Que chairo es un sustantivo y un adjetivo ofensivo que se define como la “persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender” o que huachicoleo es un sustantivo masculino que significa “acto y práctica de robar combustible de los ductos que lo conducen”, del que se derivan otros vocablos como huachicoleros y huachicol, o que chapilinear es un verbo intransitivo, que rifado es un adjetivo popular que califica a quien “es muy bueno, sobresaliente o tiene mucha calidad” y que michelada es un sustantivo femenino de la cerveza a la que se le agrega limón y sal y que se sirve en un tarro o vaso escarchado están entre los cerca de 34 mil artículos o vocablos pertenecen al habla de los mexicanos.
Ese amplísimo vocabulario que incluye otras palabras muy nuestras, como argüende, chípil, chivear, despampanante, güero, malacopa, perreo, rasposo, revictimizar, taquear, zángano y zangolotear, entre muchas más, está en el Diccionario del Español de México, cuya edición actualizada acaba de ser publicada en formato impreso por El Colegio de México, institución que desde el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios impulsa este proyecto de investigación y registro que dirige, desde hace más de 50 años, el doctor en lingüística y literatura, Luis Fernando Lara.
Afirma que con este proyecto que da cuenta de la riqueza del español y de la experiencia histórica de México a través de su literatura, cinematografía, cultura popular, academia y lengua culta, “queremos devolverle a los hispanohablantes mexicanos el vocabulario de su propia lengua, tal como se usa, para que lo conozcan y aprecien mejor”.
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Investigador emérito de El Colegio de México, e integrante de El Colegio Nacional, Lara asegura que 12 años después de la primera edición, acaban de publicar la segunda edición del Diccionario del Español de México, que tiene algunas correcciones, pero sobre todo suma poco más de 8 mil artículos o vocablos nuevos que corresponden, en su gran mayoría, a vocablos documentados en el Corpus del español mexicano contemporáneo (1921-1974), que es la base de este ambicioso proyecto que ha buscado registrar el español mexicano que se ha hablado en México desde hace 100 años, a partir del momento en que se produjo una prensa nacional, con diarios como EL UNIVERSAL, una radio nacional, y desde que apareció la primera novela de la Revolución Mexicana, Los de abajo, de Mariano Azuela, pero que llega hasta el español que hablamos hoy.
“El que ahora podamos presentar al público esta segunda edición del diccionario que ya llega a los 34 mil artículos, significa devolverle a los mexicanos su propia lengua y de esa manera legitimarla; es decir, que no estén todo el tiempo pensando ‘uy, ¿esto estará bien dicho?’, ‘¿qué dirá la Academia de esto?’, sino que digan ‘puedo confiar en mi diccionario y puedo tomar mis propias decisiones normativas’. Eso es lo que hemos buscado y seguiremos buscando porque el trabajo del diccionario no se acaba, lo vamos a seguir trabajando siempre. Tenemos la gran ventaja de que El Colegio de México sabe sostener investigaciones de largo plazo, algo que no es muy frecuente ni en México ni en otros países de lengua española”, afirma en entrevista Lara.
El director del Diccionario asegura que registran muchísimo vocabulario de tradición culta, que es el vocabulario que utilizamos en la vida intelectual, académica y en el periodismo, pero también registra muchísimo vocabulario de tradición popular, que es donde está lo más profundo de nuestros sentimientos como mexicanos.
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Pero algo que le da mucho orgullo es que esta edición de casi 2 mil 60 páginas impresas sobre papel biblia con una tipografía diseñada especialmente para el diccionario, es que esos cerca de 34 mil vocablos o entradas originales del español mexicano tiene más de 77 mil acepciones y sobre todo —y ese es el gran orgullo— posee muchos ejemplos de su uso. “Tenemos muchísimos ejemplos, que es algo que nos diferencia de los diccionarios académicos, muchísimos ejemplos que son reales, no son inventados. Ejemplos tomados de nuestros escritores, de la prensa, del hablar de un albañil o de un cómico y eso ayuda a comprender nuestra lengua como algo realmente entrañable y que no es rígido; es decir, no nos da una idea pomposa o solemne de la lengua, sino que nos dice ‘vean esta riqueza’ y yo creo que el diccionario impreso es eso lo que brinda“.
Palabras desgastadas por la política
Luis Fernando Lara reconoce que las decenas de escritores, lingüistas, lexicógragos, estudiantes que han participado en el proyecto a lo largo de más de medio siglo, tienen una gran vocación, “escribir un diccionario no es muy común, se requiere cierto gusto y es lo que más aprecio de muchos de los que han trabajado en el proyecto y los que siguen trabajando, realmente es un gusto, es una ambición. Sí, yo creo que ambicionamos hacer un diccionario muy bueno, esa es nuestra ambición a pesar de que nuestro expresidente diga que uno no debe ser aspiracionista”.
Hablando de política, Lara también apunta que hay palabras que resuenan a veces por épocas, hay palabras que se van y otras que se mantienen, hay palabras que la política desgasta de tanto usarlas.
“Hay palabras que se deslavan de tanto que se usan. Hay muchos casos de esos, de palabras que son de época o por ejemplo que son de épocas sexenales, vamos a decir, yo me imagino que irá a suceder con la palabra chairo, ¿qué pasará en los próximos años, se continuará hablando de los chairos o ya no se continuará hablando?, por ejemplo, el huachicol apareció y aparentemente llegó para quedarse, ahora ya también leí en la prensa que hablan de huachicoleo del agua, no solamente del petróleo o la gasolina. Pero sí habrá vocablos que tienen fechas muy precisas de aparición y que después poco a poco van tendiendo al olvido, aunque no dejamos de apuntarlos porque es parte del tesoro de nuestra lengua”, asegura Luis Fernando Lara.
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Con “Ch” de chelero y charolear
Contrario al Diccionario de la lengua española que edita la Real Academia de la Lengua, e incluso del Diccionario de mexicanismos. Propios y compartidos, editado por la propia Academia Mexicana de la Lengua, a la que también pertenece Luis Fernando Lara, el Diccionario del Español de México incluye una entrada para los artículos que agrupan a las palabra que inician con la letra Ch, donde abundan vocablos harto mexicanos como cháchara, chafa, chahuistle, chalán, chamoyada, chamuscar, chanfle, chante, chapulinear, charamusca, charanda, charolear, charrapastroso, chascarrillo, chaviza, chayotero, chelear, chelero, chemo, chichicuilote, chimeco y chimiscolear.
Lara recuerda que en este trabajo de más de cinco décadas —que incluye una versión digital que actualizan cada seis meses y que ya casi alcanza los 36 mil vocablos o entradas, además de herramientas de búsqueda, dudas y ahora incluso la conjugación de verbos— ha habido muchas palabras que les ha costado gran trabajo por la falta de datos.
“A pesar de que contamos con nuestros dos Corpus del español mexicano contemporáneo y que también aprovechamos los Corpus de la Academia Española, de todas maneras llegan momentos en que no encontramos suficientes datos para hacer el análisis, que el vocablo nos queda absolutamente opaco y necesitamos más material para poderlo analizar. Hay veces en que nos debatimos durante días o semanas tratando de encontrar el material para hacer una definición correcta y completa. Aunque es verdad que también cuando las encontramos nos produce mucha satisfacción llegar a elaborar el artículo”, afirma el autor de Historia mínima de la lengua española.
Y es que otro de los grandes orgullos son los materiales que se han derivado del Diccionario del español de México. Y esa historia se sigue contando.