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La expedición de ese día no resultó como esperaban. El registro fotográfico y documental de una cueva ritual que el arqueólogo Osvaldo Murillo, el montañista Édgar Segura y el guía local Alberto Jiménez tenían como misión en "los pies" del volcán Iztaccíhuatl tuvo que ser suspendido por la presencia de niebla y una ligera lluvia de copos de nieve que amenazaban con convertir ese terreno rocoso en un escenario más extremo.
Esa cueva, que podría tener presencia de materiales prehispánicos y a donde actualmente los habitantes del poblado de San Mateo Ozolco (Puebla) llevan ofrendas para pedir una buena temporada de lluvias para la cosecha, se escondió entre las grandes rocas y la niebla que caracterizan a esa cumbre, ubicada a 4 mil 500 metros sobre el nivel del mar.
Abajo, en un paraje conocido como La Joya, el arqueólogo Arturo Montero, quien desde hace 30 años se ha dedicado a la exploración de las montañas y cumbres de México, advertía que eso podía pasar. "Son los riesgos de hacer arqueología en alta montaña", comenta.
Esa exploración que los arqueólogos volverán a retomar en los próximos días forma parte de un proyecto de estudio y documentación de la riqueza cultural y ecológica que resguardan el Popocatépetl e Iztaccíhuatl.
En este proyecto encabezado por el arqueólogo Arturo Montero también participan antropólogos, biólogos, historiadores, artistas y fotógráfos, cuyos trabajos salieron a la luz a finales de 2013 en una publicación impulsada por el gobierno de Puebla.
Entre las diversas investigaciones que reunirá esa publicación destaca la presencia del culto que diversos grupos humanos han mantenido por más de 2 mil años hacia estos grandes colosos de la naturaleza.
Los fragmentos de cerámica y de obsidiana, así como algunos malacates que yacen entre las piedras y la vegetación volcánica, permiten ver la devoción que los pueblos prehispánicos tuvieron hacia los volcanes.
"En México hay una veneración a la montaña que es trascendental y que abarca por lo menos desde el periodo Clásico. Estamos hablando de casi 2 mil años de culto a la montaña", comenta Arturo Montero, mientras recoge algunos fragmentos de cerámica concentrados en una de las laderas del Iztaccíhuatl.
"Por ahora no levantamos nada en términos arqueológicos, sólo hacemos registro", aclara el especialista quien en 1985, junto con el arqueólogo Stanislaw Iwaniszewski, realizó los primeros trabajos arqueológicos en la cima del Iztaccíhuatl.
A unos metros de ese paraje se alcanza a ver una cueva donde, hasta hace poco, habitantes de las poblaciones aledañas al volcán celebraban rituales para solicitar un buen clima para las labores agrícolas.
"Son los lugares de culto, donde se rinde una serie de ofrendas a la naturaleza para conciliar la lluvia, porque aquí en la montaña es donde nacen los manantiales. Se considera que los cerros están llenos de agua, que van a regar los campos", comenta Montero a la entrada de este sitio que luce abandonado, con algunas cruces, esculturas de San Miguel Arcángel, rosarios y cerámica matada, a la manera de un ritual prehispánico.
De acuerdo con Montero, una de las fechas importantes para estos rituales es el Día de la Santa Cruz, el 3 de mayo, que coincide con la temporada en que inician las lluvias.
"Es una tradición de los abuelos. Ellos nos cuentan que ir a dejar las cruces es como ir a pedir agua o lluvia para que nuestros terrenos se cultiven, si no se hace esa tradición no habrá agua o no va a llover, por esa misma razón vamos a dejarlas, y como está la ‘Mujer dormida' (Iztaccíhuatl) para que nos regale más agua", relata Alberto Jiménez, mayordomo de San Mateo Ozolco, quien es uno de los encargados de llevar las cruces a las diversas cuevas veneradas por los habitantes de su comunidad.
Algunas de esas cuevas se encuentran en las laderas del Iztaccíhuatl, entre ellas la que el equipo de Montero intentó explorar este fin de semana. Esos espacios de culto contemporáneo, explica Osvaldo Murillo, también pueden tener evidencia de ceremonias prehispánicas, lo cual demuestra la continuidad del culto que se le ha rendido a las montañas a lo largo de los siglos.
Trabajo en un ambiente extremo
Desde hace tres décadas, el arqueólogo Arturo Montero se ha dedicado a la exploración del Iztaccíhuatl y del Popocatépetl. A lo largo de esas expediciones ha logrado documentar 32 sitios arqueológicos en el Iztaccíhuatl y en el Popocatépetl sólo siete, ya que desde que comenzó su actividad eruptiva en 1994 se suspendieron las exploraciones en la zona. Pero el registro y documentación de estos sitios en alta montaña no ha sido nada fácil.
"El hecho de que tengamos que enfrentarnos a un clima adverso, de tener que soportar el trabajo a determinada altura y los riesgos que existen hacen que la arqueología en alta montaña sea una disciplina compleja. Más aún, las ofrendas que se encuentran son pequeños fragmentos de cerámica o de obsidiana esparcidos en hectáreas o kilómetros cuadrados de terreno", comenta.
Además, añade, el hecho de que sólo sean pequeños fragmentos de cerámica hacen que estos trabajos arqueológicos sean poco difundidos.
Pero para Osvaldo Murillo, uno de los pocos jóvenes arqueólogos que colaboran con Arturo Montero en las expediciones de alta montaña, trabajar en las alturas representa una oportunidad para dar a conocer esa otra parte de la arqueología. "Se trata de entornos diferentes, donde hay que exponerse al ambiente, al peligro, pero hay muchas cosas que la gente no conoce y que con nuestro trabajo podemos mostrar", comenta.
Las dificultades de ese trabajo son extremas, pero lo único que los mueve, dicen, es la divulgación y preservación del patrimonio cultural y natural que guardan estas montañas, ya que la tradición de venerarlas comienza a ser desplazada por las nuevas generaciones de los habitantes de las comunidades aledañas.
"Los jóvenes que estudian como que ya no se interesan en nuestra cultura, están más interesados en las nuevas tecnologías y ya no les interesa estas tradiciones de nuestros antepasados, como que se avergüenzan", comenta el señor Gaudencio Hernández, gerente de la villa ecoturística La Venta y habitante de San Mateo Ozolco, una de las comunidades indígenas donde la mitad de sus pobladores aún hablan el náhuatl.