La errata, y los erratones, como les llamaba Pablo Neruda a esos errores cometidos en un escrito; son un fenómeno propio de las imprentas y son el horror de los editores, asegura , el y especialista en ecdótica, quien da ejemplos de en la literatura hispanoamericana, pero sobre revisa y analiza con detalle el libro de autor: “ Observaciones a las Obras de Ramón López Velarde (edición de José Luis Martínez)”, de Carlos Ulises Mata, una edición con un tiraje de 33 ejemplares, los años de vida de López Velarde, que refiere haber hallado 900 “locus” ­­-ocasiones-- de variantes o erratas.

El doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México y profesor-investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, que desde el 2015 ocupa la silla de la Academia Mexicana de la Lengua, asegura que la errata acompaña el trabajo editorial y la comunicación escrita, y que entre los editores es típico decir que no hay libro sin erratas. Para ejemplar ese dicho, cita una historia que le parece apócrifa, pero ha pasado de generación en generación, un libro que cierra justamente con una fe de erratas que dice: “este libro no tiene eratas”.

“La realidad es que la comunicación escrita viene acompañada siempre por esto. En crítica textual lo conocemos ya en los manuscritos más antiguos, por ejemplo, en algunos de los primeros manuscritos de ‘El satiricón’ de Petronio, con suma frecuencia aparece una errata que también tiene un propósito corrector y censor”, señala el catedrático, investigador y académico mexicano, que afirma que una errata mal colocada puede molestar mucho.

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Cuenta que Alfonso Reyes, por ejemplo, se quejaba mucho de las erratas. “A mí me sorprende que alguien que escribió tanto y que publicó tanto, porque además varias de sus obras las publicó en varias ocasiones, con revisiones y ampliaciones, un hombre que dedicó muchísimo tiempo a su obra escrita, que abominara tanto las erratas. Es decir, tenía tiempo de escribir, tenía tiempo de reescribir e incluso tenía tiempo de revisar y corregir sus libros publicados”.

Higashi dice que el de la errata es un universo tan rico y variado que incluso el mismo Alfonso Reyes cuanta que algunas erratas que fueron apareciendo en libros suyos se quedaron porque al final le gustó mucho la solución que daba el impresor ya sea por azar o por una mala lectura. “Alfonso Reyes contaba que en un verso que decía ‘de nívea leche y espumosa’, que en la imprenta le cambiaron nívea -de excelsa blancura- por tibia, y entonces el verso quedó ‘de tibia leche y espumosa’, y Reyes dijo ‘claro, eso es mucho más exacto que lo que quería decir y mucho más sorprendente que una leche blanca, que por supuesto que es blanca’. En pocos casos aceptó erratas porque le pareció que mejoraban los versos que él había escrito”.

En entrevista, a propósito de su lectura “Erratas que yerran”, dentro del ciclo “Lecturas estatutarias de la Academia Mexicana de la Lengua”, Alejandro Higashi planteó una revisión del libro de Carlos Ulises Mata que gira alrededor de las obras de Ramón López Velarde, titulado “Observaciones a las Obras de Ramón López Velarde (edición de José Luis Martínez)”, un libro muy recientes, de unas 230 páginas, en el que se compiló una cantidad muy importante de erratas, como las llama Carlos Ulises Mata.

“La verdad que sí me di a la tarea de realizar una lectura minuciosísima de este libro y yo diría que hay algunas erratas y muchas lecciones variantes. Estamos hablando de una 900 locus, así los llamamos en crítica textual, 900 ocasiones en las cuales hay alguna variante, ya sea mayor, ya sea menor, y en pocos casi sí que hay erratas”, señala Higashi del libro de Mata, y agrega que la obra contribuye a identificar una cantidad de erratas relevantes, pero por otro lado también se trata de criterios editoriales de José Martínez que tenían el propósito de formular lecturas más claras para el público que llegara a esta edición del FCE.

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“Estamos hablando de un trabajo muy meritorio, él lo dice, se trata de una lectura cuidadosa de su edición y de un trabajo de ir marcando dudas cuando las tenía y consultando otras fuentes cuando las había, pero él considera errata de una manera muy general y su concepto de errata siempre implica las decisiones críticas de un José Luis Martínez, que era un editor muy cuidadoso en general y alguien que conocía muy bien el oficio”, señala el autor de “Perfiles para una ecdótica nacional. Crítica textual de obras mexicanas. Siglos XIX y XX”.

Además, por desgracia prácticamente no se conservan los manuscritos autógrafos de Ramón López Velarde, y sólo se tienen los textos periodísticos que siempre tenían una fuerte presión para publicar de un día para el otro.

Alejandro Higashi, vuelve a las erratas y cuenta que en un título de las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, en la contraportada están los nombres de los autores y hay allí una errata en el nombre de una de las autoras, “en ese momento nos quisimos morir, don Agustín Herrera y yo dijimos ‘esto amerita unos tequilas para que se nos olvide’, y es como resolvimos esta errata porque ya estaba la edición terminada”. Luego concluye: “Un editor debe ser humilde y saber que siempre pone su mejor esfuerzo, pero la errata va a estar allí. No podrán ser las erratas de otros editores como en el caso de José Luis Martínez y su edición de las obras de Ramón López Velarde, pero serán las nuestras propias”.

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melc