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María del Carmen Millán, Ernesto Mejía Sánchez, Luisa Josefina Hernández, Rubén Bonifaz Nuño, Alaíde Foppa y Sergio Fernández son seis maestros que marcaron la vida y la literatura de Gonzalo Celorio, por eso ahora que el narrador, profesor universitario y director de la Academia Mexicana de la Lengua escribe sus memorias, esos maestros han emergido de entre sus recuerdos: “Me siento muy privilegiado de haber contado con el magisterio de estos seres extraordinarios, profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM”, señala en entrevista al dar detalles de “Mis maestros universitarios. Seis retratos”, ensayo que leerá mañana jueves, a las 13 horas, en las “Lecturas estatutarias de la AML”.
Gonzalo Celorio habla bajito por problemas en la voz que lo aquejan, pero es contundente al relatar que al escribir sus memorias, que llevarán por título un verso de Borges: Ese montón de espejos rotos, “han salido a relucir y a brillar en mi memoria estos seis maestros estupendos, tres maestras y tres maestros”.
En ese montón de espejos rotos —cuya charla se transmitirá en las redes sociales de la AML—, afloró la figura de María del Carmen Millán, a quien Celorio define como “maestra extraordinaria, muy rigurosa, muy sarcástica y muy irónica”, que sabía combinar la enseñanza de las investigaciones filológicas con la expresión literaria propia. “A ella, en muy alta medida, le debo si no mi vocación literaria, que ya la traía, sí la combinatoria, no siempre armónica, pero en mi caso sí la he podido armonizar, entre el trabajo académico y el trabajo de creación literaria, que no son de ninguna manera incompatibles”.
Apareció también Ernesto Mejía Sánchez, poeta de la generación nicaragüense de 1940: “Era buen poeta y también escribía poesía en prosa, pero era fundamentalmente un gran filólogo, investigador, en especial de la vida de Rubén Darío y de Alfonso Reyes”.
Su tercera gran maestra fue la dramaturga Luisa Josefina Hernández. “No era precisamente una investigadora, era una gran escritora. Eran los tiempos en que la Facultad tenía a escritores puros, por ahí figuraban desde León Felipe hasta Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Héctor Azar, Rosario Castellanos, una pléyade de grandes escritores, muchos de los cuales fueron mis maestros, y Luisa Josefina se cuenta en esta nómina de los que eran escritores puros y duros”, cuenta Celorio.
Otro de sus maestros fue Rubén Bonifaz; “yo lo veía como un gran latinista, un traductor, un maestro muy acucioso y muy sabio”, un hombre con un gran sentido del humor, muy cáustico y muy universitario, “él era en sí mismo una institución”, apunta el autor de Mentideros de la memoria.
Otra de sus maestras fue Alaíde Foppa, “esta mujer tan bella, tan elegante y tan culta, guatemalteca educada en Italia, que fue mi maestra de literatura italiana”, además de una gran activista y feminista.
Y por último, Sergio Fernández “que fue mi maestro más determinante”, afirma Celorio y cuenta que fue su adjunto durante 11 años. “Me dirigió mi tesis, fue alguien a quien le debo mucho de mi pasión por la literatura y por la novela”.
Gonzalo Celorio asegura que sus memorias avanzan: “Uno se puede dar cuenta de cuándo empieza a escribir un libro, pero nunca tiene la menor idea de cuándo lo va a terminar. Voy adelantado, pero no sé todavía cuál va a ser su composición final y por tanto no sé todavía cuánto me falta. Estoy escribiendo mucho y ahora que tengo menos voz, tengo más posibilidades de dedicarle tiempo a la escritura”.