Obsesivo con el tiempo, con la ciencia que va hacia afuera, hacia la conquista del espacio exterior, y la ciencia que corre hacia adentro, hacia lo más minúsculo que es el átomo, el poeta Julio Trujillo redobla su interés por el lenguaje poético y el tiempo cíclico en Jueves (Trilce, 2020), su poemario más reciente.
En ese poema único, cuyo discurso avanza circular con un ritmo agónico y con fuerza de sobreviviente, Julio Trujillo (Ciudad de México, 1969) explora la eternidad que transcurre en un instante, que mira hacia el pasado y anhela el presente, en el que la ciencia y el tiempo cobran una energía mayor. “Este poema fue una especie de pequeño animal que se me apareció, que exigió ser escrito, y así sucedió”, afirma el poeta, editor y autor de El perro de Koudelka, Bipolar, Pitecántropo y El acelerador de partículas.
¿Hay lazos entre ciencia y poesía?
En este poema hay un brazo de la ciencia lanzado hacia afuera, hacia la conquista del espacio exterior y otro brazo lanzado hacia adentro, hacia la conquista del átomo, y en medio de esas dos aventuras yo sólo puedo declararme fascinado, extraordinariamente ignorante pero no cerrado a aprender todo lo que pueda de ese mundo científico porque no creo que esté para nada peleado con la poesía.
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¿Estabas en un momento de autoanálisis e introspección?
Al contrario de otros libros que son más planeados, que uno tiene una idea previa de lo que va a escribir, en este caso el poema se me impuso a mí, yo sabía que necesitaba iniciar un ejercicio de pausa, luego de autoanálisis, de observación de mí mismo; cuando me senté a escribir salió literalmente el chorro de lenguaje que consideré que eran un mismo día que se repetía una y otra vez, fuera de mi control.
¿Un ciclo continuó en un solo día?
Todo sucedió conforme sucedió, no hubo una planeación previa, se me impuso Jueves, así fue como este poema apareció en mi vida y me secuestró durante un tiempo que ya pasó. Parece escrito durante la pandemia pero fue en un tiempo previo, en su momento fue una especie de pequeño animal que se me apareció, que exigió ser escrito.
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¿El tiempo es una de tus grandes obsesiones?
El tiempo es una de mis preocupaciones principales, para mí es el máximo enigma a resolver, me interesa muchísimo. Siempre al escribir tengo presente la idea del tiempo y la idea del lugar, que a veces se confunden; por supuesto que había una ubicación geográfica mientras escribía el poema, había un paisaje, una hora del día, aunque yo intente estar lo menos consciente de la hora cronológica del día, en realidad para mí había un lugar y un tiempo más trascendentales, es más un poco el lugar del ser humano en la vastedad del espacio.
¿Tan cíclico que a veces es un rondar repetitivo?
Es el ser humano en el momento en el que su mano se afirma en la vastedad de la eternidad y por eso constantemente digo en el poema que uno está preso entre dos eternidades, una es la eternidad del pasado y la otra es la eternidad del futuro, ese momento es una especie de prisión, es el instante en el que yo estaba en situación de crisis, de mi encrucijada que se volvió un instante cíclico, un momento en el que me reconocía preso entre esas dos eternidades y no encontraba la manera de salir, escribí una especie de testimonio de ese momento detenido.
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¿Fueron días de vértigo y soledad, como dice el poema?
Es el vértigo del momento, yo siempre he sentido eso, y al mismo tiempo me llevé a una situación de aislamiento deliberado, deliberadamente quería estar solo, necesitaba estar solo, no había conseguido comunicarme bien con mis semejantes entonces fue como pedir un tiempo fuera, una pausa para reagrupar me, para pensar una nueva estrategia; me asaltaba la pregunta: ¿quién es esa persona?, y esa petición de tiempo fue la escritura de Jueves.
¿Qué seguirá?
He escrito un par de libros más, una reunión más ortodoxa de poemas, y otro que tiene que ver con la Ciudad de México.