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El escritor cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955) se presentó en la sala Miguel Covarrubias, del Centro Cultural Universitario de la UNAM, para hablar de “La Habana, Trotsky y otras cosas”. Ese vago “y otras cosas” que formó parte del título de la charla, abarcó todo aquello que formó a Padura como escritor y como persona.
Desenfadado, transparente, con mucho sentido del humor, y con la guía de la escritora Rosa Beltrán y directora de Difusión Cultural de la UNAM, el ganador del Premio Princesa de Asturias de 2015 relató cómo fue crecer en el barrio habanero de La Mantilla, que equipara a Macondo porque tampoco tenía funeraria ni cementerio. Su infancia la recuerda llena de libertad, una que incluso le permitía robar mangos del árbol del vecino, aunque tuviera en casa: “Los mejores mangos, son los mangos robados”.
Contó que de su padre aprendió la fraternidad, mientras que de su madre, la solidaridad en el sentido católico, aunque asegura que desde niño tuvo la convicción de alejarse de la religión porque “los domingos son para jugar a la pelota”. Fue en esa etapa de formación donde aprendió una lección fundamental: “tú solo no puedes lograr las cosas, tienes que colaborar con otro”.
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Su gusto por los deportes, como el baseball, lo llevó a desarrollar un espíritu competitivo, impulso que lo llevó a escribir, pues cuando estudió letras y vio que sus compañeros escribían, él se puso a escribir también.
En la charla, Padura explicó a sus lectores que le tocó vivir una época privilegiada, en la que los escritores del momento eran Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Fernando del Paso y Carlos Fuentes, además era una época en la que la distribución de libros en Cuba era abundante, con libros a precio de centavos, pero a la vez se veía obligado a leer “Rebelión en la granja”, de George Orwell, en una sola noche, con el libro prestado y forrado, porque no estaba permitido. En cuanto a cine, tuvo acceso a películas de la época de oro del cine mexicano y del argentino, pero también a cine de países socialistas en Europa, del neorrealismo italiano y películas de Japón; vio películas de Kurosawa, Coppola, Fellini, en una época en la que la entrada para películas de estreno costaban un peso.
“Una época rosa, pero esos años 70 fueron también de una increíble represión cultural. Lo sabíamos y no lo sabíamos, lo sentíamos y no lo sentíamos, la sensación de miedo era tan invasiva y estaba tan en el ambiente, que no lo distinguíamos. (...) Fue un momento muy complicado pero no sentíamos esa densidad hasta que tuvimos una perspectiva que nos permitió ver”, contó Padura.
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El paso del tiempo y el inevitable cambio, ha hecho que La Habana hoy sea una muy distinta a La Habana donde creció. Su faceta como periodista, le permitió a Padura recorrer su ciudad en búsqueda de historias, lo que consideró un ejercicio de “conquista” de su ciudad. A partir de los años 90, la crisis cambió a Cuba, recordó el autor, y eso llevó a que “la ciudad adoptara códigos y paradigmas que nos son ajenos”, que en este caso fue de empobrecimiento, aseguró.
“La experiencia de la vida en un país socialista no se puede aprender en ningún libro de texto. El miedo no se siente igual, a lo mejor en México el miedo es a la violencia callejera, pero no estoy hablando de ese miedo, estoy hablando del miedo a la desprotección”, detalló Padura.
Fue en ese contexto bajo el que trabajó como escritor independiente, una carrera con la que inició sobreviviendo junto a su esposa, la guionista Lucía López Coll, con 400 dólares al mes, cuando medio pollo costaba 300 dólares. Entre “chambitas” como cortes de cabello y venta de un vino improvisado, Padura y López subsistieron, hasta que el trabajo rindió frutos: en 1995 ganó un premio literario español Café Gijón por su libro “Máscaras”, con un valor de 16 mil dólares.
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“Eso que ‘Dios provee’, a veces es verdad. (...) Si pasó ese premio es porque yo seguí trabajando, a partir de ahí empiezo realmente a tener una vida de escritor independiente. El hecho de terminar mis libros, apretar una tecla y que ese libro salga de mi computadora y llegue a la computadora de mis editores en Barcelona, me dio independencia, me dio libertad, no tiene que pasar por ningún filtro. Los niveles de autocensura que yo me aplico, son éticos, yo creo que todo artista tenemos que tener límites éticos. Mi ejercicio de libertad no puede ser agresivo con la libertad de los otros. (...) En esos años tan difíciles, trabajé como un loco para no volverme loco. Escribí novelas, escribí sobre Carpentier, escribí guiones de cine, trabajé muchísimo porque era la manera de mantener la cordura. Al final, yo creo que el trabajo, no siempre, pero a veces, da recompensas”.
Al hablar sobre la vida en un país socialista y los cambios que ha vivido La Habana, el autor de “El hombre que amaba a los perros” dijo que la miseria crea miserables:
“La miseria crea miserables, esa es una ecuación elemental. Se ha sufrido un proceso de pérdida de humanidad y se ha acelerado en los últimos años. Esta pérdida de humanidad afecta físicamente a la ciudad, pero el deterioro físico de la ciudad afecta los comportamientos de las personas que habitan esos espacios”.
Sobre esta transformación, La Habana ahora se ve afectada por lo que Padura considera como “agresión sonora”: el reggaetón.
“Digo la palabra agresión con todo el sentido de su significado, su semántica, una agresión sonora que se llama reggaetón. Ahora todo mundo tiene un teléfono y se compra una bocinita con bluetooth y todos están por toda la calle regalándole al mundo el reggaetón, que además dice ‘te la meto por delante, te la meto por detrás’. El artista cubano más seguido del mundo se llama Bebeshito. (...) Del cine de Kurosawa, de leer a Cortázar, al Bebeshito, lo que ha pasado es tremendo”, concluyó Padura entre risas.
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