Más Información
David Monreal señala ante Sheinbaum abuso a productores de frijol; refrenda orientar acciones a la construcción de paz
VIDEO: Luisa Alcalde compara costo de elección presidencial contra la judicial; acusa de estrategia para detener reforma
En "El hijo de puta del sombrero (The Motherfucker with the Hat)”, de Stephen Adly Guirgis, la oscuridad y lo cómico se mezclan de forma infalible, como en la vida misma: "Es algo que tenemos desde Shakespeare", afirma el actor Daniel Giménez Cacho, ganador en siete ocasiones del Premio Ariel, conocido principalmente por los papeles que ha interpretado en cintas de grandes directores del ámbito hispano: Arturo Ripstein, Pedro Almodóvar, Alejandro González Iñarritu y Lucrecia Martel, entre otros.
Se trata de una obra para el gran público, con un estilo muy norteamericano —rítmico, directo y crudo, a la vez— en el que se combinan lo emotivo y lo dinámico: "Se va alternando con muchos matices cómicos y no deja umbral para columpiarse en la desgracia o la oscuridad", continúa Giménez Cacho, director de la pieza de Adly Guirgis, que se presenta en el Foro Shakespeare hasta el 7 de enero de 2024.
Lee también: “El 23 % del electorado está enfermo y envenenado”: Paco Ignacio Taibo II
La obra tiene como personaje principal a Jackie, adicto en rehabilitación, quien vuelve al mundo exterior tras haber estado en la cárcel y recibe la ayuda de su padrino en un momento inestable de su vida. Punto de encuentro que será el detonador para revelar que la identidad de alguien no es completamente blanca o negra. Pero esta descripción del argumento, que tradujo y adaptó Roberto Cavazos, no llega al fondo la historia:
"En la obra original son puertorriqueños, emigrados a Nueva York, que están luchando por asimilarse y ser aceptados en sociedad. No quisimos hacer esto así, en el contexto puertorriqueño porque es una realidad conocida, pero finalmente ajena. Buscamos aquello que nos fuera esencial: por ejemplo, el ser migrante, desear ser aceptado o asimilarse a uno mismo son tópicos universales". Por ello, las fronteras geográficas fueron difuminadas en esta versión: "Sí, es México, pero no decimos qué lugar. Podría ser Tijuana o podría situarse del otro lado de la frontera, en una comunidad mexicana. No pusimos el foco allí. Creo que fue buena idea porque manda al frente lo universal y ya no importa tanto quiénes son, sino que inmediatamente podemos hacer contacto y sentir empatía", señala el actor.
La condición migrante es, en otras palabras, un pretexto para acercarse a un conflicto inherente: el camino trágico que lleva a la escucha de uno mismo, la construcción de un personaje propio. "¿Qué pasa cuándo nos alejamos del diálogo con nosotros mismos? ¿Qué pasa cuando el diálogo con tu verdadera esencia se pierde? Lo que sucede aquí es que los personajes están en crisis y a todos se les cae el teatro; tienen que afrontar la realidad de la vida. La otra pregunta importante es: cuando se nos caen estos personajes, ¿qué es lo que perdura? Al final sólo nos quedan las memorias de los momentos en que fuimos felices. Los recuerdos del amor verdadero, la lealtad y la amistad, única brújula para darle rumbo y sentido a la vida. Pero también está el terror de no ser nadie y el terror de saber quién eres. Nos llenamos de satisfactores materiales que duran poco porque estar en silencio, escuchando el alma y el corazón, también da miedo".
Sobre cómo la obra se inserta en un estilo, "un espíritu" definido del teatro estadounidense, que podría emparentarla con las piezas de Edward Albee y Tennessee Williams, Giménez Cacho explica que la apariencia coloquial y llana, "muy del día a día", es clave para comprender esto: "A nivel técnico es muy precisa, lo que pasa es que no se nota. Parecen diálogos cotidianos, pero cuando, de repente, las actrices y actores ponían algo de su cosecha —justo por ser tan coloquial—, cosas pequeñas y detalles, dejaba de funcionar. Es una cualidad que tiene que ver con la manera en que el teatro estadounidense se dirige al gran público. No es Chéjov ni Beckett, tampoco es un teatro de arte hermético".
Lee también: Arranca Feria del Libro y Arte Cuicuilco, gratis y para todo público
Sobre su lado cómico, dice que es particular porque Adly Guirgis tiene conciencia de los límites entre la risa y lo trágico. Sin embargo, los personajes no lo son: "Es un tipo de comedia donde los personajes están atrapados en el absurdo y no se dan cuenta. La mirada del público es la que lo vuelve gracioso. Son personajes que reaccionan, que no reflexionan ante su situación; quieren sobrevivir y en ningún momento se echan para atrás, en ningún momento alcanzan la calma".
Este "reaccionar para sobrevivir" es uno de los aspectos de la obra con los que, por cierto, se identificó más Giménez Cacho: "En muchos momentos de mi vida estuve así, hasta que me pregunté si estaba yendo por los caminos que yo quería o sólo reaccionaba y me movía a partir de las circunstancias. Fue una crisis que tuve por ahí de los 38 años, en la que empecé a darme cuenta, que, hasta entonces, gran parte de mis sueños no eran auténticamente míos: eran cosas que venían heredadas por mi familia o que estaban impuestas por la sociedad: el deber ser. Ese es el drama que atraviesan los personajes: confundir el ser alguien con ser uno mismo".
El elenco de "El hijo de puta del sombrero" está conformado por Francisco Rubio y Rodrigo Virago, que alternan funciones; Nailea Norvind, Lucio Giménez Cacho, Lakshmi Picazo y Luis Vegas. Las funciones son los viernes y sábados, a las 20:00 horas, y los domingos, a las 18:00 horas.