El Fondo de Cultura Económica (FCE) llega a 90 años de vida con una gestión sin brillo y cada vez más pequeña, con un “debilitamiento autoinfligido” y “entregado a un soliloquio autocelebratorio”. Aunque mantiene presencia en el orbe hispanoamericano, con filiales en Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, Perú, España y Estados Unidos, y una cadena de librerías en México, esta institución editorial del Estado mexicano que a lo largo de su historia ha sido reconocida por editar, producir, comercializar y promover obras de alta calidad sobre la cultura nacional, iberoamericana y universal para la población de educación básica, media superior y superior, se ha conformado con reducir su gestión a producir publicaciones de autores cercanos, ediciones a precios bajos y con poca calidad, y con la comercialización de saldos a través de tendidos de libros y librobuses, dónde asegura promover la lectura y llegar a lectores potenciales, pero sin recursos.
“En los últimos 30 años, el FCE ha cumplido con un destacado desempeño editorial, y cada titular, desde Miguel de la Madrid, le ha dado un sello propio. La excepción son los seis años de Taibo II, a quien ha ratificado la presidenta electa, por afinidad ideológica y amistad, ignorancia y ocurrencia. Lo que fue el más triste episodio en la historia del sello puede convertirse en un tumor quizá incurable”, afirma Gerardo Ochoa Sandy, analista cultural y autor del libro digital "80 años: las batallas culturales del Fondo" (México, Nieve de Chamoy, 2014).
Tomás Granados, editor y periodista, y quien fuera gerente editorial del Fondo de Cultura Económica entre 2013 y 2016, asegura que, a lo largo de sus 90 años, el Fondo ha albergado a autores y alimentado a lectores de perfil muy distinto, casi siempre manteniendo vivas unas cuantas vocaciones que le han dado identidad, y asegura que “es pronto para evaluar, en términos comerciales e intelectuales, el viraje que ha experimentado en el último lustro, pero hay un signo claro: el debilitamiento autoinfligido”.
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Granados, agrega que, si algo caracterizó a los mejores momentos del Fondo, “fue su creciente amplitud de miras en múltiples direcciones; hoy lamentablemente parece conforme con su dimensión cada vez más pequeña”.
Desde finales de 2018, con la llegada de la llamada Cuarta Transformación y bajo la dirección general del escritor Paco Ignacio Taibo II —tras la polémica que obligó a reformar la Ley Federal de Entidades Paraestatales para que el escritor nacido en España pudiera ser director, en lo que se llamó la “Ley Taibo” y se acompañó de sus célebres declaraciones de “se las metimos doblada…”— el Fondo de Cultura Económica dio un giro en su política editorial.
Tal como lo apuntan en su página oficial, donde asegura que esa modificación de rumbo ha sido con el objetivo fundamental “de incentivar el acercamiento a nuestros lectores a partir de una significativa reducción de precios y de la ampliación de nuestra oferta editorial”. Celebra el lanzamiento de su colección “híper popular”, titulada Vientos del Pueblo, con tirajes de 40 mil ejemplares y precios que oscilan entre los nueve y los 20 pesos.
La política editorial comandada por Taibo II ha llevado a desdibujar colecciones completas. La colección Popular ha incorporado géneros y temáticas como ciencia ficción, novela policiaca, historia, fantasía, nuevo periodismo y poesía, “con el objetivo de acercar sobre todo a los jóvenes que buscan qué leer y a los cuales las políticas de precios y editoriales de la industria no toman en consideración”.
Tomás Granados reconoce que, por su naturaleza, la actividad editorial es personalista. “Las sensatas ambiciones de un director como Arnaldo Orfila Reynal contrastan con las de su sucesor, el paranoico y torpe Salvador Azuela. El reducido protagonismo de Miguel de la Madrid, que permitió el despliegue de algunas estupendas iniciativas de sus subordinados, es muy distinto del afán edificador de Consuelo Sáizar. Quizás el mayor reto de quien encabeza el Fondo sea encontrar una forma de equilibrar las exigencias de la actividad estrictamente editorial con las demandas políticas que el gobernante de turno le plantee; está claro que, en el sexenio que termina, al presidente López Obrador no le interesó la actividad cultural y por eso se desentendió de lo que hizo o dejó de hacer el Fondo de Cultura”.
Hace dos semanas, durante el lanzamiento de una serie radiofónica, Taibo II dijo que llegar a los 90 años no era motivo para “autocontarse” la historia del FCE y menos para “el pueblo, la plebe, los abajo no firmantes”, sino un tema para especialistas en el mundo editorial, porque es una historia “muy muy discutida y discutible, porque El Fondo no es un continuo, el Fondo es un sube y baja de relaciones presidenciales y modelos”. Y señaló que “el Fondo de Orfila” es el que más se parece a “nuestro Fondo actual”.
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Retroceso en el último lustro
Fundada el 3 de septiembre de 1934 por el historiador, sociólogo, ensayista y economista Daniel Cosío Villegas, la vocación primera de esta casa editorial se centró en publicar exclusivamente textos de economía destinados a los estudiantes de educación superior, pero pronto su interés se desplegó en varios otros rubros: Política, Derecho, Filosofía, Sociología, Pensamiento, Literatura, Ciencia, Literatura infantil, a través de colecciones que a finales de 2018 superaban las 100 colecciones y contaban con un catálogo de más de 10 mil obras, 5 mil de ellas vigentes. Sin embargo, en estos últimos seis años la historia ha cambiado.
“Taibo modificó la vocación del Fondo, que era publicar libros para la formación media superior y superior, para publicar libros dirigidos a los sectores desprotegidos de la población, incluso gratuitos, asuntos que competen a la SEP. También se apropió durante seis años del presupuesto de la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura, que usó a su antojo y nunca publicó un libro, hasta que la desapareció. La red de librerías Educal, otro de sus botines, no salió de la quiebra técnica”, dice Ochoa Sandy.
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El Fondo ha sido un imán potentísimo, dice, Tomás Granados, de autores, de proyectos sensatos y enloquecidos, de instituciones deseosas de sumar fuerzas para publicar y vender libros, de editoriales en busca de puntos de venta, sin embargo, “hoy el Fondo parece entregado a un soliloquio autocelebratorio.
El Fondo de Cultura Económica llega a sus 90 años con un rostro distinto. En esta administración absorbió a dos instituciones que dependía de la Secretaría de Cultura: la Dirección General de Publicaciones y la cadena de librerías Educal S.A. de C.V., sin que se concrete aún de manera oficial tal fusión; atrajo el presupuesto de cada institución y sus tareas. De tal forma que hoy parece una institución más robusta, pero en realidad tiene menor impacto nacional e internacional. Edita, comercializa y promueve la lectura.
Dice Tomás Granados que ha lo largo del tiempo ha tenido hitos con elementos positivos y negativos, por ejemplo, la consolidación del Fondo como red de librerías “fue un impulso para la industria nacional en su conjunto, hasta que se volvió un galimatías presupuestal (la administración pública no entiende las exigencias del comercio al menudeo) o se privilegió sólo a un gran grupo extranjero, en menoscabo de la oferta nacional, particularmente la que aportan los editores independientes”. En realidad, agrega Ochoa Sandy, en el último lustro se ha dedicado a lo que sabe hacer Taibo II, los remates en ferias y tendidos de libros, y círculos de lectura.
El FCE celebrará 90 años con dos conferencias sobre dos pilares de su historia Arnaldo Orfila Reynal y Daniel Cosío Villegas. Nada más.