde que porque él no tenía por qué cerrar el parque. Se ve muy solo”.

Algunas tardes, desde hace tres semanas, cuando no le permitieron entrar a trabajar, Aurora se sienta a esperar en otra banca a ver si algo cambia. Es una mujer venezolana que hace dos años vende en una cachaza dulces, tintos y chicles. “Aquí trabajaba, con eso me ayudaba a pagar mi arriendo, y me dejaron sin trabajo. Soy trabajadora informal, y estamos sin sustento para llevar a la casa. No le veo el cambio para nada a la plaza, igualito siguen robando, igualito sigue la prostitución; igual sí está un poquito más aseado”. Son 60 los trabajadores que fueron removidos, de acuerdo con la mujer. “Venía de siete a siete, los domingos también porque yo soy cabeza de familia, tengo cuatro hijos. Esto nos orilla a hacer lo que hacen las mismas muchachas, no me gusta sin más la situación que está ahorita. Todos necesitamos comer, que yo sepa esto es algo libre”.

Para los vendedoros de artesanías, la historia no es igual. Edison celebra que “ya no entren los vándalos” y añade: “Había mucho desorden, en cambio así ya quedó organizado. Lo criticaron pero fue más para un bien, gloria a Dios”. Su compañero lo apoya: “El parque, vea como está de limpiecito, pero este parque abierto a todo el público y a todo el mundo, de noche, se llena de gamines (habitantes de la calle). Aunque es muy incómodo el parque cerrado porque si uno necesita algo tiene que salir a buscarlo”.

El asunto no quedó zanjado con la respuesta que el alcalde Quintero dio al artista. Lo de la plaza Botero es un ejemplo del abandono del centro de la ciudad, y de la situación en que se deja tanto a los ciudadanos como al arte público.

En Medellín, el centro ha vivido en los últimos años una gran transformación por la salida del poder político –que justo se hallaba en estos edificios de la plaza-, los comerciantes, las grandes clínicas, las grandes empresas, los centros comerciales y la población que se desplazó hacia el sur de la ciudad. Sin embargo, este fue uno de los espacios más activos en cuanto al comercio, el transporte, con sus pasajes característicos y sus calles con nombres de batallas célebres en la historia patria, y con sus parques emblemáticos, el Berrío y el de Bolívar. Esa transformación urbana ha ido orillando al centro.

Juan Bernardo Gálvez, actual director del Claustro de Comfama –centro cultural que forma parte de la Caja de Compensación Comfama y que proyecta un amplio desarrollo cultural en el presente y futuro de Medellín desde el propio centro de la ciudad- conoce muy bien la transformación de esa zona de Medellín. A finales de 2009 y hasta 2013, aproximadamente, durante el gobierno de Sergio Fajardo y luego en el de Alonso Salazar, encabezó la gerencia del Centro.

Cuenta que el centro de Medellín es un área donde habitan alrededor de 80 mil personas, pero que durante el día es ocupada por más o menos un millón 400 mil personas de los 2,5 millones que, en total, viven en esta ciudad. Y uno de los fenómenos más fuertes es que estos ciudadanos que ocupan el centro no tienen una relación de apropiación con ese espacio. De ahí que entonces se emprendieron acciones que proponían proyectos sociales que a su vez generaban proyectos urbanísticos.

“Partimos de que el objeto de la transformación no es la ciudad sino el ciudadano”, dice en entrevista.

Recuerda que para entonces ya existía la plaza Botero, impulsada por una administración anterior. Ellos, por su parte, hicieron peatonal una de las calles ampliando la noción de espacio público.

“En ese sector era tradicional que, junto a la iglesia de la Veracruz, que está junto al museo, estuvieran las prostitutas. Esto puede sonar para algunas mentes aterrador, pero es un elemento tradicional. Creímos que había que respetar ese contexto. El museo, por su parte, emprendió un proyecto con un alto contenido social, se trabajó con esos grupos sociales, se les dio visibilidad y se transformó la visión de que estos grupos eran los que afeaban el espacio público. Por el contrario, estas personas son las que lo habitan, las que están ahí, las que se responsabilizan de ese espacio”.

Gálvez recuerda que con distintos procesos, las diferentes administraciones de gobierno de la ciudad han tratado de trabajar con los problemas que hay alrededor de la Plaza Botero, pero entonces llegó la actual administración: “Yo tengo una visión, que desde Platon ‘gobernar es educar’, y al que le queda grande gobernar se dedica a prohibir. Lo contrario a gobernar es prohibir.

Entonces, como no puedo garantizarte tu vida y bienes 24 horas al día, te pongo una hora y a partir de esa hora yo ya no respondo por ti. Eso es renunciar a uno de los objetivos del Estado. Prohibir es la forma fácil que ubican los gobernantes a los que les queda grande gobernar. O que no les cabe en la cabeza que la educación es la base de la transformación social; como te decía, los que no entienden que la base de la transformación social son los ciudadanos. Entonces, la decisión del gobierno es:

‘Como soy incapaz de contener los fenómenos que suceden, encierro’. Un encierro que se quiere mostrar que es para proteger a los turistas, pero tiene un trasfondo filosófico muy grande: renunciar a tu deber de atacar los fenómenos que están sucediendo. Entonces ‘aíslo, meto a los turistas en una urna de cristal y el resto de la ciudad no importa’. Es, desde mi perspectiva, la incapacidad de entender los fenómenos sociales, la prostitución se da en todas las ciudades; y la decisión aquí es reprimirlas porque se ven feas”.

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