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Las cosas no iban bien para la defensa en el Areópago , ese lugar donde, según la leyenda, Ares , el dios de la guerra, había sido juzgado por los dioses y exonerado de ser condenado por dar muerte a Halirrotio , hijo de Poseidón , que había violado a una de sus hijas, Alcipe .
En este caso, la acusada enfrentaba uno de los cargos más graves que se podían imputar contra alguien: impiedad, una de las razones por las que el gran filósofo ateniense Sócrates había sido sentenciado a morir tomando cicuta.
Por más preparación y esfuerzo, era obvio que el talentoso Hipérides, uno de los diez oradores áticos (considerados los mejores oradores y logógrafos de la antigüedad clásica), no estaba logrando convencer al jurado.
Con la vida de su defendida -y su propia reputación- en juego, tomó medidas extremas.
"...como no conseguía nada con su discurso y era probable que los jueces la condenaran, tras conducirla hasta un lugar bien visible y desgarrarle la túnica interior, dejándole el pecho desnudo, declamó sus lamentaciones finales ante la visión que ella ofrecía...", cuenta el escritor Ateneo de Náucratis en "Banquete de los eruditos".
La del pecho desnudo
A quien había desnudado frente al jurado en ese lugar sagrado, que era regado con agua limpia antes de los juicios para recordarles a los presentes que todo lo que ahí entraba debía ser puro, era una hetaira.
Las hetairas eran una clase de cortesanas profesionales independientes de la Antigua Grecia que, además de cuidar su atractivo físico, cultivaban sus mentes y talentos en un grado mucho alto de lo que se le permitía a la mujer ática promedio.
Entre ellas, la acusada se destacaba por su deslumbrante belleza, agudeza y riqueza.
Su nombre real era Mnēsarétē, que significa "conmemorando la virtud", pero era conocida como Friné, que significa "sapo" y parece un insulto, pero el apodo no se debía a sus facciones sino al color oliva de su piel.
Había nacido en el año 371 a.C. en Tespias, pero se mudó a Atenas y, con el tiempo, se convirtió en una celebridad tal que se escondía tras un velo de la vista del público.
"Friné era una mujer realmente hermosa, incluso en aquellas partes de su persona que generalmente no se veían; no era fácil verla desnuda, porque solía usar una túnica que cubría toda su persona, y nunca usaba los baños públicos", cuenta Ateneo.
Así, sólo los que pagaban podían verla... en carne y hueso.
Los que no podían darse ese lujo, tenían sin embargo la oportunidad de admirar sus atributos gracias a que era una modelo muy solicitada por pintores y escultores, incluido Praxíteles -el más renombrado escultor clásico ático del siglo IV a.C.-, quien la inmortalizó en una de las obras más famosas del arte de la Antigua Grecia.
Las Afroditas
Cuenta el enciclopedista romano Plinio el Viejo que alrededor del año 330 a.C., la isla griega de Cos le encargó a Praxíteles que hiciera una estatua de la diosa del amor, la belleza, el placer, la pasión y la procreación.
El artista esculpió no una sino dos: Afrodita vestida y Afrodita desnuda.
Los residentes de Cos se horrorizaron al ver la segunda, así que se quedaron con la primera. Pero sus vecinos de Cnidos no eran tan recatados y se quedaron con la diosa desvestida.
Dice el historiador romano que al rey Nicomedes le gustó tanto la escultura desnuda de Praxíteles que le ofreció a Cnidos condonar sus deudas a cambio de ella.
Aunque los cnidianos se negaron, lograron pagar lo que debían gracias a que la Afrodita de Cnidos se convirtió en un imán turístico.
La figura reproducida en piedra también había vuelto rica a la mujer que la poseía.
Las murallas de Tebas
Además de sus atributos físicos, Friné era "una diosa de los juegos de palabras y el pensamiento práctico", según Ateneo, quien registra además que era posiblemente la mujer artífice de su propio éxito más rica de su tiempo.
Acumuló tanta riqueza que se ofreció a financiar la reconstrucción de las murallas de Tebas, que habían sido destruidas por Alejandro Magno en 336 a.C.
Pero exigió que las palabras "Destruido por Alejandro, restaurado por Friné la cortesana" se inscribieran en las paredes.
La idea de que una mujer -y encima una cortesana- reconstruyera lo que Alejandro Magno había destruido era tan perturbadora para los patriarcas de la ciudad que prefirieron quedarse con las ruinas.
¿Y el juicio?
Hipérides había desnudado a Friné frente al jurado.
La cortesana estaba ahí porque, como contó Ateneo, "durante las festividades Eleusinas y las de Poseidón, a la vista de todos los panhelenos se quitaba el manto, se soltaba la cabellera y entraba en el mar".
Si la estaban acusando de profanar el festival con su ofrenda, Hipérides les estaba mostrando el medio con el que había cometido el crimen.
Era un cuerpo tan perfecto que únicamente podía se obra de los dioses, argumentó. Sería una falta de respeto a ellos privar al mundo de esa obra divina.
¿Cómo iban a condenar a una mujer que era tan hermosa que representaba a la diosa Afrodita?
"...y consiguió que los jueces sintieran un respeto reverencial hacia la ministra y sierva de Afrodita, concediendo por piedad religiosa que no se le diera muerte", dice Ateneo.
La verdad es que la historia del juicio de Friné ha sido recreada con base en escasos pasajes de escritos de la época y relatos de autores que no estuvieron presentes.
Se sabe que el juicio tuvo lugar y que el discurso de Hipérides en su defensa fue uno de los más admirados en la antigüedad, pero de él sobrevive apenas un puñado de fragmentos.
Hay incluso dudas sobre la causa, aunque no el cargo, y otra versión del final, en la que Friné misma, con toda su ropa puesta, habla con cada uno de los miembros del jurado y los convence de su inocencia.
Nada de eso impidió que el dramático litigio inspirara varias obras de arte, desde pinturas como las que adornan este artículo y varios otros, hasta esculturas de artistas como el estadounidense Albert Weine.
Poetas como Charles Baudelaire, Francisco de Quevedo y Rainer Maria Rilke escribieron pensando en ella, el francés Camille Saint-Saëns creó una ópera que lleva su nombre, "Friné", y el italiano Mario Bonnard dirigió una película sobre la cortesana.
Un espléndido legado del juicio, a pesar de que no tengamos pruebas más allá de cualquier duda fundada de la veracidad de los hechos.
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