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Lutos que mutan en trabajo. Licores especiados que convierten la amargura en despiste. Niños y jóvenes que intentan penetrar los misterios del agua. Gente que no tiene tiempo para el amor. Desde el abandono a los padres como la única manera de crecer y la necesidad de sus mentes infantiles de encontrar refugio en lo oscuro, Ana y Elías habitan, cada uno, su modesto poblado modesto mientras sueñan con otra vida. En Querido muerto mío (Rey Naranjo, 2025) vemos crecer a estos niños que se convierten en guardianes de la patria, defensores de su país y de la democracia a través de las armas, combatientes que aspiran a grabar sus nombres “con letras de fuego en la historia de los pueblos americanos”.
Con el corazón de mantequilla y mucha vergüenza de llorar, Elías se interna con otros soldados en el bosque de sarna, “barros oscurísimos donde se mezclan la tierra y la carroña” colmados de esqueletos de animales olvidados y hombres vencidos, cadáveres disfrazados y una muerte perfeccionista que no deja cabos sueltos, mira a los condenados y se enternece. Aquel hombre acata las reglas del poder tirano como miembro del convoy de ciegos que obedecen irrefutablemente, aunque “se niega a creer que la moneda con la que les ha pagado la patria sea la locura”. Uno y otra, héroes de proyectos fallidos, viven un presente macabro y esperanzador al tiempo, mientras sueñan con la gloria de la nación rodeados de fantasmas, esqueletos, dolores, delirios y grietas en el pecho, escribiendo una crónica del triunfo de la muerte.
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Aunque su núcleo narrativo es otro, en sus primeros capítulos este libro honra los oficios que solemos llamar tradicionales o artesanales… (pescador, salinero, recolector de cuerpos, domador de gallos de pelea, traficante de perlas, fabricante de ron).
Al principio, los personajes habitan las márgenes de un país cuyas únicas industrias son la droga y la guerra. La sangre y la cocaína expulsan a Ana y a Elías de sus pueblos y de los oficios que deben heredar de sus padres; en sus contextos, el destino de artesanos es indistinguible al de la desaparición y la muerte. Al abandono de la tierra le sigue la incorporación al ejército, ambos personajes pasan de ser civiles a reclutadores, de ser víctimas a victimarios. Sus cuerpos se transforman, son obligados a crecer, a la fuerza, a la resistencia, a la hipertrofia muscular. Aquí, ambos son materia prima en una cadena de producción que los perfecciona a base de deformarlos física y moralmente. Más que un tributo a los oficios, yo diría que la primera parte de la novela ofrece un contrapunto a la segunda: las artesanías y los oficios acompañan el origen de los protagonistas, el territorio mítico de la infancia; en cambio, sus adolescencias están marcadas por la incursión en el trabajo, la ciudad y la vida real.
Precisamente sobre ese mundo lejos de la ciudad, hay un momento muy bello en el que usted crea una especie de mitologías del mar y de sus seres.
En la pandemia quise leer Omeros de Derek Walcott, pero las ediciones en castellano estaban agotadísimas. En general, hay pocos libros de Walcott en nuestra lengua y los que conozco están traducidos por poetas mexicanos o españoles. Yo sentía que necesitaba leer Omeros en un castellano caribeño cercano que permaneciera conmigo al memorizar ciertos versos o estrofas. Guiado por esta intuición, tomé un diccionario bilingüe y comencé a escribir una versión íntima y libre para matar el tiempo. Me di cuenta de la dificultad de traducir las especies de flora y fauna, y que para hacerlo con precisión el nombre de todo debía pasar por el latín. El catálogo de peces del segundo capítulo de Querido muerto mío propone una taxonomía caprichosa, libre de ciencia, de los peces que me gustan y es, al mismo tiempo, un homenaje a otros catálogos: al de las naves de la Ilíada, a los del libro de Números en la Biblia, a los que abundan en Moby Dick, a los de ciertos cuentos de Lorrie Moore.
¿Cómo logra contener la escritura para no contarlo todo de un solo golpe?
No me interesaba escribir un libro que narrara la historia de un héroe de principio a fin. Quería una novela en la que el contexto de los personajes fuera protagonista también. La cosa es que este es un libro de soldados que luego se convierten en mercenarios y yo sé que la vida de un soldado no empieza en su incorporación a la tropa. La tropa existe como consecuencia de las desigualdades presentes en las condiciones materiales en las que nace el soldado; el soldado pobre sigue siendo pobre cuando se retira y no creo que nadie acepte irse a Haití o a Sudán o a Ucrania por exceso de privilegios; de aquí que la estructura de la novela integre una serie de miradas y de episodios que, vistos por separado, podrían ser leídos como anécdotas aisladas, pero que componen un sistema de problemas presente en nuestras políticas de guerra.
Uno de los aspectos clave de la novela es la manera en que narra las sutilezas del poder (las violencias materiales y simbólicas, la obediencia, los discursos “inspiradores”, la idea de la patria y del servicio a esta, la ilusión de ascender para mandar desde una oficina…).
Mi infancia transcurrió en tres batallones de la costa Caribe: el de Valledupar, el de Malambo y el de Montería. Mi papá y mi hermano son militares retirados, y yo mismo he experimentado violencias derivadas de la formación de ambos. Fui criado por un hombre violento, al que amo y compadezco, y me habita esta contradicción. Aprendí la oración patria y el himno del ejército como otros aprenden el Padre Nuestro. Aprendí a disparar antes de dar mi primer beso. Estudié en colegios militares, fui a la universidad con militares y, cuando tuve que decidir, elegí las letras a las armas. Mi cuerpo es testigo de las sutilezas que refieres, esas sutilezas moran en los hombres de mi casa y su representación en la novela parte de mi propia experiencia como observador y de la revisión de su presencia en el archivo periodístico y judicial, y, sobre todo, en la literatura.
¿Cómo nació la idea del bosque de sarna?
Al final del Quijote, Barcelona es presentada como una ciudad rodeada por un bosque de ahorcados. En mi cabeza, el bosque de sarna es una mezcla de ese bosque y el del inicio de la Comedia de Dante. Quería que los personajes llegaran a un lugar donde yo pudiera recrear la parábola de los ciegos del Evangelio de Mateo: “Déjalos: son ciegos que guían a ciegos y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán”. Justamente la ceguera es el castigo de los iracundos en el Purgatorio; aquí los soldados son guiados a matar, a mentir y acabar con el bosque en condiciones tan adversas que terminan rezándole a dioses de palo y piedras.
Cuéntenos sobre la idea de la patria (y, con ella, la necesidad de sentir que se pertenece a algo) que desarrolla en la novela.
El país de la novela es una fábrica de huérfanos que recluta huérfanos para crear más huérfanos. Los personajes huyen del campo de batalla, son expulsados o perseguidos, y son incorporados al ejército. El amor a la patria aparece como un discurso que los llena de propósito; el adoctrinamiento militar les permite sobrellevar sus vidas y los dota de la sensación de que persiguen sus propios anhelos y los de sus compatriotas. Cuando los dos personajes son expulsados del ejército, se resisten a creer que lo que aprendieron es pura palabrería y esperan a que los reincorporen, pero no pasa nada. El amor por la patria aparece y desaparece a lo largo del libro y yo quería explorar los efectos de esta intermitencia en la vida de los personajes.
Junto a la idea de patria también trabaja con profundidad el concepto de lo heroico (“… los héroes preferían la muerte propia antes que disparar contra su pueblo”).
En las cartas a Lucilio, Séneca dice que “quien aprende a morir desaprende a ser esclavo”, y hay mucho de esta promesa en los personajes de Querido muerto mío. Todos habitan un mundo que amenaza con destruirlos o esclavizarlos y ellos resisten: se hacen fuertes, valientes, alimentan la creencia de que son inquebrantables y, en algún punto, se convencen de que morir los redimirá. Pierden el miedo a morir, pero la muerte que persiguen no les sobreviene en el momento de mayor valor; sino cuando dejan de luchar, cuando se hacen débiles o monstruosos, cuando bajan la guardia. Esta ironía trágica ha interesado a la literatura desde hace mucho: Agamenón muere en una bañera, Áyax enferma de locura, Filoctetes es abandonado en una isla desierta. Quería que mi novela pusiera en duda la posibilidad de una muerte heroica o que la expusiera como puro simulacro.
A medida que avanza, la historia va tomando un rumbo diferente a lo que uno podría esperar a partir del inicio que plantea. ¿Cómo trabajó esa especie de derivas narrativas? ¿En su cabeza la historia siempre se planteó así o fue probando diferentes caminos?
Intuyo que ninguno de los exmilitares presos en la cárcel de Puerto Príncipe imaginó que iba a matar un día al presidente de Haití. La trama de mi novela es acorde a esa imprevisión. La vida de los personajes de Querido muerto mío es una concatenación de tragedias, no necesariamente causales, pero asociadas a un momento de la vida militar: el reclutamiento, el entrenamiento, el servicio, el retiro, el desempleo y la aceptación de una misión privada. La necesidad de narrar esta secuencia estuvo en mí desde antes de escribir la primera letra del libro.
Uno va desarrollando un cariño por ciertos personajes mientras la historia misma los va delineando con todo un conjunto de particularidades y actos (muchos de ellos, inesperados). ¿Cuál de los personajes le resultó más complejo de construir?
Longinus Lafontant es un personaje haitiano ficticio que aparece en toda la segunda parte. Quería que la novela tuviera episodios que dialogaran con la historia reciente de Haití y con las literaturas antillanas francófonas y anglófonas que he leído recientemente. La vida de Longinus sucede enmarcada en los gobiernos de François Duvalier, Jean-Claude Duvalier, Jean-Bertrand Aristide y Jovenel Moïse, y tuve que escribir y viajar mucho para que el personaje no fuera una caricatura.