Roger Bartra (Ciudad de México, 1942) ha ido al cerebro en búsqueda de la conciencia y el libre albedrío. Ha acometido el estudio de ese órgano “arrugado y grasoso” para determinar si ahí habita la libertad e incluso la identidad. En esa investigación de varios años abordada desde la antropología, que es su territorio, pero también desde la cultura, el arte, el cine, la música, la filosofía y el lenguaje, ha llegado a la conclusión de que el cerebro adolece de una dificultad muy grande para procesar símbolos, “que el cerebro solo y los sistemas neuronales solos no pueden procesar los símbolos y que necesitaban del entorno social y sobre todo de un fenómeno social, cultural, básico, fundamental, que es el lenguaje”.

Ese contexto exterior al cerebro es denominado por Bartra como memorias artificiales, sistema simbólico de sustitución y más puntualmente, prótesis cultural, que considera como un exocerebro, y que sin duda tiene que ver con las nuevas tecnologías, las máquinas, los robots, los cyborgs, la inteligencia artificial e incluso la conciencia artificial.

El antropólogo por la ENAH, doctor en Sociología por la Universidad de París e investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, que es autor de obras como La jaula de la melancolía, Chamanes y robots y El salvaje artificial, dice en entrevista que, como muchos antropólogos, comenzó estudiando el problema de la conciencia social, luego devino en la conciencia nacional, las conciencias étnicas, la identidad nacional y en los últimos años la conciencia y la libertad, temas de su libro Antropología del cerebro. Conciencia, cultura y libre albedrío, recién publicado por Grano de Sal.

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¿Para un científico social como usted, el cerebro es el gran territorio por explorar más aún en tiempos de máquinas?

Me pareció fascinante porque era entrar en un territorio que no había sido explorado. Es decir, que sí ha sido explorado por miles de neurocientíficos, pero donde los etnólogos, los antropólogos, los sociólogos, los historiadores se mueven mal, le tienen pánico también a esa dimensión biológica. Es otro de los miedos ancestrales que han tenido que soportar los humanos, el hecho de que su lado animal, biológico, domine sobre el lado humano, cultural, civilizado. El animal frente a lo civilizado, y como evidentemente los humanos somos animales, somos unos mamíferos no tan diferentes a otros mamíferos, pues hay también no solamente el miedo de que los robots nos invadan, sino que nuestro lado biológico, instintivo, corporal, carnal, etcétera, se apodere de nosotros y perdamos posibilidad de desarrollarnos como humanos.

¿Y usted analiza entonces este órgano con nuevo enfoque y herramientas?

Por supuesto. Eso hace que el terreno del cerebro, que es un espacio biológico, le parezca a un antropólogo como a mí, un espacio a descubrir, aunque ha sido hollado por los neurólogos desde hace muchísimo tiempo; entonces es aventurarse, pero con nuevos instrumentos, con los instrumentos de un antropólogo que está examinando la importancia del sistema simbólico, de la danza, de la música, de las costumbres y sobre todo del habla y del lenguaje.

En ese sentido, es una sensación típica del antropólogo que se adentra en un espacio donde viven salvajes, primitivos. Sin embargo, claro que no hay nada eso, pero sí hay una sensación de estar explorando un territorio nuevo y eso es lo que yo me propuse, meterme al cerebro, pero utilizando herramientas que usan los biólogos, los neurocientíficos, pero sin olvidar que soy antropólogo y que tengo otras herramientas para examinar eso. Esas herramientas me permitieron descubrir eso que yo llamo el exocerebro, esas conexiones del cerebro con el sistema de sustitución de símbolos, que es la esencia de este libro.

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¿Cómo influye la cultura al cerebro y a la libertad, cómo influye la música, el cine, las tecnología, estos algoritmos que ahora parecen determinarnos?

Partimos de una especie de miedo a que esas prótesis tecnológicas, desde aquellas que eran meramente mecánicas hasta las nuevas tecnologías digitales; siempre ha habido una especie de terror ante el hecho de que la tecnología nos impida desarrollarnos como humanos, que lleguen las tecnologías a organizarse de tal manera que nos dominen. Es en su extremo la pesadilla de los robots tomando el poder. En esa pesadilla lo que ocurre es el miedo a que nosotros nos convirtamos en las prótesis de esas máquinas.

De momento, las máquinas, como este aparato inteligente que es el teléfono, son nuestros esclavos, están a nuestras órdenes y nos obedecen. Hay pequeños momentos en que parecen actuar por sí mismas, pero básicamente los dominamos; sin embargo, hay el miedo de que estas prótesis se conviertan en robots inteligentes, que dejen de ser prótesis y nos utilicen a nosotros. Es como si en un juego de realidad virtual, de repente esa realidad virtual digital toma el poder y use al que está jugando como la prótesis para reproducirse para sus propios fines.

En una tradición humanista siempre ha habido la idea de defender a lo humano ante lo artificial, ante lo técnico, etcétera, pero eso artificial es lo que nos hace humanos, porque somos animales que si tenemos conciencia es precisamente porque somos entes dotados de una artificialidad muy anunciada y esos artificios, eso no natural, es justamente lo que nos hace humanos y nos distingue del resto de los animales.

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¿Para usted es determinante lo cultural, el lenguaje?

Nacemos en un contexto social y cultural que nos determina, para empezar la lengua que utilizamos, la lengua materna, esa no la hemos decidido, no es parte de nuestro libre albedrío, nos es impuesta, igual las identidades de diferente tipo. Es cierto, hay ese determinismo. Estamos rodeados de determinismos socioeconómicos, determinismos biológicos, físicos, químicos, etcétera. Entonces la pregunta es, ¿pero hay espacio para la decisión libre? Yo creo que sí, pero es poco el espacio y hay que ganarlo.

Yo me inspiro mucho en Spinoza, el gran filósofo de origen judío que fue perseguido y que de hecho desarrolló una concepción muy interesante sobre la conciencia y sobre la libertad; él fue básicamente un filósofo que trataba de descubrir las posibilidades de expandir la libertad y reconocía que era muy difícil, pero que la razón humana era capaz de ampliarla en base a lo que él llamó el conatus, conato, y con base en eso defiende la posibilidad de la libre elección en los humanos cuando conocen las causas de los procesos, cuando razonan.

¿Habla de razón en un tiempo donde México parece haber poca razón y libertad de pensamiento?

Bueno, la política en todo el mundo de vez en cuando se convierte en una toxina que corroe la razón. Sí, la política llega a ser muy tóxica, venenosa y tiende a impedirnos actuar libremente, y sobre todo a impedirnos pensar, eso está ocurriendo hoy en día en México y en algunos otros lugares.

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¿Pero hay antídotos, ahí está la cultura, el pensamiento?

El espacio de la cultura siempre es un espacio de libertad. Los políticos suelen desconfiar del espacio cultural, igual que los científicos duros —pero ellos por otras razones—, no acaban de entender justamente que la cultura es un espacio libre y que no es previsible, ocurren cosas extrañas que ponen nerviosos tanto a los científicos, a los físicos, a los químicos, a los biólogos, como a los políticos, porque es un espacio donde hay un juego muy importante de libertades.

Le interesa aquí mucho lo cultural como contexto ¿le interesa lo social, lo político?

Desde luego, porque también en lo social y en lo político se han desarrollado ideas deterministas que llegan a hacer pensar a muchos sociólogos y antropólogos e historiadores que no existe el libre albedrío, no por razones biológicas, no porque haya una cadena determinista de causas y efectos enraizada en la biología, sino en la propia sociedad.

Las tradiciones del determinismo han llegado a extremos muy grandes, el determinismo de los marxistas, de donde yo provengo, yo fui marxista y parcialmente lo sigo siendo, y otras corrientes llegaron también a negar la posibilidad de la libertad. Algunos filósofos también reflexionando sobre las relaciones sociales llegaron a ideas deterministas, así que la lucha por abrir un espacio para el libre albedrío, por entender que sí, aunque es un bien escaso, debemos tener claro que la libertad es posible.

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