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Nací en Chiapas en 1925. La necesidad de escribir me aguijonea desde una época inmemorial. Empecé a satisfacerla entonces. Cometiendo todos los errores. Abusando de todos los ripios.
En la adolescencia despertó en mí, junto con los demás, el instinto crítico. Me pregunté si me era lícito escribir. La respuesta, atendiendo a los resultados que obtenía escribiendo, fue negativa. No, escribir no me era lícito. Me era nada más indispensable. Esta justificación, que después leí en Rilke, me sirvió. Y la necesidad, tan insaciable como antes, fue haciéndose consciente.
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Ahora, cuando alguien interroga por qué escribo, puedo decir, con Neruda: porque es ésta la forma de olvido que prefiero. O con Séneca, que trabajo para mi epitafio. En suma, que el sentido de la poesía es para mí, como para muchos, la muerte. Sé que voy a morir y no quiero morir.... del todo. La poesía es la única forma de supervivencia a mi alcance. Y me cojo a ella, desesperada, como el naufrago a la tabla. Pero, tal vez ya no como el naufrago, me complazco en creer que la tabla asume inagotables aspectos. Así, aparte del tema de la muerte, el del amor, el de la naturaleza, el de Dios. Y las cosas más humildes y los más fugitivos estados de ánimo. Todo me punza, ansioso de expresarse. Y yo quisiera acogerlo todo y libertarlo en las palabras. (Siempre que uso por primera vez una palabra es como si entrara en la posesión del objeto que designa. Y quiero entrar en posesión del mundo.)
No tengo todavía un estilo pero tampoco siento predilección por un tono. Me gusta tanto la ironía, el cerebro jugando con las ideas, como el sentimiento que no acierta más que a balbucir, ensangrentado, o la pulcritud serena o la corrección de la Musa que se encorseta para dictar sus rimas. Admiro pues, con igual entusiasmo, a Novo y Gorostiza. A Gabriela Mistral y la Biblia. A Jorge Guillén y Gerardo Diego. Y pretendo, alternativamente, seguir la manera de cada uno de ellos. Porque (ha llegado el terrible momento de admitirlo) no soy original. Bastante visibles son las influencias que padezco o gozo. Bastante identificables los árboles a cuya buena sombra me cobijo para que sea preciso señalarlos aquí. El lector los descubrirá por sí solo.
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Los acontecimientos que me suceden son, vistos desde fuera, insignificantes. A semejanza de la mujer honrada, carezco de historia. Y, excepto la de escribir, no practico ninguna otra manía, Y, excepto la de escribir, no sustento ningunas otras convicciones. Y, excepto la de escribir, no confieso ninguna otra pasión. (Rosario Castellenos)