Bien dicen que “el chisme cura el alma” y nada como un buen chisme de artistas, de esos que nos recuerdan que esas figuras tan imponentes y solemnes son como cualquier otro ser humano, pero que la pérdida de sus estribos da pie a fricciones que marcan la historia del arte. Esta perspectiva la aborda la exhibición En pugna, del Museo de Arte Moderno (MAM), que forma parte del ciclo de exposiciones “Ficciones de la modernidad”, con el que el recinto celebra 60 años y propone una revisión crítica a su colección.
Se trata de una muestra que, a través de obras de arte y documentos hemerográficos, aborda los conflictos, pleitos, y protestas que ocurrieron entre artistas modernos mexicanos, desde 1950 a 1990. Algunos de estos desencuentros ocurrieron incluso dentro del propio MAM.
“La exposición está construida para pensar en las definiciones y redefiniciones que ha habido dentro del Museo sobre qué es la modernidad y qué es el arte moderno. Porque el museo siempre ha estado ligado al arte actual. Una de las condiciones del arte moderno es el avance, dejar la tradición. Ese progreso siempre genera fricciones, desacuerdos y pugnas”, explica en entrevista Silverio Orduña, curador del museo.
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El equipo de curadores del MAM ha escudriñado en los acervos del museo para presentar las pugnas que más marcaron la historia del museo. Este proceso permitió que para esta exposición se presentaran obras de la colección que no habían salido de la bodega desde hace un tiempo. Algunas de ellas son El diablo en la iglesia (1947), de David Alfaro Siqueiros; El pez luminoso (1956), de Juan Soriano; Tremendismo (la mascota del pentágono) (1966), de Artemio Sepúlveda; Nacimiento de Venus, de Roger von Gunten; y Quinta dimensión (1968), de Lorraine Pinto. Lo particular de esta pieza es que permite ver la obsolescencia de la tecnología con el paso del tiempo. En su época, la obra de Pinto era vista como un objeto del futuro por su uso de luces y sonido. Actualmente, el sonido dejó de funcionar y se perdió para siempre, porque su mecanismo ya es obsoleto y no se pudo reparar.
En la muestra también debutan obras que se sumaron a la colección a través de donaciones, como un boceto de La Espina, de Raúl Anguiano, o cuatro obras de Nahum B. Zenil: ¿?, Fenómeno, El monstruo de tres cabezas y Siameses.
Pelea en la Bienal de Venecia
El recorrido inicia con una confrontación entre David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo. El desencuentro tuvo como escenario la Bienal de Venecia de 1950, era la primera edición en la que México participó.
Ahí Siqueiros fue galardonado y aprovechó la ocasión para criticar la pintura que se acercaba mucho a la abstracción de la escuela de París, “mientras él estaba a favor de un arte de compromiso social y de denuncia”, explica el curador.
Por su parte, Tamayo consideraba que el muralista “había cooptado la educación artística para tener una sola visión del arte”, agrega Orduña. Esta diferencia llegó a los titulares de los medios con encabezados como “¡Tamayo es un hipócrita!”. Los dimes y diretes entre estos dos grandes maestros es un ejemplo de cómo artistas de la Escuela Mexicana de Pintura y artistas de la generación de La Ruptura manejaron sus diferencias, tema que engloba el primer núcleo de la exposición.
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Furias por concursos de arte
“Fenomenal bronca de artistas”, así reportó EL UNIVERSAL el zafarrancho que se armó en el Museo de Arte Moderno luego de que se anunciara a Fernando García Ponce como ganador del Salón Esso, un concurso organizado por una gasolinera estadounidense. La comunidad artística no sólo estaba inconforme porque una empresa extranjera pretendía definir qué era el arte mexicano, sino también por los ganadores seleccionados —Lilia Carrillo también fue premiada, pero todos abogaban porque el ganador debía ser Benito Messeguer.
“En uno de los momentos más acalorados apareció Benito Messeguer discutiendo ante el director del INBA, licenciado José Luis Martínez, Fernando García Ponce y Rufino Tamayo, que sonríe en forma burlona (...) Jaloneos entre Cuevas y Telésforo Herrera fueron el inicio de lo que iba a convertirse en verdadera batalla campal”, se lee en la nota publicada en febrero de 1965.
Otro caso de inconformidad fue en el Salón Nacional de las Artes Plásticas, que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes en 1978. Ahí, se premió la obra Negro no. 4, de Beatriz Zamora. El resultado no agradó al artista Enrique Guzmán, quien descolgó la obra, la pateó y la arrastró con la intención de aventarla al piso de abajo, pero fue detenido por la crítica Raquel Tibol. “Guzmán era un artista figurativo que cuestionaba la identidad nacionalista y sexogenérica. Aquí se ve el descontento de un grupo de artistas que ahora veían a la abstracción como mainstream”, detalla Orduña.
Hoy, la obra ya restaurada de Zamora se exhibe junto a Homenaje a la fotografía (1972), de Guzmán.
El arte que se hizo en 1968 para el Salón Independiente, creado por un grupo de artistas inconformes con la convocatoria del INBA para la muestra Exposición solar, no podía faltar. Ahí se exhiben piezas de Arnaldo Coen, Vicente Rojo, Helen Escobedo, Marta Palau y más.
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Arte vs autoridad
El recorrido aborda también conflictos entre el arte y museo, contra la opinión pública. En este caso, la visión crítica no se aplica a las obras de arte, sino al rol institucional del museo. El ejemplo más destacado es Kiss-in (Besatón), un performance donde se invitaba al público, en especial al de la población LGBTIQ+ a besarse dentro del museo. Esta acción ocurrió en 1995 y fue organizada por los artistas Mónica Mayer y Víctor Lerma —quienes exhibían en aquel entonces la instalación Justicia y democracia—, luego de que un guardia del Museo de Arte Moderno prohibiera a una pareja homosexual besarse dentro del lugar.
La exposición estará abierta al público lo que resta de 2024.