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Recientes estudios de documentos del Archivo Secreto Vaticano sacaron a la luz una “operación de inteligencia” que logró engañar al Papa Pío XI y selló el destino de la Guerra Cristera , el sangriento conflicto interno que marcó a México entre 1926 y 1929.
En entrevista, Paolo Valvo, investigador italiano de la Università Cattolica del Sacro Cuore, sostuvo que el pontífice recibió información errónea en dos momentos clave de la Cristiada: cuando estalló el alzamiento y al momento de su conclusión. El estudioso, autor de varios ensayos sobre ese periodo histórico, pudo consultar los archivos de la sede de la Iglesia católica, y llegó a la conclusión de que uno de estos engaños al Papa se logró gracias a una estrategia montada con la colaboración de algunos personajes de la Curia Romana.
“Pío XI aprobó tácitamente la determinación del episcopado mexicano, en julio de 1926, de suspender el culto público en todo el país. Fue una decisión fundamental que aceleró el conflicto, seguida unas semanas después, en agosto, de los primeros levantamientos armados de los cristeros”, precisó Valvo.
Sobre este particular, hasta ahora se sabía que los obispos mexicanos habían enviado un telegrama a la sede de la Iglesia católica pidiendo al Papa la autorización para suspender el culto, asegurándole que la mayoría de ellos estaban de acuerdo con esa medida. El pontífice no se refirió a la suspensión del culto, pero sí autorizó a los obispos hacer “lo más oportuno” para salvaguardar la unidad del pueblo frente a un gobierno anticlerical como el del presidente Plutarco Elías Calles.
“En los archivos vaticanos se descubrió que las premisas de este intercambio de telegramas estuvieron afectadas por algunos errores. El más grave es que no era verdadero que la mayoría de los obispos estaba a favor de la suspensión del culto”, explicó el estudioso. “Hubo sí una minoría de obispos intransigentes, muy combativos, que lograron imponer su voluntad sobre la mayoría que era más bien moderada, pero dejó espacio a los intransigentes. Por eso la información dada a Pío XI y por la cual él tomó su decisión era falsa”, agregó.
El segundo engaño tuvo lugar en 1929 y fue producto de un error de traducción. En junio de ese año, los obispos mexicanos Pascual Díaz y Leopoldo Ruíz y Flores llevaron adelante negociaciones con el presidente Emilio Portés Gil para acabar con el conflicto. Así, tras alcanzar un acuerdo, los clérigos enviaron un telegrama a Roma en el cual se presentaba el resultado de la negociación y se pedía una aprobación. Cinco días después, el secretario de Estado del Vaticano de entonces, Pietro Gasparri, respondió con una serie de puntos críticos hacia el contenido de los arreglos.
El primer punto decía: “Su Santidad deseosísima llegar acuerdo pacífico y justo”. Pero la diplomacia chilena, involucrada como correo, tradujo mal esa línea del italiano al español. ¿El resultado?: “Su Santidad deseosísima llegar acuerdo pacífico y laico”. Los obispos mexicanos, desconcertados, replicaron en otro mensaje: “Explique significado última palabra punto primero”. El secretario de Estado Vaticano respondió: “Última palabra del punto primero significa con justicia”.
Así, el arzobispo Ruíz y Flores, que era también delegado apostólico, le dijo al embajador estadounidense en México, Dwight Morrow, que –a su entender- aquello de “pacífico y laico” significaba que los acuerdos deberían ser conformes con la legislación mexicana. “Esto permitió llegar a ese acuerdo desventajoso sobre unas bases que seguramente Pío XI no tuvo en cuenta. Esto no se sabrá exactamente nunca porque el Papa no se pronunció en 1929 sobre los arreglos, negociados sobre unas bases que quizás él no había aprobado”, añadió Valvo.
Finalmente, el 29 de septiembre de 1932, el Papa dedicó una encíclica (“Acerba Animi”) a los acontecimientos mexicanos. Fue una de tres cartas que escribió sobre el tema en esos años. En ella denunció la actitud persecutoria y anticlerical del gobierno, además de atacarlo por no cumplir los acuerdos de 1929. En ese mismo texto explicó a las razones por las cuales la Santa Sede había aceptado los arreglos. Arreglos que “no habían arreglado casi nada” y hacia los cuales se elevaban muchas críticas en diversos sectores mexicanos, los cuales no entendían por qué se habían aceptado sus condiciones.
Valvo estableció que las dificultades de aquellos años quedaron relativamente superadas durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940), cuando se alcanzó un “modus vivendi” entre la Iglesia y el Estado por el cual ya no se aplicaron las leyes anticlericales. El punto más alto de aquel mejoramiento en las relaciones institucionales se plasmó en el apoyo público que brindaron los arzobispos de Guadalajara y México, Luis Garibi Rivera y Luis María Martínez y Rodríguez a la expropiación petrolera determinada por el presidente.
“Esta decisión fue resultado de un camino de años en el cual estaba claro que la situación para la Iglesia estaba mejorando. También en el Vaticano había la misma percepción”, indicó el estudioso. “Por eso la Iglesia y la Santa Sede eran favorables a un entendimiento, mientras a Cárdenas las circunstancias históricas le permitieron comprender que no era provechoso para él, para su gobierno y para la estabilidad del país seguir con ese régimen de persecución abierta”, ponderó.
sc