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Guanajuato. La escritora y artista escénica Angélica Liddell (Figueras, 1966) presentó su obra Terebrante en el primer fin de semana del 53 Festival Internacional Cervantino.
A través de varios segmentos que cruzan la línea entre el performance y lo ritual, Liddell —directora, autora e intérprete de la obra— deconstruye el flamenco, su estética, sus movimientos y su filosofía, para llevarse a sí misma hasta el límite en un trance autodestructivo, alcanzar la catarsis de sus heridas emocionales y representar un pacto con el demonio.
El punto de partida son las ideas del cantaor gitano Manuel Agujetas y las citas que se proyectan, en medio de la oscuridad, desde la pantalla —los únicos momentos donde el lenguaje y lo verbal intervienen—. El planteamiento que dejó Agujetas es que el dolor y la herida —una herida sobre una herida, paráfrasis del significado de terebrante: dolor perforante— son catalizadores del arte.
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“Para ser flamenco hay que tener una causa. ¿Cuál es la causa? Primero tienes que estar con una mujer que tú la quieras”, son palabras de Agujetas que se citan en la obra y desembocan en que el siguiente paso es ser abandonado por la persona amada. “Si usted no tiene causa, ¿por quién va usted a cantar?”
Lo primero que hace Liddell —ganadora del León de Plata de la Bienal de Teatro de Venecia 2012 y del Premio Nacional de Teatro de España este año— para tomar el escenario del Auditorio del Estado es calzarse los botines de Israel Galván, bailarín y una de sus mayores admiraciones.
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Al ritmo de esa deconstrucción del flamenco, retira su ropa interior, expone su cuerpo, fuma, se masturba y coloca el cigarro entre sus genitales. Es un segmento de larga duración, tenso e incómodo, que demanda una contemplación transgresora.
El público, en varios momentos, se retira ofendido, aturdido, indignado.