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El escritor cubano Leonardo Padura lanzó en 1991 el libro Pasado perfecto y su protagonista, el policía Mario Conde, se convirtió en un personaje fundamental para la literatura cubana contemporánea. Ahora, 27 años después, lanza el noveno título, La transparencia del tiempo (Tusquets), en donde no sólo Cuba ha cambiado, también el mundo. “El mundo no se ve igual a los 40 que a los 60. Y tanto Mario Conde como yo hemos llegado a esa edad. Después de tantas novelas, he recorrido todos los caminos del personaje y me esfuerzo por decir algo nuevo en cada novela”, dice en entrevista con EL UNIVERSAL.
Padura reflexiona sobre cómo fue la construcción de este policía que es demasiado decente para ser policía; acerca de lo fundamental que es la amistad para su vida y de cómo Mario Conde nació en una época en la que no se podía hablar de la corrupción institucional en Cuba. El escritor, Premio Princesa de Asturias de las Letras, nos ofrece su visión sobre la literatura y cómo desea abordar en su próxima novela el periodo especial en Cuba, “una de las épocas más duras que hemos vivido”.
Ha dicho que usted es resultado del barrio en el que creció. El universo de Mario Conde se parece mucho al suyo, inevitablemente.
Los escritores tenemos tres o cuatro obsesiones fundamentales. De alguna forma o de otra, les damos un humor dramático cuando escribimos. Es cierto que el tema de la amistad es para mí muy entrañable porque realmente tuve la suerte de crearme en un barrio en el que el hecho de poder estar en la calle, de jugar el beisbol, de estar con los amigos, conocer el sentimiento de la fraternidad y de la cercanía, fue muy importante para mí. En todas las novelas de Mario Conde la amistad está presente y está presente en la novela de mi vida.
¿Y qué hay sobre la maldad?
En todos los países hay personas buenas y malas, hay verdades y mentiras, hay bondad y maldad. Estuve un año trabajando como periodista en Angola durante la época de la guerra, no estaba como militar sino como civil y descubrí, como en ninguna otra parte, manifestaciones de bondad y de mezquindad humana, creo que en las situaciones límites las cosas son así. En Cuba, por ejemplo, en los años 90 empezó una época realmente muy difícil de la que no hemos salido todavía, pero en esos años fue verdaderamente agudo; cuando me reúno con mis amigos y hablamos de esa época, hemos coincidido en que cuando todo estaba más jodido nos reuníamos constantemente porque era la forma de tener algo sólido en medio de un mundo que se derrumbaba. Después de que pasó esa situación, con el transcurso de los años nos vemos menos, estamos más complicados, tenemos compromisos, viajamos mucho, somos más viejos. Durante toda esa época, en los tiempos en Angola, en el transcurso de mi vida, me he enfrentado al comportamiento envidioso, mezquino y terrible, a veces lo sufro como escritor porque en el mundo actual denigrar a las personas se ha convertido en un ejercicio cotidiano. Las redes sociales no son culpables de nada, pero son el sostén de esas maneras de denigrar a los demás.
Le pregunto por la maldad porque Mario Conde es capaz de verla desde su nobleza.
El personaje de Mario Conde tenía un problema a la hora de su concepción y es que tenía que ser policía porque no era verosímil que en Cuba en tiempos contemporáneos alguien hiciera una investigación mayor o un crimen de sangre sin ser policía. El policía, como todos sabemos, es una figura que no resulta atractiva o agradable, aunque sea un policía de investigación y no de represión; pero Mario Conde iba a ser mi intérprete, iba a ser mi mirada hacia la realidad cubana desde la novela, así que empecé a darle características que lo humanizaban y en ese proceso de humanización fue surgiendo un antipolicía porque, si lo miras bien, Mario Conde es demasiado blando para ser un policía. Tiene rasgos muy sentimentales, es muy buena persona y es, sobre todo, un hombre decente. Y tenía que ser un hombre decente porque si iba a hablar de la corrupción, un tema que casi no se tocaba en Cuba, pues tenía que ser así, no podía ser vulnerable en ese sentido. Es un personaje que me ha dado grandes satisfacciones y que me ha permitido establecer un vínculo con los lectores.
Retratar el habla cubana es algo que le interesa mucho.
Sí. Hay dos niveles de lenguaje, el del narrador y el de los personajes. En esta novela hay un tercero que es el narrador que cuenta la parte histórica y que es, digamos, más barroco. Yo sería incapaz de colocar en un personaje la palabra cigarrillo porque en Cuba se dice cigarro, pero el narrador sí lo puede decir. Creo que tengo bastante habilidad para reproducir el habla cubana.
El habla de una región nos dice su forma de entender el mundo.
Claro, así como el lugar que ocupan en el mundo. Por ejemplo, en Cuba decimos mucho la palabra “resolver” y tiene un sentido muy peculiar, que es obtener lo que estás buscando. Si no encuentras algo en el mercado, tienes que buscar de una forma y resolver.
¿Se pasa mucho trabajo?
Así es, pasar trabajo en Cuba es una forma de vivir.
En La Habana de Mario Conde hay mucha humanidad. Mientras que en La Habana de escritores como Pedro Juan Gutiérrez hay bastante crudeza.
Pedro Juan refleja un sector muy marginal, sus comportamientos son muy elementales. Mario Conde recoge a toda la sociedad cubana, hay desde ministros hasta gente que vive una miseria muy lamentable. El asunto de mis novelas es que todo está visto desde la perspectiva de Mario Conde, que es muy crítica, pero también es muy compasiva.
Quiere hablar del periodo especial en su próxima novela.
Sí, quiero hablar de la dispersión de mi generación. Muchos de los amigos viven en Miami, Madrid, Barcelona, ha sido una migración muy dolorosa porque es gente que estaba muy arraigada a la realidad cubana y si bien se van por razones económicas hay, en el fondo, cuestiones políticas. Se fueron de Cuba y viven muy pendientes de lo que dejaron atrás, incluso por negación. Un amigo dice que la maldición de los cubanos es que ni yéndose de Cuba se pueden ir de Cuba.
En esta novela ha querido hablar sobre un país diverso.
Sí, muestro cómo el tejido social se ha dilatado. En la Cuba de los años 80 todos éramos muy iguales, a partir de la crisis comienza la dilatación y lo que viene después es que algunas personas tienen posibilidades económicas muy superiores a otras personas. El gobierno está empeñado en una lucha contra el enriquecimiento, pero porque ese enriquecimiento podría llevar a un empoderamiento político. El problema no es que haya 100 ricos, sino 4 millones de pobres. El tema es luchar contra el empobrecimiento, se tiene que cambiar la perspectiva.
No se ve el mundo igual a los 40 años que a los 60.
No, definitivamente se ve de otro modo. Eso es lo que pasa en esta novela; quiero que Mario Conde pueda dar nuevas visiones de la realidad.