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António Emílio Leite Couto, mejor conocido como Mia Couto, ha visto los pasos de Mozambique hacia una modernidad que no abandona su cultura oral ni sus cosmogonías ancestrales. Camina y es un observador, pero también avanza y da forma al país africano con sus palabras, sean éstas versos, novelas o textos periodísticos. Los pasos de Mia Couto guían a los mozambiqueños, y a todos sus lectores, a vivir desde la pluralidad.
El escritor que visitó México para recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances ha hecho de la palabra una herramienta para enfrentar sus miedos, enumerar las contradicciones humanas y evidenciar la belleza de África.
Cuando recibió el Premio Internacional Neustadt 2014 compartió en su discurso el momento en que sus padres le sembraron una segunda vida: la literatura. Couto se describió como el segundo hijo de una pareja portuguesa forzada a emigrar, escapaban de la dictadura de António de Oliveira de Salazar. Asentados en la ciudad africana de Beira, cada noche su madre y padre le contaban historias, creían que lo estaban arrullando para dormir. “En realidad, estaban produciendo un segundo y eterno nacimiento”, dijo.
La pasión que sus padres imprimían en los relatos, le hizo entender que mediante las palabras se puede viajar y visitar la patria perdida, se puede borrar el tiempo y la distancia. Couto comprendió que con la literatura pueden hablar los otros, los ausentes de las narraciones históricas porque “la ficción y la poesía no harán callar a las armas”, pero pueden reconciliar a las personas con su pasado.
El escritor ejerció primero la poesía. A sus 17 años escribió contra el dominio portugués en un diario local: Noticias da Beira. Esos versos lo llevaron a integrarse al Frente de Libertação de Moçambique (Frelimo), grupo que logró la independencia de Mozambique en 1975.
Antes de que el autor se enrolara en la lucha contra el colonialismo, se trasladó a la capital de Maputo para estudiar medicina en la Universidad de Lourenço Marques, pero el anhelo de vivir en una nación libre hizo que aceptara la propuesta del Frelimo: suspender sus estudios para trabajar como periodista en el periódico A Tribuna, donde se mantuvo hasta 1975 para después seguir ejerciendo el periodismo en la entonces nueva Agencia de Información de Mozambique.
Más tarde dirigió las publicaciones semanales Tempo y Domingo, a la par lanzó su primer libro de poemas Raiz de Orvalho y siguió como periodista en medios locales. En ese recorrido trabajó con Rui Knopfli (1932-1997), uno de los poetas mozambiqueños de gran reconocimiento. Couto pausó su actividad periodística en 1986 para regresar a sus estudios y dedicarse a las ciencias biológicas.
Sin embargo, su amor por la escritura nunca se detuvo. Al poco tiempo publicó su primera novela, Tierra sonámbula (1992) un relato inspirado en la guerra civil posterior a la independencia de Mozambique y fue ahí cuando su genio acaparó la mirada de editores internacionales. “Ese libro fue la obra más dolorosa que he escrito”, confesó Couto en la entrega del Premio Neustadt. La novela narra 16 años de una guerra que destruyó la economía y paralizó Mozambique, conflicto que dejó un millón de muertos.
Hoy la violencia de nuevo está presente en su país, los resultados de las elecciones celebradas el 9 de octubre le dieron la victoria al candidato del Frelimo, Daniel Chapo, en medio de acusaciones de fraude. El partido que luchó por la independencia del país africano hoy lleva más de cuatro décadas en el poder. Las manifestaciones no se han hecho esperar y la represión tampoco. El resultado: más de 30 muertos, cientos de heridos y personas privadas de su libertad, entre ellos, niños y reporteros.
Desde 1998, Mia Couto es miembro correspondiente de la Academia Brasileña de Letras y varias de sus obras lo han hecho merecedor de una larga lista de galardones: Premio Nacional de Ficción (1995), Premio Virgilio Ferreira (1999), Premio Camões de Literatura (2013), Premio Internacional de Literatura Neustadt (2014) y Premio de Literatura Jan Michalski (2015). Además, fue finalista del Premio Internacional Man Booker en 2015.
En entrevista, el escritor mozambiqueño nos comparte el alma de su escritura: la diversidad cultural de un país donde se diluyen las fronteras entre realidad y ficción.
En México pocas personas conocen bien su país, ¿cómo presentaría la cultura de Mozambique al público mexicano?
Mozambique es un país nuevo, una nación hecha a partir de decenas de pueblos y culturas diferentes. Puede parecer extraño, pero yo tengo más años de vida que mi país; la independencia del régimen colonial portugués sucedió apenas en 1975.
Soy uno de los autores del himno nacional mozambiqueño y eso me hace pensar en cómo la cultura nacional mozambiqueña es todavía un proyecto en construcción, una especie de retrato sin acabar, sin marco.
De hecho, para mí es una oportunidad muy gratificante el ser parte de este proceso en el que la ciudadanía moderna va caminando entre cosmogonías ancestrales que no tienen palabras exactas para decir “nación”, “culturas” o “naturaleza”.
La mayor parte de los mozambiqueños mantienen vivas sus lenguas maternas, todas de raíz africana, con su propia forma de representar el mundo. La lengua portuguesa es el idioma oficial y es prácticamente la lengua de todos los escritores mozambiqueños, es un idioma que está siendo reconfigurado para poder traducir todas esas diferentes ancestralidades.
Soy parte de un momento histórico que me puso en situaciones humanamente enriquecedoras.
¿Nos podría hablar sobre la literatura mozambiqueña contemporánea y lo que encuentra de particular en ella?
La poesía continúa siendo un género literario dominante, pero la literatura es todavía un fenómeno restringido a una pequeña élite perteneciente a las grandes ciudades. Existen en todo el país seis editoriales y una decena de librerías.
Mozambique es un país con 32 millones de habitantes y un predominio absoluto en la oralidad y todavía con altas cifras de analfabetismo, pero es, como México, un país con una dinámica cultural rica e intensa: la diversidad de culturas y lenguas, los desfases entre las tradiciones y el modelo hegemónico de la modernidad, las múltiples y permeables fronteras entre mundos. Todo eso contribuye para que haya una enorme vitalidad artística y cultural.
¿Las circunstancias actuales en su país presuponen una inestabilidad política que alcanza los espacios artísticos e intelectuales? ¿Cuál es su perspectiva sobre la situación postelectoral en Mozambique?
Vivimos una situación perturbadora y radicalizada. Lo que sucedió en estas últimas décadas en Mozambique es algo común en la historia: después de la primera etapa de independencia y de revolución socialista, los dirigentes que se presentaron como “libertadores” se convirtieron en una élite depredadora. Este régimen que le dio la espalda a sus obligaciones está instalado desde hace cinco décadas y perdió toda su red de apoyo en las ciudades.
Hace cerca de dos meses hubo elecciones para el parlamento y para la presidencia de la República, todo indica que esas elecciones fueron objeto de muchísimos fraudes. La juventud ha salido a las calles en un enorme movimiento en masa, no se han manifestado sólo contra el fraude electoral, sino también contra ese gobierno corrupto; sin embargo, esa rebelión no se calmó con una organización partidaria, sino con la voz de un pastor evangélico que tiene un discurso marcadamente populista y que, incluso, ya declaró de manera pública su simpatía por Jair Bolsonaro.
Así se confirma que en Mozambique sucede aquello que se ha generalizado un poco por todo el mundo: un momento en que los políticos son sustituidos por milagreros.
¿Qué le dejó su época como periodista?
Me volví periodista profesional a los 19 años, a esa altura ya escribía poesía. El texto periodístico me obligaba a tener en cuenta la existencia casi inmediata de un lector, del otro lado del papel (porque en ese tiempo no había pantallas) había alguien. Esa presencia de un lector me ayudó a repensar en la escritura y a conciliar el deber de la objetividad con la necesidad de la seducción: nunca dejé de ser un poeta que hacía periodismo.
Por una circunstancia feliz, el director del primer periódico donde trabajé era Rui Knopfli, uno de los mayores poetas mozambiqueños. Él me alentaba a desobedecer a las formas hechas del periodismo; recuerdo las veces en que rompió mis manuscritos. “No, los tiré”, decía él. “Esas páginas están muertas. No tienen vida propia”, era lo que él me decía.
Usted escribe en varios géneros literarios, pero, ¿cuál es el género que más lee y cuáles son los libros que más ha releído?
Poesía. El libro que más releo es el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, pero leo libros de biología y antropología, sobre todo aquellos que se proponen cuestionar los fundamentos y las fronteras entre esas dos disciplinas.
El universo temático de su trabajo abarca identidad, historia, guerra, pero también emociones universales como la envidia, el miedo y el amor. Durante su proceso creativo, ¿cómo es que llega a esos temas?
Nunca tengo un esquema anticipado, un mapa o un plan. Mi proceso creativo comienza siempre por los personajes que me visitan y que van ganando forma y verdad dentro de mí; cuando reconozco la voz de esa gente (quiero decir, cuando construyo su forma de hablar en discurso directo) voy entendiendo mejor quién es el personaje. Es como si fuera necesario, en todo momento, partir de la oralidad para llegar a la escritura. Y ese personaje que llega despierta a alguien que estaba dentro de mí sin que yo lo supiera, y son esos personajes los que me cuentan la historia.
En sus trabajos hay muchas coexistencias: lo serio y lo humorístico, lo sagrado y lo profano, lo escrito y lo oral. ¿Eso es algo que viene a usted o es algo que usted busca?
No es posible que sea de otra manera. Las culturas de Mozambique convergen en esa ausencia de fronteras entre lo real y la ficción, entre los vivos y los muertos, entre lo inanimado y lo que tiene alma.
Lo que sería artificial sería describir el paisaje como un escenario muerto o simplemente decorativo: el árbol, el río, la piedra, la montaña, todo está vivo, todo tiene alma y conversa con nosotros.
Por eso es extraño que se hable de realismo mágico cuando se habla de nuestra literatura. Es que nadie puede realmente decir lo que define la llamada “realidad”, esta imposibilidad de distinción de lo real no es un asunto de los africanos y de los latinoamericanos, es un asunto nuestro, de toda la humanidad.
¿Cuáles son sus escritores mexicanos o latinoamericanos de referencia?
Lo que más me fascina en los libros no son sólo las historias, sino la invención de un lenguaje. Por eso, autores como Juan Rulfo, Guimarães Rosa y, más recientemente, Sara Gallardo (en el caso particular de Eisejuaz) me marcaron mucho porque me perturbó la relación entre el idioma con lo que nos decimos a nosotros mismos; no obstante, la lista de otros autores y autoras siempre queda incompleta: Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, João Cabral de Melo Neto, José Emilio Pacheco, Pablo Neruda y más, muchos más.
Cuando tenga tiempo libre durante su visita, ¿qué le gustaría hacer en México?
De hecho, estaré en México por poco tiempo y mi agenda es muy intensa; esta es mi segunda visita a su país y las veces anteriores tuve más disponibilidad.
Lo que me fascina de México es la vitalidad y la efervescencia de la cultura y el modo en el que ella se apropia de lo cotidiano de las ciudades.
A mí me habría gustado tener más tiempo para perderme, los lugares son como las personas: sólo los conocemos cuando en ellos nos perdemos (Traducción de Viviana Plaza).