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¿Cómo habría sido una conversación sobre arte entre Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros ? Hace 100 años, un redactor de El Universal Ilustrado registró una charla que tuvo con los muralistas.
En la reunión también participó Carlos Mérida , pintor guatemalteco de quien visitaron su estudio en la Colonia Roma.
En la conversación, los artistas reflexionaron sobre “la necesidad de olvidar a Cezanne”, sobre cómo el arte colonial también era mestizo, de acuerdo a una tesis de Siqueiros, discutieron sobre poesía, entre otros temas.
Esta anécdota quedó registrada en un artículo que se publicó con el título “El nuevo arte mexicano” y se publicó en agosto de 1922.
El nuevo arte mexicano
31 de agosto de 1922
No sé por qué, pero he visto (...) a Diego Rivera. Lo he encontrado en el anfiteatro de la Preparatoria, en plática con David Alfaro Siqueiros, recién llegado de Europa y que lleva aún los ojos alucinados. Los dos me reciben amablemente con esa amabilidad cosmopolita de los que han viajado y han vivido y en Diego es su recepción, una recepción de gran artista y gran señor.
Mientras Diego Rivera busca fotografías de sus cuadros, Alfaro Siqueiros hace lo posible por entenderse con Mérida y el poeta Luis Martín Loy, comenta unos poemas “simplicistas” de Fernández Moreno. Este Luis Martín, vestido tan curiosamente, con esa blusa que parece que todos los días la lavan, me recuerda un peluquero elegante en día de fiesta; pero es, en verdad, un poeta de vanguardia.
— Esto— me dice Siqueiros— es algo de lo más serio que se ha hecho en México, de lo más admirable de Diego y para el anfiteatro un verdadero monumento.
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Es verdad. Es una sinfonía esa tranquila combinación de rojos y azules, esa armoniosa colocación de figuras vividas y armoniosas.
Alfaro, a pesar de sus viajes, no ha perdido la actitud revolucionaria y marcial con que recorriera toda la República anheloso de conocer los pueblos de vida tranquila y que encierran verdaderas joyas de arte; esa actitud que es ayuda firme para entrar en la vida. Le oigo decir a Mérida que España, artísticamente, sucumbe bajo el peso de la tradición que produce fuegos artificiales como las pinturas de Anglada Camarasa, que en París hay tal cantidad de pintura mala que es una fortuna encontrar la buena y que él regresa confiando en poder realizar una obra nueva y firme.
— Yo— responde Mérida— sí tengo deseos de tornar a Europa. Quiero saber si lo que hemos hecho en América tiene verdadero valor, pues como en todas partes existe el sentimiento estético de lo plástico, si lo nuestro es arte, así deben reconocerlo. Estoy contento de México, pero tengo necesidad de cambiar de aires, y , además, hace 11 años que salí de allá y siento el anhelo imperiosos, vehemente, de volver…
Como Diego me diera dos fotografías, me dice:
— Divino. El primero es un retrato de 1914, el otro es de 1922. Fíjese qué evolución enorme la de Diego, desde aquel cubismo neto, seccional, hasta esto tan sereno, tan apacible y firme. Es el retrato de Palma, una mujer inteligente, interesante, admirable.
En el camión, Alfaro le irá diciendo a Mérida su credo artístico, la necesidad de olvidar a Cezanne, de destruir el “luminismo” y sus derivados (“puntillismo”, “divisionismo”), de hacer “plástica pura fuera de toda influencia literaria, de universalizar el (...) y tomar el vigor constructivo de los escultores y pintores indios, sin llegar a lamentables reconstrucciones arqueológicas que conducen a estilizaciones efímeras”.
Se puede apreciar en sus palabras la influencia de Carrá, en aquel memorable manifiesto de la pintura “de los sonidos, de los ruidos y los perfumes”, y un estudio constante de antiguas y nuevas formas de (...). Pasando por la Colonia Roma, tiene un observación interesante:
— Mientras estaba en Europa tuve un recuerdo inadecuado de las nuevas colonias de la ciudad, pero veo que la tierra se ha (...) y que lo que quiere ser europeo o americano en sus estilos, es en realidad mestizo. El arte colonial también es mestizo, es diferente del de España. Yo creo que la pintura es un producto de la tierra y de esto debemos recibir nuestras más profundas inspiraciones.
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Por ese credo de Siqueiros se está luchando en México. Se ha destruido lo que pedía (...) los jóvenes van ganando nuevas formas. Fermín Revueltas ha logrado resolver el problema del color y del volumen, simultáneamente, por un tema de planos, de ahí el nombre de la tendencia: planismo; Eduardo Cataño es más bien futurista, se le puede colocar entre aquellos del Dinamismo Plástico que definía. Marinetti: “Síntesis dinámico del universo con fuerza, simultaneidad del tiempo, y del (...), síntesis de la forma colorida”.
Todo esto, y más, le he ido diciendo a Siqueiros mientras llegamos al estudio de Carlos Mérida. El aprueba y se entusiasma.
Al ver el estudio de Mérida, pequeñito, limpio y arreglado, no puedo menos de recordar el estudio de Villanueva, aquel “pintor callejero” con “rasgos de genio” que describe sabrosamente Guillermo Prieto:
“El taller era un cuarto destartalado mugroso, con un caballete acuñado con ladrillos; veíanse por todas partes Cristos, Madonas, estudios varios pegados a la pared y varias mesitas en las que había regado carboncillos y esfuminos, entre tortas de (...), canastas y preciosas estampas (...).
Los cuadros que nos va mostrando Mérida son todos decorativos, de colores vivísimos, pero no hay en ellos la resolución subjetiva que se anuncian hasta en sus últimos estudios. Las figuras conservan los atavíos, los colores reales, populares, las actitudes adorablemente hieráticas y el paisaje es neto, cabalmente americano.
— Mérida —comenta Siqueiros— está muy cerca de nosotros. Pero el arte nuestro debe ser mestizo, porque no somos ni españoles puros y menos indígenas puros. Mire, en esas arcas del sureste está nuestra pintura que esos paisajes anuncian la forma y el camino que debemos seguir. El método de Best (..) lamentable reconstrucción arqueológica, (...) de medio las decoraciones de esos admirables jarros, vasijas, y nos entrega una pintura con actitudes ridículas de “ballet” ruso.
Mérida nos narra cosas de su reciente viaje a Yucatán y afirma que aquello es de lo de más carácter que ha conocido y admirado. Para Alfaro, en Tehuantepec hay algo de exótico, algo fuera de medio y que hace más vivo al ir de otras partes de la República.
— En cambio, por el occidente las razas se han mezclado. Hay blancos puros (...), se ven hombres rubios y eso también es curioso.
Sigue una plática lenta. Y escuchando a los dos fervorosos artistas, yo siento, en esa limpia y apacible mañana que es una de las últimas de estío, que llegarán a encontrar el secreto del ritmo, la línea y el colo perfectos que tendremos como nuestro más (...) orgullo y goce.
ORTEGA
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