Me parece brutal el lugar donde nos arrinconan a las comunidades, en las firmas, porque firmas una paz política, pero eso no resuelve de fondo el tema de la justicia. Nos dejan en vulnerabilidad y el Estado está muy lejos de comprender el apego, el tejido ancestral de nuestras culturas y sigue optando por manejarlo de otra manera. Porque lo humano, la cultura, lo que somos como personas, es lo que menos importa en este país y desafortunadamente creo que en todo el mundo”, dice en entrevista la cineasta y actriz ñuu savi Ángeles Cruz.
En julio pasado, denunció que presuntos habitantes de Llano de Guadalupe, Oaxaca, quemaron casas de la comunidad de Lázaro Cárdenas sin que la Guardia Nacional, apostada en el lugar, lo evitara. Y en noviembre de 2023 también denunció el asesinato de su hermano Ramón en una emboscada. Todo por un conflicto de tierras.
Ángeles no sabe si volverá a filmar en su comunidad. “Estoy escribiendo, estoy pensando, quisiera regresar a mi comunidad para poder filmar. He regresado con cierta vulnerabilidad. No sé si estoy lista para regresar con un proyecto, si ya existen condiciones o seguimos vulnerables en el sentido de los territorios. Es complejo. No sé lo que sigue en este país. Quisiera tener un poco de fe, pero recuerdo que la fe es ciega. Estoy un poco a la deriva, igual que con los proyectos que quiero contar. En esta confusión emocional que atravieso, mi único refugio al final es mi comunidad. Y siento que como artistas es lo único que nos queda: ser sensibles y empáticas ante lo que está sucediendo día tras día en este país y en este mundo”.
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Ángeles encontró en el cine una forma de crear y perpetuar sus raíces culturales. Es originaria de Villa Guadalupe Victoria, San Miguel el Grande, Oaxaca. Su filmografía, situada en su comunidad, describe el transitar femenino desde una profunda y honesta evaluación de sentimientos ante la violencia sexual, la libertad sexual, la migración, el duelo y las costumbres. Y lo hace a través de una narrativa visual que se adentra a los paisajes de la región mixteca.
Su trayectoria artística suma 30 años. Inició como actriz y ha participado en más de 50 producciones, tanto en cine como en televisión. Estudió actuación en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 2010 decidió escribir, dirigir y actuar en su primer cortometraje, Tiricia o cómo curar la tristeza (2012), sobre el abuso infantil. Después escribió y dirigió los cortometrajes La carta (2014) y Arcángel (2018), hasta que llegó su primer largometraje, Nudo mixteco (2021), drama por el que ganó el Ariel a mejor ópera prima, además de premios en diversos festivales de cine internacionales.
Ángeles Cruz dice que como realizadora no planea sus historias a través de temas. “Cuando me encuentro con una semilla, con una historia que quiero contar, la cultivo y no sé que saldrá. Es como cuando avientas el maíz y no sabes si va a salir pinto, rojito, azul, café, amarillo o si se va a combinar con otras semillas”.
De lo que sí está segura es que debe tratar de complejizar las historias y ser honesta. “El cine me hace conectar con mi humanidad y desde ahí puedo narrar cualquier historia. Lo que me importa es esa parte de magia que todavía está ahí, que respira y resuena en lo cotidiano”.
En 2024 se estrenó en cines su segundo largometraje, Valentina o la serenidad, filme que se presentó recién en 11 comunidades de la mixteca oaxaqueña, con apoyo de Oaxaca Cine y Piano, la compañía distribuidora de la película que formó parte de la selección oficial en competencia del Festival Internacional de Cine de Morelia en 2023 y de la edición 75 de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.
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¿Qué papel juegan las lenguas originarias en tus películas?
Es algo de lo que se nos ha despojado desde los setentas, con estas educaciones bilingües que según eran para reforzar la lengua, pero resultaron lo contrario: introdujeron de manera terrible el español y nos quitaron no sólo la lengua, sino todo lo que implica nombrar el territorio a partir de esas sonoridades. En mis películas siempre hay partes que son en nuestro idioma: quiero que se escuche el tuun savi, que se oiga nuestra lengua, que se vean nuestros rostros. Quiero traer ese territorio sonoro del que poco a poco se nos ha despojado, y no sólo me refiero a la lengua, sino también a cómo han cambiado las sonoridades en nuestras comunidades: ya no se escucha la lluvia sobre la tierra, ahora hemos llenado de cemento nuestras calles en afán de progreso. También cómo se han ido desplazando nuestras lenguas y transformándose. No son lenguas anquilosadas, son lenguas vivas. La lengua es el territorio que tenemos que pelear todo el tiempo y tenemos que colocarlo en todo momento, y para mí el cine se ha vuelto fundamental para ello: aunque le ponga traducción, nuestras sonoridades van a pervivir en nuestras películas.
¿Hay desafíos al tratar de representar la complejidad de las culturas originarias?
Lo principal es no traicionar y no conceder. Si tienes una idea que quieres llevar a la pantalla, debes tener un poco de coherencia, desde cómo colaboramos con las demás personas, qué historia quieres contar, por qué, cómo y con quién. Quienes van a estar frente a la pantalla, se vuelven rostros y voces poderosísimas. Mi trabajo no tiene que pasar por encima de nadie.
¿Cuáles son los desafíos de esta realidad tan violenta que se vive en comunidades como la tuya?
Pienso que hay una política del despojo y que el capitalismo nos ha arrasado. A veces puede sonar como un discurso que hemos escuchado todo el tiempo, pero no cuando lo vives en casa, cuando ves que en nombre de obtener algo se permiten los asesinatos sin que tengamos acceso a la justicia, sin que esas personas terminen en la cárcel, sino excusadas porque, bueno, son cosas de tierra. Es un discurso muy peligroso por parte del Estado, pienso que hay una falta de humanidad y entendimiento. Un político me dijo que qué prefería, si la vida o la tierra. Y me parece la postura que tiene el gobierno. Son de las palabras más absurdas que he oído. Para poder habitar esta tierra con respeto, con dignidad, para gozar de su lluvia, de sus árboles, de su agua, no necesitaríamos perder la vida. Y creo que si eso me lo dijo un político, imagínate el pensamiento que hay detrás. Hay como una negociación, como si nuestra ancestralidad pudiera cambiarse por dinero. Y eso está pasando en todo el mundo y en los territorios que han sido cuidados por comunidades ancestrales. Están siendo arrebatados por este extractivismo, por agarrar minería, árboles, terreno para cultivos de plantas transgénicas, por esta voracidad que existe en el mundo.
¿Ha cambiado algo, para bien o para mal, la Cuarta Transformación?
Siento que seguimos en las mismas. Mi sensación, por lo menos desde Oaxaca, es que las prácticas del maiceo, este afán de decir todos estamos en paz, tratando de meter en las mesas dinerito a cuentagotas, sigue siendo la misma política. Lo que hablan son los hechos. Llevo más de un año esperando justicia, que se apliquen órdenes de aprehensión para que se investiguen de manera clara los asesinatos (entre ellos el de su hermano Román). Pero se premia a estas personas, se les da un espacio de diálogo, o sea, se les trata igual. Al hacerlo así, se nos revictimiza, porque te pone enfrente a los que han asesinado a tus hermanos. Entonces, para mí no ha cambiado. El discurso del Año de la Mujer Indígena, pero por piedad, ¿a qué hora se nos ocurre? ¿Por qué el Año de la Mujer Indígena? Mejor atiendan nuestras necesidades, nuestra angustia de vivir en territorios donde se nos ha desplazado y asesinado. Para mí ha sido muy duro y para mi comunidad también. Los temas de fondo no se resuelven. Hay dádivas, y lo considero dádivas porque de nada sirve que den becas a los jóvenes, a las madres solteras, apoyo al campo si no podemos vivir dignamente de lo que trabajamos. Veo a mi prima que es campesina, que se dedica a sembrar maíz, que no saca ni para comer porque su maíz lo tiene que vender barato. Si no suceden las cosas de fondo, si no se dignifica nuestro trabajo, no se va a poder resolver nada. Siempre va a estar ahí como una limosna.
¿Existe una apropiación del gobierno de la cultura indígena?
Siempre ha existido. El PRI hizo mucho tiempo estas folclorizaciones y no ha cambiado tampoco con la 4T. Que el bastón de mando, ¿cómo que el bastón de mando? ¡Por piedad!, ¿de qué estamos hablando? Seguimos mirándonos con esta mirada colonial y super extractivista y folclorizante. Las personas que venimos de comunidades distintas, aquellas de Durango, gente o’dam, mixteca, tzotzil, tzeltal, o maya, somos culturas diversas y somos personas distintas. ¿Qué es lo que tenemos en común? La utilización de nuestra imagen, de nuestra cultura, de lo que somos, de nuestras lenguas, de muchas cosas por parte de la gente que está en el poder y en el gobierno. Nos han utilizado históricamente y siguen haciéndolo.
¿Hacen falta políticas públicas para incentivar la transmisión de las culturas originarias?
Pienso que todavía no está en ese nivel de alcance, el gobierno no lo mira así. Lo que propone se ha quedado chato y corto. Podría ser tan bello escucharnos en todos los idiomas y que pudiéramos tener acceso a todos los programas. Pero mi tía abuela, que vive en la comunidad y que sólo habla mixteco, no tiene acceso a leer cosas en su idioma, a escuchar cosas en su idioma, a ver cosas en su idioma. Estas políticas se han quedado en lo políticamente correcto, pero sin profundidad. Hay un montón de trabajo que hacer para reconocer en la práctica que somos multilingües. El Estado le ha quedado a deber mucho a todas las comunidades indígenas en el sentido de la recuperación, la contención y el apoyo para que nuestras lenguas perduren.
¿Cuál es tu experiencia con el racismo en la industria del cine?
Puedes ver mi currículum como actriz. Te habla de mi historia sobre el racismo en este país: es brutal. También tiene que ver como con un pantone, ¿no? El racismo atraviesa no nada más por pertenecer a una comunidad indígena, porque en la parte del norte hay compañeras, compañeros indígenas que son más blancos. Pasa también por un grado de color. Y es brutal. A 20 o 30 años de estar trabajando en esta industria, apenas hace un año me dieron un personaje con una licenciatura, ¿por qué? Regresa a referentes de que no puedes acceder a una universidad, no puedes ser profesionista. La gente con mi tipo y color de piel representamos víctimas, personas que no pueden acceder a la educación, personas con tintes muy negativos. Siempre estamos atravesadas por cuestiones racistas y clasistas. ¿Cómo voy a cambiar? ¿Cómo voy a pensar que esa persona sí tiene una vida propia y que su vida propia no es ser víctima, y si es víctima tiene la capacidad de decidir? Complejizando esos personajes.
Me gusta mucho actuar, pero llegó un momento en que me pareció muy incómodo y muy sospechoso que los papeles que me ofrecían eran muy parecidos, en circunstancias, en maneras de resolver las cosas, en cómo veían a este personaje los demás personajes de estas historias. En ese sentido decidí ponerme a escribir. Dije: ‘tengo algo que contar, pero además tengo la necesidad de seguir contando’, porque aunque yo sea actriz, no me veo representada como una persona compleja, con las características de mi cultura. No me veo representada en el cine, no me veo como una persona poderosa en el cine. Me siento estereotipada.
¿El cine mexicano no se ha podido sacudir la manera de retratar a los pueblos indígenas?
Siento que hay películas muy potentes, hay compañeras y compañeros que desde sus lugares de origen están contando historias que cambian el sesgo. Tienen otra mirada, parece que es una lucha que tendremos que emprender desde nuestras comunidades y dignificando los retratos que hacemos de nosotros mismos porque afuera no sucederá. El infierno está lleno de gente con buenas intenciones, o no sé cómo dice el dicho: el cielo, el infierno, está lleno de gente que ha tenido muy buena voluntad pero que se ha aprovechado y que sigue perpetuando estereotipos.