Geney Beltrán Félix vuelve al ensayo con “El vértigo del caos. Ensayos sobre las ficciones literarias” (Almuzara, 2025), una suerte de antología de textos de los últimos diez años. El plan era un libro de ensayos sobre la representación de la paternidad, con los años esa propuesta derivó en algo mucho más amplio y profundo, la aceptación de que él es un escritor muy disperso y le es muy complicado trabajar en un solo tema.

“Me ocurría una sensación de encierro al pensar en dedicarme a un solo asunto durante tres o cuatro años. Y hay algo en mí de esa dispersión, que antes me recriminaba, que ahora acepto porque me ha quedado más claro con estos textos, que un ensayista o un escritor en general, es un ser dinámico y en constante transmutación y que el Yo no existe de manera definida, sino que es algo amorfo que está moviéndose en una dirección y luego en otra, estableciendo vínculos con distintos temas en distintos momentos”, afirma Geney Beltrán.

Tras aceptar esa condición dinámica de su curiosidad, como lector y como crítico, el también autor de Asombro y desaliento, se planteó que quería que el catálogo de este libro, fuera una representación de esa multiplicidad de intereses, “yo sé que hay algo quizás muy profundo, que está definiendo también esa multiplicidad y en cierta forma tiene que ver con el aceptar que nadie lee como Dios padre, nadie lee desde una absoluta objetividad o neutralidad, sino que la memoria propia, las emociones, todo el sustrato emocional convive con nuestras potencias intelectuales y que no podemos hacerlas a un lado. No debemos avergonzarnos de la manera como nuestra naturaleza emocional se manifiesta en la elección de nuestras lecturas o en el enfoque de lo que buscamos”, dice el novelista.

Beltrán Félix asegura que la aceptación de esta multiplicidad se puede manifestar mucho más libremente en el ensayo si los escritores no tienen que responder a ciertas expectativas ajenas a la escritura como lo que ocurre en el ámbito académico donde hay menos libertad para aceptar esa subjetividad.

“De ahí que este es un catálogo de curiosidades a partir de esa conexión entre la faceta más lunar de lo que yo soy, más intuitiva o más propia del que también escribe ficciones, con esa otra parte reflexiva que desde siempre ha estado en mí también”, apunta el narrador, quien agrega que lo que ocurre es que ahora se quiere parcelar a los escritores.

“Un escritor es o poeta o cuentista o ensayista o dramaturgo. La sociedad necesita tener certidumbres y mucha claridad. Hay una pulsión o una compulsión, quizás, de la escritura que no reconoce esas fronteras genéricas y que está ahí ‘a priori’ como la vocación, y que nos puede llevar en distintos momentos a probar distintas canchas. O sea, yo cuando era muy chamaco escribí una obra de teatro y escribí poesía. Imagínate nada más”, dice.

Sobre los escritores, agrega, está siempre ese mandato de “dedícate a escribir otra novela”, “quédate en ese carril porque esto es lo que conviene comercialmente”. Contrario a ese mandato, Geney Beltrán Félix quiere mantener ese pacto de absoluta libertad con su escritura para manifestar la naturaleza dinámica, amorfa y diversa del que se mueve demasiado.

“Mi libro anterior de ensayo fue sobre 25 cuentistas mexicanos, y había cierta pluralidad, un tronco común que era el cuento, Y aquí yo quise, si me gustan mucho las ‘Novelas ejemplares’ de Cervantes, escribir algo sobre eso porque me despierta una gran inquietud lo que encuentro. Entonces son intuiciones o hallazgos muy dispersos, y lo que los une es eso, mi subjetividad aceptada”, afirma el también autor de las novelas “Adiós, Tomasa” y “No nos vamos a morir mañana”.

En esa aceptación consciente hay muchas relecturas, pues asegura que una de las cosas gratas de esta etapa de su vida es que se ha dedicado a releer. Por razones de preparar sus clases para la Fundación para las Letras Mexicanas y por otros talleres de literatura que da. “Les pongo una serie de lecturas a mis alumnos, por ejemplo, Emily Bronte y ‘Cumbres Borrascosas’, García Márquez o Rulfo o Donoso, que son autores de mis lecturas de cuando yo decidí que quería ser escritor”.

Recuerda a autores que lo llevaron a la determinación de querer ser escritor. “Fue culpa de García Márquez en primer lugar, pero a mí lo que me ocurrió cuando leí a García Márquez es que, además de que descubrí su obra, descubrí que había otros amigos suyos, que eran los del Boom y me puse a leer a estos autores y pasó mucho tiempo en que no los había revisitado; leía algo nuevo que aparecía, pero no leía lo que había leído yo de joven. Entonces, una de las grandes maravillas de la relectura es constatar esa transformación propia, porque el libro sigue siendo el mismo, pero lo que uno encuentra es insospechado y es muy rico. Ahora tengo, siento yo, más elementos para traducir en un ensayo esas intuiciones y sobre todo lo que antes me faltaba era cierta aceptación de que un ensayista nunca dice la última palabra”.

Geney reconoce que cuando estaba estudiando la carrera y los siguientes años después, partía de la idea de que el ensayista tenía que tener un gran compromiso con cada afirmación que hacía como si eso se pudiera llegar a tallar en piedra, es decir, cómo aceptar una búsqueda en la que debía adelantarse a cualquier posible refutación. Y ahora, él acepta que el ensayo es un material de diálogo, que no es una encíclica o que tiene que aspirar a la definitividad.

“Por eso he escrito con mayor libertad aceptando que, en primer lugar, uno no va a leer todo lo que se ha escrito sobre García Márquez o sobre Rulfo. Es imposible. ¿Pero qué es lo que de propio, de más íntimo, se puede presentar en esas lecturas?, pues ahí es donde yo acepto que sí hay una subjetividad que convive con la exploración intelectual de una manera que me interesa que el estilo sea atractivo, que haya cierta fluidez, cierta cadencia para que resulte agradable la lectura y sobre todo, es acompañar el propio proceso de lectura de estas obras que hagan los lectores, ya sea como relecturas o como descubrimientos”.

Geney Beltrán quería explorar el ensayo personal, el ensayo con algunos elementos de la crónica o de la autobiografía. Así, este libro se fue abriendo a ensayos sobre otros temas como el poder, la rebeldía o el temor de la aniquilación de lo humano, que es algo que también le interesa. “En lo que estoy en desacuerdo es exigir a los libros que tengan una organicidad perfectamente circular, redonda o unidimensional”. Y lo sabe bien Geney Beltrán pues incluye ensayos, aforismos y prosas nómades, que son textos autobiográficos.

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