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Uno de los episodios más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial fue la derrota de Francia por el ejército alemán, en una campaña de seis semanas que culminó con la caída de París el 14 de junio de 1940, la firma del armisticio y el establecimiento de un gobierno colaboracionista del régimen nazi, encabezado por el mariscal Philippe Pétain.
Desde luego, se han pretendido minimizar los detalles de este episodio vergonzoso para las armas francesas en el contexto de una alianza multinacional que recuperó los territorios invadidos y propinó una derrota descomunal a las fuerzas del Führer y a sus aliados italianos y japoneses. Sin embargo, las deportaciones de los judíos franceses a los campos de exterminio del Tercer Reich abrieron profundas heridas que aún alimentan dolorosos recuerdos de una época particularmente sangrienta de la historia humana.
Una de ellas corresponde a la vida y la obra de la escritora Irène Némirovsky, quien residiera en Francia y fuera extraditada por su filiación judía a Auschwitz, donde murió el 17 de agosto de 1942, a la edad de 39 años. Su sacrificio representó un duro golpe al espíritu fraternal y solidario frente a un poder que desnudó las fuerzas irracionales que prevalecen en el fondo de la psique del homo sapiens.
Al momento de su captura, Irène Némirovsky estaba preparando una novela cuyo punto de partida era el éxodo de los parisinos ante la amenaza de las bombas alemanas y las posteriores peripecias de aquellos atemorizados personajes por las carreteras y pueblos de la campiña francesa. Por fortuna, sus cuadernos de apuntes lograron recuperarse muchos años después de haber concluido la guerra y, en 2004, se dio a conocer la primera versión de Suite francesa, que fue revisada y vuelta a publicar en una nueva transcripción (editorial Salamandra, 2023, traducción de José Antonio Soriano Marco).
Suite francesa es una verdadera obra maestra de la composición novelesca que ha asumido el tópico literario del manuscrito encontrado, sin proponérselo, y juega con las polaridades de la autenticidad, el realismo y el misterio que cobija la ficción. Es el caso de Cervantes en El Quijote, Camilo José Cela en La familia de Pascual Duarteo Umberto Eco en El nombre de la rosa.
El título de la novela explica su estructura. “Suite” refiere a una composición musical unida por una serie de movimientos instrumentales o danzas que se interpretan de forma consecutiva y que, para nuestro caso, se ensamblan a manera de cuadros o piezas que nos recuerdan la narrativa cinematográfica. El proyecto de Némirovsky era escribir cinco movimientos, pero solo alcanzó a dar forma a dos de ellos, Tempestad en junio y Dolce, antes de que la sorprendieran el exilio y la muerte.
Pese a ello, la parte que se conserva suma más de cuatrocientos folios de una prosa esmerada con algunas páginas que podríamos considerar inmortales. Es el caso del retrato psicológico de Léonard, un soberbio gato de once meses que ejerce, a su manera, sus instintos de guerra y de paz en medio del tumulto de la especie humana.
Irène Némirovsky retoma de Tolstói los modelos de la épica novelesca, de Balzac el realismo burgués y de Flaubert el manejo de la perspectiva neutral para no juzgar los puntos de vista de los personajes. En la técnica también es deudora de E. M. Forster en sus Aspectos de la novelay, respecto a su mirada de la historia universal, se acerca al concepto de “intrahistoria” de Unamuno, pues las personas comunes son quienes generan los grandes cambios. Para ella, el fenómeno de la guerra es una feria de cobardías donde participan por igual los vencedores y los vencidos.