No están Ustedes para saberlo, pero yo sí para contárselos: si en algo creo parecerme al inmenso Salvador Novo, más que en los afeites, en nuestra antipatía por la izquierda y en no tener empacho por asumirnos como numerarios de La Cofradía de la Mano Caída, es en que tampoco aprendí a manejar. Al igual que él y Blanche Dubois, hemos dependido de la bondad de los extraños y no sé qué habríamos hecho sin taxis –o los servicios de Uber-, cuyos conductores invariablemente incurren en el “va Usted a un concierto” para entablar la plática, dado que mis destinos habituales son nuestras salas de concierto.

Vienen después la pregunta inevitable, “y a poco le gusta esa música”, el explicarles a qué me dedico, y revirárselas preguntándoles si han asistido a algún concierto “de estos”. La inmensa mayoría responde que no y se justifican diciéndome que “no le saben” o “no le entienden”. A tiro por viaje los conmino a asistir y, si de casualidad voy solo y me sobra un boleto, no he dudado en pedirles que me acompañen y les animo diciéndoles que, lo más seguro, es que lo van a disfrutar más que uno que supuestamente “le sabe”, ya que todo les será una sorpresa y no estarán con la tensión de que “ahí viene el pasaje difícil” y cosas por el estilo.

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Ensayos de "Un re in ascolto", con música de Luciano Berio y libreto de Italo Calvino, que tendrá funciones en Bellas Artes el próximo mes. Foto: EL UNIVERSAL / Carlos Mejía
Ensayos de "Un re in ascolto", con música de Luciano Berio y libreto de Italo Calvino, que tendrá funciones en Bellas Artes el próximo mes. Foto: EL UNIVERSAL / Carlos Mejía

De mis mayores satisfacciones ha sido encontrarlos posteriormente, acompañados por su familia, disfrutando los conciertos “aunque no le sepan”, ya que de eso se trata: de disfrutar… Y quién me iba a decir que, apenas este jueves 3, a mis nóveles sesenta, tendría la dicha de vivir la experiencia de llegar al Blanquito ignorando a qué iba a sonar la ópera que presenciaría.

Algo había leído sobre ella, pero hasta ahí. Con motivo del centenario del natalicio de Luciano Berio y en conmemoración de los 40 años del fallecimiento de Italo Calvino –autor de la idea en que se basó Berio para elaborar el libreto-, Marcelo Lombardero asumió el reto de estrenar en México y América Latina lo que, más que como ópera, él define como “experiencia musical”, Un rè in scolto (Un rey escucha), presentada por primera vez en Salzburgo, el 7 de agosto de 1984. De entonces a la fecha poco se programa, y suele ser en versión concierto.

Curiosamente, lo inédito de “ver” escenificado Un rè in ascolto no entusiasmó mayormente al que sería su público cautivo, y una queridísima amiga cantante llegó a decir que “ya no estaba en edad de andar escuchando rechinidos”; como ella, muchos se quedaron con la idea de que Berio no es más que “ruiditos” y, peor aún, ¡para la voz!, ya que –recuerda Norman Lebrecht-, Berio tuvo la fortuna de estar casado por poco más de tres lustros con la fabulosa Cathy Berberian –ganándose con ello el mote de “Lucky Luciano”-, poseedora de un formidable instrumento vocal que le inspiró a elaborar desde estridentes arreglos de música popular hasta su fascinante Sequenza III, donde fusionó con la música sonidos tan cotidianos como toses, sollozos y chasquidos bucales.

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© INBAL
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Si a ello sumamos “la influencia que Umberto Eco y Eduardo Sanguinetti tuvieron en él, al descubrirle la naturaleza onomatopéyica de la poesía y el naturalismo musical del undécimo capítulo del Ulises de Joyce, generando composiciones como el Ommagio a Joyce, donde fusionó medios electrónicos con la voz de Cathy, o Cries of London, que acrisola armónicamente el pregonar de los vendedores ambulantes”, entenderemos por qué la reticencia hacia Berio, sin considerar (o ignorando) que (en busca de seguridad financiera) acabó enmendando el camino, tal como aquí lo hizo Arturo Márquez cuando sepultó su faceta experimental al reiterar exhaustivamente la exitosa receta de su Danzón n. 2.

Durante su última etapa, Berio dio cátedra de excelso orquestador… al servicio de otros compositores. En este período surge ese ingenioso pastiche que es su Sinfonía, elabora un final alternativo al compuesto por Alfano para la ópera Turandot de Puccini, redacta sus espléndidas Quattro versioni originali della “Ritirata notturna di Madrid” (basado en Boccherini) y esa maravillosa deconstrucción schubertiana que es su Rendering for orchestra. Fue tal su éxito que no faltaron vanguardosos, eclécticos y demás fauna resentida que tachara todo esto de anodino, proclamando que “no había en ello ninguna novedad sobresaliente”. Progres, al fin…

Justo antes de iniciar dicha fase compuso Un rè in ascolto, la “ópera” que hoy nos ocupa y, nuevamente, es Lebrecht quien resalta que, “generalmente, los comentarios de Berio hacia la ópera fueron despectivos”. Refrendando su sentir hacia el género, en 1970 compuso Opera, donde aparecen un tenor que no sabe cantar (¿habrá visto Siempre en domingo?) y un coro de madres que arrullan a sus bebes y al público, para dormirlos. Catorce años después presentó Un rè in ascolto, que “tiene más en común con el circo y los eventos de medios mixtos que con la ópera tradicional; su base instrumental es excepcionalmente buena”, y puede apreciarse que, a la par de su petición explícita de incorporar sonidos de disparos, ambulancias o una máquina de viento, su dominio del lenguaje orquestal ya es incuestionable.

Sentadas estas bases, y habiendo oído que la trama era tan compleja que quienes asistieron a la función del martes 1° coincidían en no haber entendido la historia, opté por ignorar el supertitulaje, centrarme en lo que ocurría en el escenario y eso, ¡me fascinó! Qué gran trabajo realizaron Martin Bauer y Vivian Cruz, director de escena y diseñadora de movimiento: con gran precisión, bailarines y figurantes se desplazaban cual saltimbanquis por los diversos planos creados por Matías Otálora, responsable de la escenografía y los recursos multimedia, atinadamente iluminados por Raúl Farías.

Que el coro cumpliera satisfactoriamente bajo la dirección de Rodrigo Cadet no es novedad, como lo fue descubrir la faceta histriónica de Andrés Sarre, nuestro más respetado pianista y preparador vocal. Imposible detallar el desempeño de los dieciséis miembros del reparto, injusto sería no reconocer su solvencia. Me limitaré a mencionar a aquellos cuyos roles soportan un mayor peso escénico: de entrada, la tercia femenina conformada por Hildelisa Hangis, Jacqueline del Rocío Medina y Frida Portillo. Evanivaldo Correa encarnó espléndidamente al Regista y Cecilia Eguiarte se llevó las palmas al sortear con musicalidad y virtuosismo las tremendas dificultades que Berio le impuso a la protagonista. La Berberian habría quedado muy bien impresionada con ella; tanto, como nosotros con la experiencia manifiesta de esa leyenda viviente que es Nicola Beller Carbone, al enfundarse en el rol de Venerdi.

Por su profesionalismo a prueba de balas (ambulancias, piruetas y demás) merecen mención especial nuestro gran Josué Cerón, quien con este Próspero se topó con el rol más demandante e ingrato de su carrera, y el Maestro Wolfgang Wengenroth, quien contra los chiflidos que creía iba a cosechar por concertar esta partitura, acabó potenciando la ovación.

Y no, no a todos les gustó este título, pero, el consenso fue que a pesar de su dificultad “para entenderlo”, estuvo muy bien puesto. Y es aquí donde retorno a lo que les decía en un principio: hay cosas que no es necesario entender para disfrutar. Basta con ir dispuestos a ello. Entusiastas, como este tifoso, que es como se les llama a los aficionados en italiano, que no será un idioma universal como lo es la Música, pero es el idioma de Berio.

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