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La escena se repitió durante años. Dos veces por semana, a última hora de la tarde, arriba del restaurante chino Shun Lee, en el Upper West Side de Manhattan, se abrían las puertas de un ascensor destartalado y descendía un anciano flaco de bigote ralo que apenas sabía quién era y dónde se encontraba.
A continuación, cuando las cámaras de seguridad reconocían el rosto del artista Peter Max , los cerrojos de una puerta de seguridad se abrían con un zumbido.
Ya en el interior, Max se encontraba con varios pintores -algunos reclutados en las calles y a los que les pagaban una miseria-, fabricaban obras en masa con la estética de Max: alegres caleidoscopios multicolores pintados a brochazos sobre el lienzo. Y a Max lo sentaban, le ponían un pincel en la mano, y lo tenían durante horas firmando esas obras como si fueran propias. Esa situación se perpetuó hasta el año pasado y fue descrito al diario The New York Times por siete testigos presenciales.
En las décadas de 1960 y 1970, Max fue un ícono contracultural, un pintor inusual que logró reconocimiento en el mainstream del arte. Sus psicodélicas imágenes podían verse en la tapa de la revista Time, en los jardines de la Casa Blanca, y hasta llegaron a una estampilla de correos de Estados Unidos.
Pero hace ya unos cuantos años que a Max le diagnosticaron Alzheimer y actualmente, a los 81 años, sufre de demencia avanzada . Según nueve personas con conocimiento directo de su estado de salud, hace unos cuatro años que Max realmente no pinta. El artista no sabe en qué año vive y se pasa las tardes acurrucado en un diván de terciopelo rojo de su departamento, mirando fijo hacia la ribera del Hudson.
Algunos, sin embargo, vieron en el deterioro de Max una oportunidad para medrar. Su hijo Adam, del que estaba alejado, y sus tres socios comerciales, tomaron el control del estudio de Max y multiplicaron drásticamente la producción para abastecer una serie interminable de subastas de arte en cruceros , por más que el artista ya casi no podía pintar.
Después, en 2015, la segunda esposa de Max, llamada Mary, hizo una presentación ante un tribunal de Nueva York para que designara un tutor legal para supervisar los asuntos de su esposo. Poco después de que la corte aceptara su petición, Adam sacó a su padre de padre de su hogar y lo fue mudando de casa en casa por todo Nueva York durante más de un mes.
Durante los últimos cinco años -la demanda judicial más reciente fue presentada el viernes pasado-, los familiares, amigos y colaboradores del artista han intercambiado escabrosas acusaciones judiciales de secuestro, contratación de matones, intentos de asesinato con castañas de pará, y artimañas para exprimirle todavía más dinero a una de las ya más rentables franquicias de arte de la época actual. Desde el restaurante Shen Lee hasta los cruceros en altamar, el crepúsculo de la vida de Max ha estado marcado por la búsqueda de ganancias en las subastas de arte y una seguidilla de infortunios más surrealistas que sus alucinógenas obras.
"Retrato de un artista como hombre muy rico"
Peter Max Finkelstein nunca tuvo gran discernimiento sobre su arte.
Hijo de un judío alemán que huyó de Berlín en 1938 y se instaló en Shanghái, Peter descubrió en Oriente los colores primarios de los que lo había privado el sombrío régimen nazi. Finalmente, la familia Finkelstein se mudó a Brooklyn, y hacia 1968, Peter se había convertido en una auténtica sensación del arte pop. Pero mientras que otros protagonistas de ese movimiento -como Andy Warhol y Roy Lichtenstein- usaron su arte como un comentario sobre el mercantilismo, la alegre paleta de Max se convirtió en su definición.
Sus posters llenos de colores industriales se convirtieron en telón de fondo de toda una generación. Pero cuando los hippies que amaban su obra crecieron y se hicieron capitalistas, lo mismo hizo Max. Pintó una serie de Estatuas de la Libertad con el apoyo de Lee Iacocca, el CEO-celebridad de la Chrysler. Pintó el afiche oficial del Super Tazón, del Abierto de Tenis de Estados Unidos y de la Copa del Mundo FIFA.
Desparramó sus colores en paquetes de cereal, en sábanas, en un pedazo del Muro de Berlín, y en auto de carreras de Dale Earnhardt. Cuando Max apareció en la tapa de la revista Time, el titular decía: "Retrato del artista como hombre muy rico".
Todo ese dinero le permitió rendirse a las excentricidades. En 1976, tras divorciarse de su primera esposa, Elizabeth Nance, construyó una escalera que conectaba dos departamentos, para que ella y sus dos hijos, Adam Cosmo y Libra Astro, pudieran vivir en el piso de abajo. A continuación, Max mantuvo relaciones con la modelo Rosie Vela, y con la actriz Tina Louise, que interpretaba a Ginger en La isla de Gilligan.
En 1996, Max se cruzó en una calle de Manhattan con Mary Baldwin, una chica 30 años menor con un corte de pelo a lo Mia Farrow. Max la abordo diciendo: "Hola, soy Peter Max, y me he pasado la vida pintando tu perfil". Un año después, se casaron en una ceremonia celebrada por el alcalde neoyorquino Rudolph W. Giuliani.
Para entonces, los críticos ya desdeñaban a Max y lo consideraban menos un artista que un artistoide , más preocupado por la viabilidad comercial de su obra que por crear obras dignas de un museo. Max tenía buena mano para el resbaladizo negocio del arte, y solía bromear diciendo que "la diferencia entre una pintura de 10 mil dólares y una de 20 miles el tamaño del lienzo", según un colaborador que recuerda la frase.
En 1997, su munificencia con el dinero fue demasiado lejos y tuvo que declararse culpable de esconderle ingresos por 1.1 millones de dólares a la agencia de recaudación impositiva norteamericana. Acosado financieramente, Max amplió su sociedad comercial para incluir a una organización llamada Park West Gallery.
Antes de fundar esa galería en 1969, Albert Scaglione enseñaba ingeniería mecánica en la Universidad Estatal Wayne. Actualmente, el empresario se jacta de que Park West es la mayor galería de arte privada del mundo, y que ha vendido 10 millones de obras por un valor de miles de millones de dólares.
La mayoría de sus subastas regadas de alcohol se realizan en cruceros: en altamar, nadie vende más que Peter Max. Una de las vendedoras que se capacitó en la empresa en 2003 recuerda que Scaglione repartía dos libros: la Biblia y El arte de Peter Max. (A través de su abogado, Scaglione desmintió esa información.)
La exclusiva clientela de Sotheby's y Christie's ni siquiera registra a Peter Max. Pero para los 24 millones de personas que hacen cruceros cada año, Max es una estrella del arte mundial. Ese es un universo paralelo en altamar donde sus obras representan el pináculo del sofisticado coleccionismo.
Las obras de Max pueden encontrarse en los locales de Park West en todas las grandes líneas de cruceros, incluidas Royal Caribbean, Carnival y Norwegian, que publicitan las subastas de Park West como una desopilante actividad de abordo regada con champagne de cortesía, empresas que también se quedan con una tajada de hasta el 40 por ciento de las ventas, según analistas de la industria. De hecho, Norwegian tiene un barco entero con temática Peter Max, en cuyo casco ostenta su famosa Estatua de la Libertad con rayos de sol y la silueta de la ciudad de Nueva York proyectada en el cielo.
Gracias a esas vacaciones de los ex-hippies que pujaban por sus obras, Max logró sostener su estilo de vida hasta bien entrada la década de 2000. Solía asistir a las galas neoyorquinas con su esposa, y luego pintaba hasta las 4 de la madrugada, mientas retumbaba la música de Rage Against the Machine y Led Zeppelin. Por allí solían pasar Ringo Starr y Herbie Hancock, que de paso aprovechaban la comida para llevar del Shun Lee.
Max era tan prolífico, y Park West tan voraz, que al igual que muchos artistas conocidos dependía de asistentas para que tensaran los lienzos, pintaran los fondos y aplicaran las plantillas. Pero la creación era siempre de Max, según personas familiarizadas con su obra de ese periodo. "Los asistentes hacían una décima parte del trabajo, los fondos, y Peter plasmaba las imágenes", dice Leo Bevilaqua, fotógrafo y estrecho amigo del artista.
Las mejores obras de Max, sin embargo, no solían terminar en las subastas de Park West. Un ejemplar de sus creaciones -al que llamaban "Peter's Keepers" (algo así como "lo que se queda Peter")- iba a parar a un depósito en Lyndhurst, Nueva Jersey. Las versiones de menor valía iban a los cruceros, donde llegaban a venderse por hasta 30 mil dólares cada una.
Con el correr de los años, los clientes insatisfechos de Park empezaron a quejarse de que les habían hecho creer que estaban comprando una obra "única" de Max, cuyo valor se incrementaría con el tiempo, pero cuando tocaban tierra -y accedían a una red de wi-fi confiable- se enteraban de que internet estaba inundado de obras similares. También se produjeron objeciones sobre obras de otros artistas, incluido Salvador Dalí.
Más de una docena de personas demandaron a West Park. En algunos casos, la empresa llegó a un acuerdo con los damnificados, y en otros, la demanda fue desestimada. (Los abogados de la empresa dicen que las obras almacenadas en el depósito de Max no tienen duplicados, y que cada obra que vende la galería es única. También aseguran que la instrucción que tienen los subastadores es no usar nunca la palabra "inversión" para referirse a las obras de arte.)
"Lo único que tiene de Max es la firma"
Las facultades mentales de Max empezaron a fallar en 2012. Firmaba libros, garabateaba diseños en servilletas de papel para sus compañeros circunstanciales, o sostenía un pincel y ponía un poco de pintura sobre un lienzo durante sus presentaciones públicas, pero le costaba crear. Durante los próximos dos años, Max dejó de pintar casi por completo. "Las obras de los cruceros, lo único que tienen de Max es la firma", dice Bevilaqua. "Él ya no puede pintar."
Max le pidió a Lawrence Moskowitz, un agente de seguros, y a Robert M. Frank, un contador de Amityville, que los ayudar a revitalizar su negocio, según el abogado de Moskowitz. Tras el paso del huracán Sandy, en el otoño boreal de 2012, Moskowitz y Frank lo asistieron para reclamarle 300 millones de dólares de seguro contra inundaciones por los daños en el galpón de Nueva Jersey donde ALP almacenaba el "Peter's Keepers". Hasta el momento, ha reembolsado 48 millones, de los que Moskowitz se lleva el 10 por ciento de honorarios.
A partir de entonces, Moskowitz empezó a ocupar un rol más activo en el manejo de ese estudio a la deriva. A cambio, dice su abogado, Max le ofreció el 10 por ciento de ALP, la mitad de su participación accionaria. Moskowitz se alió con Gene Luntz, histórico vendedor de la obra de Max en su cuenta de Park West, y alentó a Adam, hijo del artista, a involucrarse más en el negocio.
Si bien técnicamente Adam era el presidente de ALP desde su incorporación, en 2000, hasta el momento había manifestado poco interés en el día a día del estudio de su padre. Pero desde entonces empezó a trabajar con Moskowitz para reimpulsar ALP. Más tarde, diría ante la justicia que su padre le había pedido que se hiciera cargo del manejo de la empresa.
Con Adam Max, Moskowitz y Luntz, la empresa aumentó drásticamente sus negocios con Park West, y ampliaron el elenco de artistas que copiaban las obras más comerciales de Max: según testigos presenciales, en el taller llegaban a verse hasta 18 pintores asistentes y 5 serigrafistas.
Luke Nikas, reconocido abogado especialista en arte de la ciudad de Nueva York, dice que Park West recién se enteró a mediados del año pasado que Max ya no estaba pintando, cuando al igual que otros -incluido el diario The New York Times- recibió una pista anónima. Park West y Nikas contrató a Nikas y al exagente del FBI especializado en arte fraudulento Robert Wittman, para investigar los hechos. Su pesquisa concluyó que el estudio "cumplía con todos los estándares legales exigibles", dice Nikas, quien no niega que Max sufra demencia y señala que el celebré artista del siglo XX, Willem de Kooning, sufría del mismo mal y seguía produciendo.
Nikas compara a Peter Max con Warhol y artistas conceptuales como Jeff Koons y Damien Hirst, quienes ejercen el control creativo pero suelen delegar la realización de sus obras en otros.
"Ni una sola obra atraviesa la puerta del estudio sin la firma estampada a mano por Peter Max", dice Nikas.
akc