Dos testimonios verdaderos y uno ficticio muestran la realidad de las desapariciones en nuestro país manifestadas desde un contexto artístico: la poeta Irma Pineda, cuyo padre, el luchador social zapoteca Víctor Pineda Henestrosa, fue desaparecido por el Ejército el 11 de julio de 1978; el artista y bailarín de Tehuantepec, Lukas Avendaño, quien desde el 10 de mayo de 2018 no volvió a saber del paradero de su hermano, Bruno Avendaño, cabo de la Marina Armada de México; y la obra de teatro Fenómeno, escrita y dirigida por Hugo Alfredo Hinojosa, que trata sobre un personaje que pasa de ser una víctima de desaparición por el crimen organizado a un victimario.
La escritura, medio para seguir
En 1978, por ejemplo, la poeta Irma Pineda tenía tres años y tardó, en sus palabras, mucho tiempo en comprender el significado de la desaparición forzada de su padre. Aunque poco después, ella perdió la voz como resultado de un shock emocional y psicológico.
“Yo no entendía nada. Mi mente se defendió evitándome hablar. La literatura fue la barca que me permitió salvarme, podría decir que me devolvió la voz”, relata la escritora sobre el origen del tema que desde entonces toca su obra.
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Pineda, quien presidió la asociación Escritores en Lenguas Indígenas A. C. (ELIAC) y fue representante de los pueblos indígenas de México, Latinoamérica y el Caribe ante la ONU de 2020 a 2022, precisa que al hablar de una desaparición, no sólo se trata de la persona que ya no está.
“Cuando arrancan a alguien de su contexto se llevan también al padre, al hermano, al hijo, a la hija”, afirma la autora del libro Naxiña' Rului' ladxe'. Rojo Deseo (Pluralia Ediciones, 2018), que ganó el premio Caballo Verde del Festival Di/Verso.
El duelo se vuelve una herida “siempre abierta. Aprendemos a vivir con el dolor y la ausencia, pero no vivimos revolcándonos en ellos, aprendemos a seguir luchando para demandar y exigir que se hable del tema y para que la sociedad reconozca y hable de los desaparecidos”.
En el caso de las desapariciones forzadas, cuenta, sobre todo cuando se habla de luchadores sociales, el Estado debe aceptar la responsabilidad que tuvo a partir de sus diversos brazos. “En otro tiempo fueron las brigadas blancas o los grupos paramilitares. Las familias de desaparecidos han denunciado nombres concretos, sin que las autoridades de las Fiscalías de los estados les den una respuesta”.
La danza, medio de denuncia
Cada una de las historias de desapariciones son diferentes, pero existen puntos en común entre los procesos de duelo de quienes sufren las ausencias.
El bailarín y artista muxe Lukas Avendaño cuenta que recurrió a la danza como única posibilidad para denunciar la violación de Derechos Humanos que cometió el Estado en contra de su hermano Bruno.
“No es un performance, es un acto de desesperación y es el único recurso que yo tengo para actuar”, cuenta Lukas, quien tiene tres décadas de trayectoria y quien en junio de 2019 presentó frente al Museo Universitario de Arte Contemporáneo dos piezas en protesta por la desaparición de su hermano: Buscando a Bruno y Llamado a la autoridad.
Avendaño, quien estudió inicialmente Derecho y Antropología con el objetivo de encontrar soluciones a las desigualdades de su contexto inmediato (la migración o la precarización del trabajo campesino, por ejemplo), decidió dedicarse a las artes escénicas por una cuestión “de supervivencia”.
Con un compromiso social previo en su exploración creativa se dio cuenta de que ante la desaparición de su hermano, “no tenía otro recurso más que lo que sé hacer en escena”.
No es un performance, es un acto de desesperación y es el único recurso que yo tengo para actuar”
Lukas Avendaño
Bailarín y artista muxe
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Se refiere, en específico, a la impotencia de no poder confiar en las instituciones. El hecho de que la defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca siga sin responder la primera queja que interpuso; que la Comisión Nacional de Derechos Humanos siga sin pronunciarse o que las autoridades de investigación no actúen con un plan “minucioso y puntual para resolver la desaparición de su hermano” le dan razones suficientes para desconfiar.
Fue hasta que Avendaño expuso su caso en el Consulado de México en Barcelona, en compañía de varios medios de comunicación, que las autoridades mexicanas le prestaron atención. Pero el eco internacional no evitó que “los servidores públicos terminaran aparentando que hacían algo. A veces parecía que tenía que defenderme de la propia Fiscalía”.
Los primeros cuatro días, Lukas no asimilaba que se trataba de una desaparición, “aunque lo intuía por el contexto nacional, pero no quería aceptar que Tehuantepec, que significa tanto para mí y mi familia, había dejado de ser seguro”. Recuerda que buscó en el panteón municipal el cadáver de su hermano, pero 30 meses después de la desaparición, el cuerpo de Bruno fue descubierto en una fosa en Salina Cruz y Tehuantepec.
En el escenario
Un ángulo diferente, que critica la visión de una sociedad maniquea, “donde todo es blanco o negro”, es el de la obra de teatro Fenómeno, escrita y dirigida por Hugo Alfredo Hinojosa, y que podrá verse hasta el 19 de julio en el Centro Cultural El Hormiguero. La pieza aborda la violencia de las desapariciones desde el punto de vista de un sicario; víctima secuestrada en la infancia, victimario después y víctima otra vez al morir asesinado. Un personaje parado sobre una fosa y al que las voces de los desaparecidos de Ayotzinapa o los golpes que hacen sobre el suelo las madres que buscan a sus hijos no lo dejan dormir.
Para el dramaturgo Hugo Alfredo Hinojosa, quien busca que el teatro sea catarsis y reflexión, el Estado no es el único culpable de la violencia. Hay un contexto histórico, un pasado salvaje que sigue latente. “Mi madre me dio educación como la forma de alejarme de una sociedad violenta”. El arte es una manera de escapar, concluye.
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