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Fumiko Enchi (1905-1986) ha sido una de las escritoras japonesas más aclamadas del siglo XX, por su estilo “sutil, delicado y preciso” que nos recuerda los suaves ritmos del legendario Haikú, así como la elegancia de un vuelo atrapado en la fina cerámica ornamental, propia de las ceremonias del té servido por una geisha contemplativa y melancólica.
Fumiko Enchi escribió, entre otras novelas, Los días de espera (publicada por Chai Editora y con traducción de Matías Chiappe Ippolito, 2005), en la cual retrata la vida de una familia japonesa tradicional, situada en el periodo Meiji (1868-1912), donde prevalece el poder patriarcal sobre las mujeres, a la manera de lo que hoy ocurre en las culturas de la península arábiga.

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En este contexto, transcurre la vida de Tomo Shirakawa, una esposa ejemplar, abnegada y sumisa, que está al servicio del soberbio y mujeriego Yukitomo Shirakawa, funcionario de la policía política del imperio, entrenado en artes marciales y comedido azote de los miembros del partido liberal, a quienes, de modo directo o por encargo, les propina puntuales palizas. En una ocasión, mata a tiros a un cabecilla liberal, antes de regresar, sereno y sonriente, a tomar el té con su familia.
Este señor, descendiente de antiguos samuráis de clase media, ordena a su mujer conseguirle una doncella virgen, de quince años, para tomarla como concubina; exige que la joven sea hermosa, discreta y aromática como una flor de liz asentada en la superficie inocente de las aguas. Desde luego, pese a la humillación evidente, Tomo Shirakawa obedece la encomienda y se esmera en conseguirle a Suga, una joven de extracción humilde, quien es comprada a su familia para permanecer en condición de esclava hasta el final de sus días.
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Pero la lubricidad de Yukitomo fue en aumento y, con el paso de los años, exigió a la degradada Tomo la adquisición de otra cortesana, y luego practicó el incesto con la esposa de su hijo, y con otras mujeres que fueron desfilando por su harén, sin que la pobre Tomo abandonara su natural estoicismo, cimentado en una tradición milenaria que asociaba a las mujeres con los animales, los objetos o los adornos suntuarios.
Pero, a pesar de este aparente abandono a las fuerzas del destino, Tomo se convierte en una fuerza moral, gracias al retrato psicológico que teje Fumiko Enchi, para transformarla de manera paulatina en una figura digna y trágica, a la altura de los personajes del teatro griego clásico y, en contrapunto, a medida que se muestra el dolor detallado de la mujer, el marido abusador adquiere la calidad de una sabandija sin escrúpulos.
Sólo de esta manera pueden comprenderse a cabalidad las palabras finales de Tomo al expresar su último deseo en el lecho de muerte: “Cuando yo muera, por favor, no quiero un funeral. Bastará con que lleven mi cadáver a la costa de Shinagawa y me arrojen al mar.” Esta fue su gran protesta: arrojar sus despojos a la cara del hombre en ruinas que había sido su marido, quien se estremeció al saber la voluntad final de su mujer y “Por todo su cuerpo retumbaron los gritos con las emociones que su esposa se había contenido durante cuarenta años. Y el grito fue tan fuerte que agrietó la arrogancia de su ser.”
Los días de espera es una novela situada entre las escuelas realista y psicológica. Además, retoma las voces de las mujeres del teatro griego y del feminismo del siglo XX para comunicarnos el florecimiento de la íntima protesta de las féminas japonesas. Es una obra extraordinaria.