Una novela donde el lector puede imaginar el olor del pan recién horneado y, al mismo tiempo, la pestilencia del agua sucia que brota de las coladeras en las calles. Una historia donde se une la incertidumbre ante el futuro y las expectativas sobre la trama de los próximos capítulos de las radionovelas. Esos contrastes son algunos que plasma la escritora mexicana radicada en Canadá, Antolina Ortiz Moore, en su reciente novela El día que no paró de llover (Tusquets, 2025).
El libro reconstruye la inundación que, durante semanas, vivió la Ciudad de México en 1951 y lo hace a través de los inquilinos de una vecindad en el Centro Histórico, cada uno tratando de continuar su vida obstaculizada por la tormenta climática y por sus tormentas personales: Fabi, un niño con poliomelitis; Mateana, la mujer que plancha y lava ajeno; Luana, la adolescente que anhela estudiar biología; Agustín el animador de radionovelas; y Manoel, el enamoriadizo pastelero español.
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¿La nostalgia fue el motor para escribir esta novela?
La mayoría de mis novelas empiezan con algo real, con una nota periodística. En este caso, fue una nota de nostalgia. Mi papá fue joven en los años 50 en la Ciudad de México y nos platicaba mucho de esa época, pero nunca nos contó de la tormenta, seguro fue impresionante ver edificios donde el agua subió dos o tres metros. La inundación duró meses.
Me llamó muchísimo la atención que mi papá no me platicara sobre ello. Entonces, empecé a investigar y salieron temas recurrentes hasta nuestra actualidad. Por ejemplo, el feminicidio, no se hablaba de ello y, como sabemos, la palabra ni existía, había muchas cosas de violencia hacia la mujer que, incluso, eran legales. También en esa época fue el inicio del voto de la mujer, es decir, el sufragio universal para nosotras tiene muy poco tiempo. Nuestros papás y abuelos fueron quienes vivieron eso y, de alguna manera, me interesa revisar la historia porque ahí nos encontramos a nosotros mismos y podemos encontrar la objetividad que nos hace darnos cuenta si hemos avanzado o si estamos terriblemente mal, pero también ver que han sucedido hechos que nos deben dar esperanza. Y hay elementos que nos demuestran la lucha permanente del ser humano: buscar mejores condiciones.
¿Qué otras similitudes encuentras con nuestro presente?
Los años 50 me parecen interesantísimos porque están a una o dos generaciones de nosotros. Es el pasado cercano y podemos aprender mucho de ello e, insisto, me parecen impactantes las similitudes con la actualidad. Mi mamá me platicó sobre la poliomielitis. Ella creció en California, Estados Unidos, y me contó que, en su cuadra, varios de sus vecinos acabaron en el hospital con respiradores y no pudieron volver a caminar. Esta fue una crisis que nosotros acabamos de vivir, de alguna manera, con el Covid y la guerra ideológica de las vacunas.
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¿La distancia con México te obliga a mirar el pasado del país?
El hecho de que no viva en México hace que me lleguen las noticias de una manera diferente. Por un lado, me llegan más objetivas, pero, por otro, duelen mucho porque sientes impotencia. Probablemente estando en el país también la sientas, pero es diferente porque si estás ahí puedes hacer algunas cosas. Para mí, la escritura es mi trinchera, desde ahí escribo sobre estos temas.
Ya lo mencionabas, uno de esos temas es el feminicidio.
Sí, es uno de los temas subyacentes en la novela. El feminicidio no se mencionaba en los años 50, pero lo veías en las películas, en los libros, en lo que decía la gente que vivía en ese entonces —porque entrevisté a mucha gente— y te das cuenta que sí existía, que estaba igual de latente que ahora o peor pero que no estaba visibilizado.
Me han dicho que la novela tiene tono de thriller o de misterio, pero no hay un malo y es porque tanto los feminicidios como el mal, por así llamarlo, son una sombra que seguimos cargando y más que un malo, es toda una crisis social.
¿Por qué situar a los personajes en una vecindad? Además, todos son inquilinos muy buena onda.
Sí, pero al mismo tiempo son gente compleja, cada una tiene dificultades y una historia que contar. Me gustó entrar a cada personaje desde un sentido de empatía, tratar de entenderlos. Es una vecindad, pero podrías hablar de un edificio de condominios con 20 familias viviendo arriba o abajo de ti y cada una sería diferente. Puede parecer que somos muy homogéneos, pero la realidad mexicana se describe en la heterogeneidad.
En México se da un tipo de xenofobia por la historia del país, por la historia de invasiones, de muertes masivas, de pueblos conquistados mucho antes de la llegada de los españoles. Esa es la historia recurrente. México está compuesto de mosaicos y realidades dolorosas. Si queremos sanar como mexicanos, creo que hay que poner énfasis en el hecho de que esos mosaicos nos enriquecen y ese enriquecimiento implica poder ver al otro como parte de mí. Desde ahí quería tocar la vecindad. La vecindad es un poco la imagen de México, pero también una isla. Se está hundiendo el país, se está hundiendo la ciudad. ¿Qué somos al enriquecernos unos con otros? Ahí tenemos la historia del pastelero español que se enamora de la mexicana.
¿Por qué retomas las radionovelas?
La novela está cortada en pequeñas partes, pasa de una vida a otra. Esto tiene un doble propósito, uno de ellos es entretejernos como mexicanos, porque somos un tejido. ¿Qué significa ser mexicano? La palabra mexicano es abstracta ¿Significa un color de piel, un idioma? La gente que no habla español ¿es mexicana? Hay que tratar de entrar en ese tejido complejísimo y por eso quise entrelazar voces. Pero también es el sentido de la radionovela: pedacitos de historias que vamos escuchando. Eso lo seguimos haciendo ahora con las series de streaming, son pedacitos de historias que nos van entregando.
También construyes la farándula de los 50, la diversión y los icónicos del arte popular.
Los años 50 han de haber sido la fiesta pura. Suena increíble, por ejemplo, el Salón México donde la gente bailaba (y deveras bailaba todo mundo tenían diferentes salones para diferentes grupos de personas, pero al final todo mundo acababa mezclado. Y sí teníamos genios, por ejemplo, Cri-Cri, Agustín Lara y todos los que hicieron el Cine de Oro. Era una época extraordinaria de riqueza y había mucha esperanza. Eso es algo que ha cambiado con nuestra generación, estamos muy deprimidos, no vemos esperanza, leemos noticias de que el teporingo ya se extinguió e informaciones que nos parten el corazón. Ya no tenemos la esperanza de los 50, probablemente ellos no sabían todo lo que estaba pasando tras bambalinas, no sabían de toda la violencia ni de los desaparecidos que existieron. Ahora tenemos los medios de comunicación y, también, la desinformación.
Abordas también la migración.
Los mexicanos somos un grupo de personas increíblemente resilientes que venimos de todas partes del mundo. El ser humano es migrante y es una de nuestras habilidades que nos ha permitido sobrevivir. Todos hemos migrado, algunos llevan muchas generaciones viviendo en el mismo país, pero si rascas no eres de ese lugar porque tus ancestros son de otro espacio, de otra cultura. Es importante darnos cuenta de eso.
Yo soy de una familia de migrantes, mi mamá viene de California aunque nació en otro lugar pero con el colapso económico que hubo en Estados Unidos, se mudó a California y ahí nadie aceptaba a su familia porque eran pobres y venían de otra zona, ¿sabes? No eran intelectuales, entonces fueron rechazados. Mi mamá migró a México, amó México y nunca se volvió a ir de ahí. Era una contra migración, por así decirlo, cuando muchos mexicanos estaban yendo a Estados Unidos, mi mamá llegó a México. Después, yo migré a Canadá. Mi papá y su familia eran de Michoacán y migraron a la Ciudad de México. Esto es lo que somos. Nuevamente, es importante reconocer al otro como parte de uno.
Creo que el arte mexicano es extraordinario porque somos diversos y estamos en crisis todo el tiempo y esa crisis genera un arte riquísimo, como pocos lugares en el mundo. La generación joven mexicana tiene ese poder, tienen una riqueza increíble a nivel artístico, por ejemplo, la música es fuerte, violenta y bella.
¿Qué es lo que más extrañas de la Ciudad de México?
Las azoteas. Me crie en un ambiente donde mi familia era la gente que trabajaba con mi papá y con ellos subíamos a las azoteas y colgábamos la ropa, platicábamos y escuchábamos radionovelas juntos. En los 70 ya casi eso no se estilaba, pero aún existían algunas radionovelas que eran malísimas, pero no podías soltarlas. Era un suspenso tremendo y otras eran aterradoras, por ejemplo, La garra negra, que por cierto la estuve busque y busque y no la encontré, entonces pienso que tal vez fue una invención de mi mente.
México es esa diversidad, esa riqueza, cosas tan sencillas que te unen. Te diré algo que tal vez parece tontísimo: cuando llegas a México, caminas por la calles, hueles la tortillería y te das cuenta de que eres mexicano. Son cosas muy sencillas que trascienden y que cuando estás fuera ya no las encuentras y te causan nostalgia.
La mala planeación de la refinería en la ciudad aparece como una consecuencia de la inundación, ¿lo que sacó a flote el agua fueron malas decisiones?
Lo de la refinería habla mucho de los malos gobiernos que hemos tenido en México, todos. No hay uno al que aplaudirle. Hay cosas buenas que han sucedido, pero en general México es un país históricamente con malos gobiernos. Ellos fueron los culpables de esta situación desastrosa, que tardaron en admitirlo y resolver.
Sobre los cuerpos que flotan, las muertes y los suicidios que aparecen en la novela, tienen más que ver con un inconsciente colectivo, es un terror colectivo que vivimos todos y lo peor es que no tienen nombre. Cuando hablamos de los desaparecidos ¿qué significan? Un desaparecido es una persona que tenía nombre y apenas estamos nombrando a nuestros muertos, pero durante mucho tiempo eran sólo los desaparecidos.
Escribo del pasado, pero desde mi presente. No soy una autora histórica. Todas mis novelas son de ficción, pero basadas en hechos históricos, me gusta jugar con eso.