Mi relación con la UNAM se inició en 1970 cuando ingresé como alumno de la licenciatura en Biología a la Facultad de Ciencias. Yo quería estudiar algo vinculado con la bioquímica o, más específicamente, con la biología molecular. La idea de utilizar estas disciplinas para entender cómo evolucionan las especies me parecía maravillosa. Hubiera sido lógico abordar este tema desde otras disciplinas, como la geología, la inmunología, la genética, la ecología o la medicina, pero entré a la carrera sin tener muy claras todas las opciones. Para cuando estaba en quinto semestre, la bioquímica se dibujó como la mejor manera para hacer biología e inicié una tesis en cinética enzimática en el ambiente biotecnológico y biomédico de la UNAM. En esa época el Instituto de Investigaciones Biomédicas en su área de Bioquímica tenía investigadores jóvenes, menores de 40 años y más cercanos a los 30, que estaban regresando de algunos posdoctorados o acabando su doctorado en Bioquímica. Esto facilitaba mucho la comunicación con ellos.

Yo me sentía como en casa. Cuando mi padre me preguntó por qué estaba en la UNAM si ya me había recibido, le dije que lo hacía porque formaba parte del mejor grupo de Biología Molecular de México. Aún así teníamos muchas restricciones por las condiciones de los laboratorios y, sobre todo, por el ambiente académico. Entonces empecé a pensar en postularme a un doctorado en Ecología. Afortunadamente me ofrecieron colaborar en un proyecto y hacer la maestría en la selva de Los Tuxtlas.

Habiendo concluido la maestría en Ecología de Poblaciones, comprendí que yo quería sintetizar el conocimiento ecológico y el de la genética evolutiva. La posibilidad de hacer el doctorado en Genética Evolutiva en la Universidad de California, en Davis, con una beca de la UNAM, se me presentó como una excelente opción. Ya para entonces yo tenía el nombramiento de investigador, y el doctorado me ayudaría a completar mi formación y a fortalecer la naciente escuela de Ecología en la Universidad y en el país. Fue muy afortunado que en el Instituto de Biología de la UNAM se pudiera robustecer ese grupo con otros ecólogos ya formados y unos más que habíamos salido a estudiar campos complementarios. De esa manera se creó el Centro de Ecología (actual Instituto de Ecología), del cual han surgido el IIES (antes CIECO) y parte del CIGA y de la ENES-Morelia, siguiendo una planeación para reforzar la docencia y la educación de nuevas generaciones en la Máxima Casa de Estudios y en la nación.

Algo también extraordinario es que la Universidad me ha ofrecido las condiciones para, una vez que dejé las actividades académico administrativas, poder regresar a hacer ecología evolutiva de la enorme biodiversidad de nuestro México. Los últimos años que me he dedicado a la genómica de las especies me han permitido abordar temas que en otra época eran imposibles de investigar.

Escribo esto con el ánimo de ayudar a que la Fundación UNAM pueda seguir promoviendo vocaciones profesionales y científicas en la comunidad mexicana y, particularmente, en la universitaria. Gracias por todo, UNAM.

Investigador titular del Departamento de Ecología Evolutiva del Instituto de Ecología de la UNAM

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