Cada vez tiene mayor reflector el entramado de experiencias, maneras de situarse en el género y prácticas culturales de personas que no se ubican en un esquema hegemónico de lo femenino y lo masculino, o bien que salen de los parámetros de las formas de identificación urbano-hegemónica situadas en la diversidad sexual o lo LGBTTIQ+. Las experiencias del género y la sexualidad se complejizan aún más por la diversidad cultural del territorio mexicano y los procesos económicos, políticos y de etnicidad que trazan relaciones de poder entre las poblaciones y pueblos de espacios rurales y urbanos, es decir, de las personas que se ubican en la disidencia sexual. Su diferenciación social depende de otros factores como la clase, el tono de piel, su acento, su edad, el tipo de trabajo, si vive en una zona rural, en una ciudad “grande” o “pequeña”, si fue socializada como mujer u hombre, entro otros elementos.

A comienzo del siglo XXI, la influencia de los movimientos políticos urbanos de identidad sexual, impulsaron acciones para revertir la discriminación hacia los grupos identificados como homosexuales, gays y lesbianas. Trazaron una pauta en contextos urbanos para expresar y recrear formas de situarse en el género y la sexualidad.

Sin embargo, poco se había registrado en los estudios sociales y en medios de comunicación, sobre lo que sucedía fuera de la Ciudad de México. La investigación de Marinella Miano Borruso (2002) sobre los muxes de Oaxaca fue un parteaguas que giró los reflectores de la diversidad sexual hacia otros pueblos, comunidades y sociedades, sobre el cómo se vive el género y la sexualidad. Su investigación dio cuenta del lugar visible, relevante y socialmente reconocido de los muxes de Juchitán, Oaxaca. Las investigaciones de Patricia Ponce (2006) sobre el sexuar de las personas en la costa veracruzana, también abonaron a este reconocimiento. En el caso de Veracruz registró el espacio socialmente reconocido que tienen los chotos. Y en el devenir del siglo XXI se han ido sumando estudios socioculturales respecto al género en diversas regiones del país, ya sea desde el enfoque de la diversidad sexual o el actuar de la disidencia sexogenérica (en este enfoque se destaca la posición desigual de quienes escapan a la norma heterosexual y al modelo hegemónico de masculinidad y feminidad, además de considerar la suma de desigualdades en razón de la edad, la clase social, la etnicidad, entro otros elementos).

Cuajinicuilapa, 2015. La minga. Crédito: Everardo Martínez
Cuajinicuilapa, 2015. La minga. Crédito: Everardo Martínez

En la región costeña de la Costa Chica de Guerrero, en concreto en el municipio de Cuajinicuilapa, Guerrero, de población mayoritariamente afromexicana, ha existido un lugar social para el desplazamiento o cambio de género y de sexualidad para “hombres” (es decir, quienes por la noción cultural del cuerpo sexuado son socializados como niños-hombres) que, en el devenir de su vida, no desean cumplir con el modelo de masculinidad de la región.

Mediante un trabajo etnográfico que inició en el año 2006 y visitas subsiguientes en el año 2023 con la antropóloga Haydée Quiroz Malca, hemos visto la presencia visible y las diversas funciones sociales que cumplen las comas (comadres), los marisoles o los mariconcitos (como le llama la gente) en diversos ámbitos sociales. A comienzo del siglo XXI, en el auge migratorio hacia los estados de Carolina del norte y Carolina del sur en Estados Unidos, los marisoles desempeñaban labores femeninas y masculinas. Cuando migraban la mayor parte de los hijos de una familia, los marisoles o las comas, realizaban tareas asociadas a lo femenino, como cuidar a los padres, hacer la comida y limpiar la casa. También acudían al encierro (terreno que le pertenece a la familia, en donde se siembra y/o se tiene ganado) para realizar labores como ordeñar a las vacas, deshierbar, cercar, entre otras. Otra de las tareas principales es su labor como rezanderos y, en general, en las actividades religiosas-festivas de la región. Son quienes llevan a cabo muchas veces los rezos de las diferentes santas, santos y vírgenes que recorren las casas año con año. Asimismo, tienen un papel protagónico en las mayordomías.

Cuajinicuilapa, 2015. Crédito: Everardo Martínez
Cuajinicuilapa, 2015. Crédito: Everardo Martínez

En el año 2007 pude conocer las experiencias de cuatro marisoles de diferentes edades que refieren diversos procesos de aceptación o a veces de rechazo en la niñez, por no cumplir con la masculinidad que se espera. Generalmente los familiares hombres son los que muestran un rechazo que se traduce en el ejercicio de prácticas de violencia, como una vía de “reencausarlos” a la masculinidad. En otros casos comentaron que no hubo ningún tipo de violencia. Otro aspecto a resaltar, que forma parte del desplazamiento del género o de una identificación de género que oscila entre lo femenino y masculino, es que muchos de ellos tienen un nombre en femenino y otro en masculino.

Tuve la posibilidad de conocer las experiencias de Noe-Noelia de 12 años de edad; Lucio o Luky de 18 años de edad, Chalo (Gonzalo)-Chalalá de 42 años de edad, e Ingrid de 34 años de edad. Noelia por ejemplo, en ese momento refirió que en un espacio normativo, como la escuela, le llamaban Noe, pero con su familia y en la calle con sus amigas/os su nombre es Noelia. En el caso de Ingrid, ella explicó que sólo usa este nombre en femenino.

Como explicaba anteriormente, conforme van creciendo, van realizando y ejerciendo estos movimientos de género que en algunos casos tienden más a los espacios asociados a tareas femeninas. En este sentido, las categorías de “el gusto” y “el respeto”, son imprescindibles para comprender cómo es que van transitando del espacio masculino, al femenino o entre ambos. El gusto es una cualidad con la que se nace y difícilmente se puede cambiar, y el respeto es una cualidad de la interacción social mediante la que se deben reconocer los gustos de las personas.

“A mí siempre lo que me nació fue ir al mercado, hacer el quehacer, lavar trastes; ah, y mucho me gustó ir a la iglesia…Puro de esos juegos, pura ricitos de oro y campanita. Puros juegos femeninos los que me gustaron. Nunca me gustó el futbol, nunca y hasta la vez, nunca me gusta nada de eso, ni el campo nada ¡no!”, me confesó Lucio (Lucky).

Otro testimonio es el de Chalo (Chalalá) “Le ayudaba mucho. Le decía: ‘mamá, ¿qué vas a hacer?’ Decía: ‘ponte a los frijoles y desgrana el maíz’. Mi mamá dice que ya sabía de que cómo era yo, porque yo siempre la seguí. Y dice ¡ay¡, como que mi hijo va a ser mariconcito.”

En la niñez, previo a ser muchachitos, el gusto por actividades que desempeñan tendencialmente las mujeres, va comunicando a la familia y socialmente que son mariconcitos, pero el despliegue de un tipo de sexuar (prácticas, sentimientos y relaciones asociadas con la sexualidad, con el erotismo y con la afectividad) se va definiendo en esta etapa del ser o andar de muchachas o muchachos. Lucio, por ejemplo, recuerda:

“Bueno, yo ya sabía que era ‘así’, marisol, pero yo nunca pensé que me iba a gustar algún día algún chavo. En la secundaria fue que ahí despertaron mis deseos por ellos.”

Una de las intenciones de este breve texto es generar una reflexión sobre las diversas experiencias del género y de la sexualidad que se viven en México, con una realidad cultural tan diversa y con procesos económicos, de etnicidad y de influencia hegemónica que generan otras formas de identificarse sexogenéricamente, provenientes de las urbes o de movimientos sociales surgidos en Estados Unidos con influencia en nuestro país. Todos estos procesos no van unidireccionalmente, por lo que crean realidades muy complejas en cada comunidad, en los pueblos tanto urbanos como no urbanos y en las ciudades. Como nos narraba un joven de Cuajinicuilapa: “en Cuaji podía ser un maricón o putito“ y gustarle, al mismo tiempo, el aspecto festivo y la manera en cómo se recrea el género en la localidad. Y cuando vivía en la Ciudad de México sentía una presión por ser un gay que realizaba ciertas prácticas y consumos asociados a lo LGBTTIQ+, aunque como nos explicaba, también le gustaba la performatividad no binaria del género y el poder identificarse con la cultura no binaria.

Referencias bibliográficas y notas consultar más sobre el tema:

-Miano, Marinella. Hombre, Mujer y Muxe en el Istmo de Tehuantepec, Ciudad de México: INAH, 2002.

-Ponce, Patricia. Sexualidades costeñas. Un pueblo veracruzano entre el río y la mar, Ciudad de México: CIESAS, 2006.

-Quiroz, Haydee. Las mujeres y Los Hombres de la Sal. Un proceso de producción y reproducción cultural en la Costa Chica de Guerrero, Ciudad de México: Universidad Iberoamericana, 2008.

-Ramírez, Tania, Los marisoles, una figura genérica en Cuajinicuilapa, Guerrero, en Ciencias Antropológicas. INAH 80 años construidos por sus trabajadores. INAH, Ciudad de México, 2021. pp.671-682.

-Ramírez, Tania, ¡Dinos Marisol! La construcción sociocultural de una figura genérica en Cuajinicuilapa, Guerrero, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2010.

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