"De vuelta en los muelles pasaba hambre casi todos los días. Al igual que otros náufragos, John mendigaba con frecuencia en la ciudad. Yo también lo hacía a veces, pero era humillante abordar a los lugareños: ‘¿Tienes un duro para comezzr?’”, escribe el periodista Jon Lee Anderson en su reciente libro Aventuras de un joven vagabundo por los muelles (Anagrama, 2025), crónica sobre un frustrado viaje a Togo durante su juventud.

En ese relato, el cronista estadounidense que desde hace más de veinte años trabaja para The New Yorker cuenta que anhelaba alcanzar a su hermana mayor, Michelle, quien realizaba una expedición antropológica en dicho país africano, sin embargo, varias estafas y una serie de robos, mezclados con la inocencia juvenil, hicieron que se quedara varado en Islas Canarias, en específico, en la arena de Las Palmas.

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Aventuras de un joven vagabundo por los muelles. Crédito: Anagrama
Aventuras de un joven vagabundo por los muelles. Crédito: Anagrama

“Mi padre me dio doscientos dólares en cheques de viaje y me dijo que los administrase bien. Uno o dos días después voló de regreso a Estados Unidos. Encontré un compañero para el viaje: John Pirongs, un chico de pelo oscuro, tres años mayor que yo, fornido, de carácter tranquilo y habilidoso con las manos”, narra Lee Anderson sobre el inicio de su odisea, en la que perdió todo lo material: dinero, pasaporte y maleta.

En ese relato, Lee Anderson además de mostrar su gran habilidad para contar historias, evidencia que, desde joven, África es una región que le interesó de manera casi obsesiva, y que la búsqueda de testimonios y la necesidad de comprender las historias locales son dos de sus habilidades casi innatas. Leer la experiencia de sus días como vagabundo en Islas Canarias también es entender el arrojo que el periodista ha tenido y ha plasmado en sus reportajes sobre las guerrillas y dictaduras en Libia, Sudán, Somalia, Liberia y Malí.

Gracias al trabajo diplomático de su padre, la infancia y juventud de Lee Anderson transcurrió, al menos, en ocho países, entre éstos, Taiwán, Indonesia, Liberia y Corea del Sur. Desde entonces se interesó por los llamados países en vías de desarrollo. Con veinte y tantos cubrió sus primeros conflictos en El Salvador, Nicaragua y Guatemala. Es por ello, que otra de las regiones que ha documentado el también llamado heredero de Ryszard Kapuścinski, es América Latina y, por ende, el vínculo que esta parte del mundo tiene con Estados Unidos.

El periodista ha escrito perfiles de personajes contemporáneos, por ejemplo, el de Augusto Pinochet en 1988, dictador chileno con quien se reunió en cinco ocasiones; de Gabriel García Márquez, texto publicado en 1990 en el que habla de las amistades políticas del autor de Cien años de soledad; el exmilitar venezolano Hugo Chávez, con quien en 2008 viajó en su avión presidencial; y Ernesto Che Guevara, guerrilero al que investigó y sobre quien publicó Che: Una vida revolucionaria (Anagrama, 2006), considerada la mejor biografía del argentino por obtener entrevista con la viuda de éste, acceder a documentos y archivos del gobierno cubano, hablar sobre las ejecuciones sumarias, la relación entre el Che y Raúl Castro, y narrar los fracasos de la misión africana.

Otros libros de Lee Anderson son: La tumba del león: Despachos desde Afganistán (Emecé Editores, 2003), La caída de Bagdad (Anagrama, 2004), Guerrillas: Viajes en el mundo insurgente (Sexto Piso, 2018) y Los años de la espiral. Crónicas de América Latina (Sexto Piso, 2020), en este último, a través de la crónica “La estrategia sureña de Jair Bolsonaro”, habla de un tema que también hoy le preocupa: la devastación del medio ambiente. En el relato narra su visita al territorio kayapó en la Selva Amazónica de Brasil, pulmón del mundo que desde los años 70 del siglo pasado perdió una quinta parte de área verde debido a la explotación de recursos naturales, en especial, del oro. Cuenta la historia de esa devastación acompañada del discurso de Jair Bolsonaro.

Lee Anderson también ha sido un crítico de su país. En la reciente crónica El éxodo cubano (en The New Yorker) escribe sobre la complejidad de la inmigración a Estados Unidos, reúne voces de cubanos que miran a Trump como la figura que terminará la dictadura de la isla y en medio de esos testimonios atestigua la vida de cubanos que padecen la insuficiencia (por ejemplo, de comprar comida y tener electricidad), y de aquellos que viven en Estados Unidos con el temor a ser deportados.

“Durante décadas, los cubanos vieron a Estados Unidos como una especie de tierra prometida: un lugar donde podían liberarse del régimen autoritario, de la amenaza de castigo por criticar al gobierno y de un poder judicial sometido a los intereses del partido gobernante. Hoy en día, quienes llegan a Estados Unidos pueden descubrir que, inquietantemente, se siente demasiado parecido a lo que dejaron atrás”, escribe.

Comienza el libro diciendo que a sus doce años odiaba vivir en Estados Unidos ¿qué le resultaba tan tedioso de su país?

El primer año que viví en Estados Unidos fue 1968, el año que mataron a Martin Luther King y luego Robert F. Kennedy. Recuerdo el dolor de esos magnicidios. Con ellos comprendí que el país tenía muchos demonios sueltos todavía.

En resumen, soy alguien que ha vivido en catorce o quince países y que ha pasado la mayor parte de mi vida fuera de Estados Unidos, así que por más norteamericano que sea de nacimiento, veo mi país de la misma forma que lo ve mucha gente en otros lares, tanto en las cosas malas como en las buenas.

Actualmente ¿hay políticas, formas de vida o situaciones que le produzcan un sentimiento de tedio u odio hacia Estados Unidos?

Por supuesto. Aborrezco a Donald Trump y su séquito de racistas malignos y corruptos; los veo como la principal amenaza actual para la supervivencia de vida en el planeta.

¿Recuerda por qué en su juventud tenía tantas ganas de explorar África? ¿Qué anhelaba experimentar o descubrir?

Sí, era el último continente en ser colonizado y, para mí, el supuesto “subdesarollo” significaba la posibilidad de conocer una parte del mundo todavía más auténtica y cercana al mundo “original” que veía desvanecer rápidamente ante las embestidas del mundo industrial y capitalista en Europa y Estados Unidos. Quería conocer aquel mundo de primera mano.

Por el trabajo de su padre usted y su familia viajaron mucho. ¿Se miró a sí mismo, en algún momento, como un extranjero permanente?

Así es. Pero con una sensación de cercanía a varias culturas a la vez.

Pareciera que usted estaba destinado al periodismo: ¿Considera que los días que estuvo varado en Las Palmas fue el entrenamiento más efectivo y duro para aprender a observar y hacer el periodismo que años después haría?

Las Canarias fue formativo, pero antes y después tuve muchas otras experiencias, también de joven, que me ayudaron a forjarme.

¿Mantuvo contacto con su compañero de viaje, John Pirongs, o le perdió la pista?

No, perdimos el contacto. Pero hace dos años, cuando escribí el libro, lo busqué, y descubrí que había muerto unos años antes; hablé largamente con dos hermanos de él y me dijeron que John había hablado mucho de nuestra odisea y consideraba que había sido una de las grandes experiencias de su vida.

A pesar de las malas experiencias en Gran Canaria, nunca perdió la ilusión de llegar a África. ¿En algún momento dejó de creer en la humanidad?

Claro que no. Fue una aventura entre muchos, y aprendí que hay tan buena gente en este mundo como los hay malos; hay que tomar todo en perspectiva.

¿Desde joven tenía un amor ciego por África? ¿ese amor que sentía nunca lo decepcionó o se transformó en algo más?

Amor ciego no. Tenía los ojos abiertos en torno a las cosas que pasaban en ese continente; yo leí su historia desde muy joven y tenía muy presente los legados y los lastres del colonialismo, la esclavitud y el tribalismo que habían marcado tanto el continente; por eso mismo quise verlo y observarlo por mí mismo, sus increíbles injusticias, pero también sus bellezas. Todo.

Al momento de escribir e investigar sobre África, ¿Estados Unidos apareció varias veces como un protagonista clave en las decisiones políticas de ese continente? Es decir, ¿nunca terminaba por alejarse totalmente de su país?

La historia es la historia, la realidad es lo que es; lo asumo, no soy exiliado ni ermitaño, no, nada por el estilo. Enfrento a la vida y mi país con todas sus contradicciones, no rehúyo de nada; está todo ahí en mis crónicas.

Después de vivir la España de Franco, ¿cuál fue el siguiente país que visitó con una dictadura instalada? ¿Le resonaron ciertas acciones y prohibiciones?

Acto seguido de Las Canarias viví en Honduras, dictadura militar en ese momento; entendí que el mundo estaba lleno de regímenes de facto e ilegítimos; que la democracia era la rareza. Acuérdese que de chico había vivido la dictadura de China de Chiang Kai-shek en Taiwán, el de Syngman Rhee y luego Park Chung-hee en Corea, de Suharto en Indonesia, y de William V.S. Tubman en Liberia. Eran la norma.

¿Por qué, al parecer, los países no pueden salvarse de ello?

La violencia política y el ejercicio del poder de facto han sido los grandes matices de mi trabajo. Para que la gente se salve de las dictaduras primero tienen que creer en la democracia y estar dispuestos a sacrificarse para ello.

¿Mira similitudes de la América Latina de los años 70 y 90 con la actualidad de la región? ¿Hay algún tema en específico que trabaje hoy en esta región?

La falta del estado de derecho ha sido una constante y ha minado la fe popular en el tramo corto de democracia de las últimas décadas.

Acabo de publicar una crónica sobre el éxodo desde Cuba en The New Yorker y cómo esto esta colisionando con la política xenófoba de Trump.

Pareciera que las historias sobre falta de acceso a la justicia, devastación climática e instauración de nuevos populismos cada vez son más urgentes de narrar. ¿Cómo luchar para que haya espacios que quieran publicar esas historias?

No hay una palabra mágica para contestar esa pregunta. Pero eso sí, hay que luchar, luchar y luchar siempre si uno quiere asegurar el porvenir.

Usted ha mirado diferentes tipos de censura, ¿hay alguna censura que actualmente le preocupe?

La censura a partir de la acusación falsa y la imposición del miedo en la sociedad que se está regando por el discurso exacerbado de Trump, eso es lo más preocupante que hay en este momento. Es peligroso porque, al ser habitual, se normaliza, se pierden los valores cívicos y otros lo emulan.

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