I

El marino que perdió la gracia del mar (1963), novela que fue llevada al cine en 1976 por el británico Lewis John Carlino y que ciertos críticos ven como un umbral idóneo para acceder a la obra vasta, hermosa y terrible a la vez, de Kimitake Hiraoka alias Yukio Mishima —nombre adoptado a partir de 1941 y tomado del resort (Mishima) con la vista más bella del monte Fuji—, inicia cuando Noboru, el protagonista adolescente, se cuela al armario que hay en su dormitorio y descubre una rendija que le permite espiar la alcoba de su madre. Gracias al resquicio el cuarto deviene un ámbito mágico, diferente al que existe en la realidad: “La habitación no guardaba similitud alguna con la cámara misteriosa que había contemplado a través de la abertura.” Esta imagen resume la visión de Mishima, que usó las múltiples rendijas de la literatura para recuperar un Japón tradicional que chocaba ferozmente con el Japón moderno, un contraste que terminaría por conducirlo al suicidio.

II

25 de noviembre de 1970, 11 a.m. Justo veintidós años después de haber empezado a trabajar en Confesiones de una máscara (1949), novela de corte autobiográfico que lo lanza a la fama y delata una supuesta homosexualidad —en 1958, no obstante, se casa con Yoko Sugiyama, con quien engendra una hija (Noriko) y un hijo (Iichiro)—, Mishima entra en el ministerio de la Defensa Nacional con sede en el vecindario de Ichigaya en Tokio. Además del manuscrito de La corrupción de un ángel, libro que cierra su proyecto más ambicioso —“El mar de la fertilidad”, ciclo sobre la evolución de la sociedad japonesa en el siglo veinte completado por Nieve de primavera (1966), Caballos desbocados (1968) y El templo del alba (1969)—, el escritor ha dejado en casa una nota: “La vida humana es breve, pero yo querría vivir siempre.” A las 12:15 p.m., luego de secuestrar al general Kanetoshi Mashita, de leer el manifiesto de la Sociedad del Escudo en un balcón ante ochocientos soldados furiosos y de gritar tres veces “¡Larga vida a Su Majestad el Emperador!”, comete seppukuo destripamiento ritual con un sable del siglo dieciséis que le fue obsequiado en 1966, año del estreno de Patriotismo, su cortometraje vuelto la crónica de un sacrificio anunciado.

III

Una fotografía de estudio con fecha del 19 de octubre de 1970 muestra a Mishima sentado; lo rodean los cuatro miembros de la Sociedad del Escudo que ayudarán en el plan del 25 de noviembre: Hiroyasu y Masayoshi Koga, Masahiro Ogawa y Masakatsu Morita, su amigo más fiel —casi su amante, se rumora—, a quien conoce en agosto de 1968. Cinco soldados vestidos con el uniforme creado por el diseñador de los atuendos de Charles de Gaulle: el mismo número que integra el grupo de jóvenes nihilistas que enEl marino que perdió la gracia del mar busca arrancar del mundo la etiqueta de “imposibilidad”. Establecida en octubre de 1968, la Sociedad del Escudo (Tate no Kai) es un clan paramilitar de cien hombres cuyo manifiesto, leído el día del doble suicidio de Mishima y Morita, comienza así: “Vemos al Japón emborrachándose de prosperidad y hundiéndose en un vacío del espíritu… Vamos a devolverle su imagen y a morir haciéndolo.” La Sociedad entrena dos semanas al año en las faldas del monte Fuji, adonde ahora da el Museo Yukio Mishima, que conserva publicaciones, manuscritos y cerca de setecientos artículos personales del autor.

IV

Como es de suponer la muerte de Mishima, impulsada por “un sentido casi estético de lo heroico” que fomenta una rebelión contra una sociedad que parece sumida en la debacle moral, sacude al mundo entero. Hijo de un alto funcionario del gobierno, dueño de un talento precoz —empieza a publicar a los seis años— que lo conduce a gestar uncorpus que abarca novela, cuento, teatro (kabuki, nô y moderno), ensayo, crítica, poesía, guión y aun canciones, el escritor deja en el siglo veinte una huella indeleble que no es opacada por su coqueteo con el fascismo ni por esa estampa próxima al dictador y el demagogo a la que alude Marguerite Yourcenar en su libro Mishima o la visión del vacío (1980). Obstinado en llevar a sus últimas consecuencias el binomio vida-obra, Mishima es nominado en dos ocasiones (1965 y 1967) al Premio Nobel de Literatura, galardón que acaba en manos de su cómplice y mentor Yasunari Kawabata, al que conoce en 1946 y que también recurre al suicidio en 1972, al abrir la llave del gas en su departamento. Habla Kawabata: “No comprendo cómo me han dado a mí el Premio Nobel si existe Mishima. Un genio literario como el suyo lo produce la humanidad sólo cada dos o tres siglos.”

V

Mishima: una vida en cuatro capítulos (1985), de Paul Schrader, es un hermoso e inteligente ejercicio biográfico que parte del 25 de noviembre de 1970 para luego desenredar el ovillo complejo que fue el autor japonés. Las secciones que integran el filme son harto emblemáticas: “Belleza”, “Arte”, “Acción” y “Armonía de la pluma y la espada”; las novelas representadas con énfasis teatral, minimalista, son tres: El pabellón de oro (1956), La casa de Kyoko (1959) y Caballos desbocados. A sabiendas de que fue una experiencia nodal para su personaje, interpretado por Ken Ogata, Schrader reconstruye el vuelo de prueba a bordo de un jet supersónico que Mishima realizó en diciembre de 1967. (Fue el primer escritor que logró tal proeza.) Indica la voz en off: “La cabina cerrada y el espacio exterior eran como cuerpo y espíritu de un mismo ser. Ahí vi cuál sería el efecto de mi acto final. En esa quietud había una gracia más allá de las palabras.” Las palabras de Mishima, hay que decirlo, han corrido con fortuna en el cine; dos de sus obras más célebres, El rumor del oleaje (1954) y El pabellón de oro, cuentan con varias adaptaciones.

VI

Adiestramiento militar, box, esgrima, físicoculturismo, karate, kendo: fiel al dictum griego, Mishima se entrega a estas disciplinas para alcanzar mente sana en cuerpo sano, o lo que es igual, la armonía de la pluma y la espada. Graduado en leyes, nadando a contracorriente de la voluntad paterna —su madre, sin embargo, lo apoya: lee todos sus manuscritos—, hechizado por el dolor y el horror pero también por la belleza y el sexo, el autor halla en la escritura un arma eficaz para enfrentar las convulsiones que alteran la faz de su país y el resto del orbe. Empeñado en que la cultura nipona recupere su espíritu esencial, es consciente del rol que juega: “No puedo advertir desarrollo cultural en el Japón de posguerra que sea de importancia, tal vez la arquitectura es la excepción […] En literatura sólo estoy yo. Es broma, pero ya saben que un escritor debe tener confianza en sí mismo.” Confianza que, cabe añadir, no le fue suficiente para lidiar con las tremendas paradojas de una modernidad que lo rebasó.

VII

Shunsaku Fukuda, miembro de la Sociedad del Escudo, declara a The New York Times: “En lo que más coincidí con el señor Mishima fue en que debíamos devolver a la cultura japonesa la espada para que se uniera al crisantemo.” No hay, por cierto, flores en la alcoba que el joven de El marino que perdió la gracia del mar espía a través de una rendija en el armario de su cuarto. Lo que hay es un mundo anodino que Yukio Mishima buscó empatar con su mundo belicoso y febril, sí, pero estimulante al fin y al cabo: “La Sociedad es un ejército en situación de espera. Imposible saber cuándo llegará nuestro día. Acaso nunca, tal vez mañana. Hasta entonces, permaneceremos en posición de firmes.”

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