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Hace unos días, mientras escuchaba en el Teatro Heredia de Cartagena de Indias a la cantaora Marina Heredia entonar las Seguidillas del siglo XVIII que Federico García Lorca incluyó en su antología de Canciones españolas antiguas, comprendí por qué Gabriel García Márquez, el más universal de los colombianos, deseaba que sus cenizas reposaran ahí, al ladito, en el patio central del Convento de La Merced de esta joya del Caribe donde se inició como periodista y fuera y sigue siendo tan, tan querido.
Finalmente, la alegría de aquellas coplas disipó la tristeza que me causó ver cuán cuidada y pintadita tienen esta ciudad hermanada por partida doble con mi ciudad natal: primero, por las murallas que se edificaron en ambas para resguardar a sus habitantes de los piratas y, después, por estar catalogadas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Más que por la inseguridad y el descuido en el que se encuentra Campeche tras la llegada de Layda, mi pesar surgió al constatar que mi patria chica ha sido incapaz de consolidar un proyecto cultural como el que me trajo de vuelta a mi amada Colombia: la décimo novena edición del Cartagena Festival de Música (CFM). Sabrán que, mi terruño, cuenta también con un festival… Lamentablemente, nuestro Festival del Centro Histórico no es más que el reflejo de los gustos del gobernador en turno, sin identidad o perfil definido. A lo largo de 27 ediciones, la improvisación ha sido una constante tan evidente como su falta de curaduría, de propósito y presupuesto estable. Ha sobrevivido “de contentillo”.
Dimensionando ambos festivales, es un hecho que el éxito del CFM se debe al cuidado con que se planea: desde sus inicios ha estado ligado a Doña Julia Salvi, melómana informada, filántropa generosa y artífice incansable de este festival a través de la Fundación Salvi, que ella preside ad honorem. Cuando en 2008 platicamos por primera vez, ya tenía muy claro que éste debía “contribuir de manera eficaz a la restauración del tejido social, utilizando la música como herramienta principal para la lucha contra la violencia y la pobreza en Colombia (…) unos cuantos tendrán el privilegio de vivir la música como intérpretes, pero vivir la música como público también enseña el respeto y fortalece el hábito de la alegría…”
Tres lustros más tarde, lo que todavía eran algunos sueños, son un consolidado y muy codiciado segmento en la programación del festival: sus programas académicos y de laudería. Sumémosles que, este año, el CFM brindó veintidós conciertos (dos de los cuales también fueron proyectados en espacios abiertos), siete conferencias –que diariamente convocaban a unas doscientas personas ¡a las ocho de la mañana!- y dos exposiciones.
Numeralia aparte, permítanme a compartirles algunas de mis impresiones: a diferencia del cliché con que suelen programarse los festivales en México, con base en un estado y un país invitado que suelen mandar lo que les da la gana, el CFM ofrece temáticas específicas para cada edición, permitiendo que su público aprecie desde repertorios que podrían parecer trillados, como “Il Bel Canto: la ópera en la tradición musical italiana” (2021), hasta exploraciones más sofisticadas, que han ido “De lo bello y lo sublime” (2020), cuando centró su programación en el tránsito del clasicismo al romanticismo en Viena o, un año antes, a evidenciar la relación entre el pensamiento musical y la reflexión científica al amparo de la “Armonía Celeste”.
Desde 2013, el responsable de tan interesantes propuestas y de elegir a los artistas idóneos para hacerlas sonar es Antonio Miscenà, un versátil perusino que además de dirigir el CFM, es reconocido como editor musical, productor discográfico y gestor cultural. Para la edición de este año, bautizada “Canto del mar” y realizada entre el 4 y el 12 de este mes, Miscenà se concentró en la música de España y Portugal y su expansión hacia América y otras latitudes, priorizando aquellas obras que fueron compuestas de finales del siglo 19 a principios del 20.
A la par de obras tan taquilleras como el Concierto de Aranjuez, que le oímos al guitarrista hispano afincado en México Rafael Aguirre, acompañado por Thierry Fischer y la Orquesta Sinfónica de Castilla y León –orquesta residente del CFM con la que alternaron la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia y la Orquesta Sinfónica de Cartagena-, fue un deleite escuchar en vivo partituras como la Romanza para cuarteto de cuerdasy el Quinteto para piano y cuerdas Op. 49 de Granados, confiados al Cuarteto Noûs y a ese extraordinario pianista que es Martín García García, cuyo recital “Iberia, el alma de España” me dejó una inmejorable impresión gracias a la vitalidad y el colorido que imprimió a las Variaciones sobre un tema de Chopin, de Mompou, y al contundente virtuosismo con que abordó La Vega, El Polo, Lavapiés y Eritaña, de Albéniz, además de Navarra, esa joyita inconclusa a la que este joven gijonés le añadió un final de su autoría.
En un arranque de entusiasmo, le agradecí a García García que nos devolviera el gozo de escuchar la música española tocada “con huevos”, porque –no están Ustedes para saberlo, pero yo sí para consignarlo- Javier Perianes, el afamado señoritingo que le precedió fue tan soporífero, que comprendí por qué, tras su debut en Wigmore Hall, The Guardian dijo que sus Goyescas de Granados –mismas que vino a cometer aquí también- pecaban de sosas y faltas de carácter.
Afortunadamente, tras padecer aquellas Goyescas en la Capilla del Hotel Sofitel Santa Clara, Fischer y sus atrilistas nos permitieron disfrutarlas horas más tarde, ahora, en la orquestación de Albert Guinovart que compartió programa en el Teatro Heredia con El corregidor y la molinera, de Falla, esa sutil y delicada farsa mímica que es la semilla de El sombrero de Tres Picos, que compuso para los ballets rusos de Diaghilev.
La oferta no pudo ser más amplia ni más afortunada. Consignarla toda, sería imposible. Pero, escuchar los Tríos de Turina con el Trío Arbos, a Tomás Martín como solista en las castañuelas o a Santiago Cañón-Valencia descubriéndome la Fantasía para violonchelo y orquesta de Usandizaga ameritan tanto el viaje a Cartagena como recorrer el colorido barrio de Getsemaní o sucumbir ante una suculenta cazuela de mariscos en El portón de San Sebastián.
Estemos pendientes de la programación del vigésimo aniversario de este festival que, hace un par de años, fue merecidamente declarado Patrimonio Cultural de la Nación. ¡Estoy seguro que será imperdible!