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En mi más tierna infancia, recuerdo que mi mamá nos dormía muy temprano a mis hermanos y a mí, siempre viendo la televisión en blanco y negro; nos dormíamos viendo series de acción en canal 5 (Bonanza, El gran chaparral, Combate, Hawai 5-0…), películas mexicanas (sobre todo de Pedro Infante o Joaquín Pardavé) en el canal 4, telenovelas en el 2 o musicales como Silvia y Enrique. Uno de los primeros recuerdos que tengo de esos momentos fue aquel en que viendo a la enamorada pareja de Silvia Pinal y Enrique Guzmán cantando, le pregunté a mi mamá qué eran ellos. “Son artistas”, me contestó. “Yo quiero ser como ellos, artista”, le respondí. Silvia Pinal se me quedó clavada en la mente, su voz era parte de mis soliloquios de niño, la oía cantar en mis adentros, oía su risa inigualable. Mi madre cocinaba con el radio de transistores prendido, y yo a su lado escuchaba: “La crema Teatrical, rica crema suavizante, en mi cara y en todo el cuerpo, me da más horas de suavidad”. Un día le dije a mi mamá: “¡Qué bonito canta Silvia Pinal!”. Mi madre se me quedó viendo sorprendida: “¿Y tú cómo sabes que es Silvia Pinal?”. “Pues porque yo sé. Es Silvia Pinal”. Lo era, en efecto, Silvia cantaba el anuncio de la famosa crema. Mi mamá sólo se rio. Luego le contó a mi abuelita Susana el suceso y ambas se reían. Tenía cinco o seis años. Aún no entraba a la primaria. Al poco tiempo, los domingos empezó a proyectarse ¿Quién?, una telenovela escrita por Yolanda Vargas Dulché y que protagonizaba la Pinal; mi mamá ya se sabía la historia porque la había leído en Lágrimas, risas y amor, la popular historieta, y a cada final de capítulo, me contaba lo que iba a seguir. La verdad no alcanzaba a entender bien a bien lo que sucedía en la teleserie, más allá de que Silvia Pinal perdía la memoria y sufría mucho por eso. Después, recuerdo que ya no era ¿Quién?, sino Ahora, Silvia…, el nuevo programa de mi ídola, que eran historias casi siempre románticas, protagonizadas por Silvia que se dejaba acompañar por todos los galanes y primeros actores de la época. Una navidad estaba muy metido viendo Ahora, Silvia… y mi papá me llegó a apagar el televisor porque ya nos íbamos a la cena de nochebuena en casa de mi abuelita Cristina. Nunca he podido superar la frustración de no haber sabido en qué terminaba el romance entre Silvia y Enrique Novi, en ese capítulo, sólo tengo la imagen de que ambos personajes se encontraban en un establo, llenos de paja por todos lados y… ya. No supe más.
En 1977 Silvia Pinal y Héctor Bonilla actuaban El año próximo a la misma hora de Bernard Slade, obra estadunidense. Se presentaba nada menos que a unas cuantas cuadras de mi casa, en el Teatro Manolo Fábregas. Mi papá me llevó a verla. “Pero que sea en la primera fila, quiero ver de cerca a Silvia Pinal”, le pedí. La obra me encantó, tengo a la Pinal muy joven, guapísima, grabada en mi memoria haciendo el papel de una mujer que se encuentra con su amante a lo largo de 20, cada año, a la misma hora. También jovencísimo Bonilla, magnífico actor desde entonces. Y ambos, qué pareja. Y qué dirección estupenda -así la recuerdo aún- de don Manolo Fábregas. Al terminar la función, me deshacía en bravos, aplaudiendo y brincando, en primera fila, emocionado de ver por primera vez en vivo a mi admirada Silvia Pinal, que a la hora de las gracias, sólo volteaba a verme con su hermosa sonrisa como diciendo y este chamaquito qué. Tenía 14 años.
Cómo admiraba yo a la Pinal, me gustaba su gracia, su belleza, su voz me embelesaba, hablada y cantada. Ya entrado a la pubertad vi en el periódico que se estrenaba una película sólo para adultos, en el Cine Majestic, frente a la Alameda de Santa María la Ribera, que quedaba muy cerca de mi casa, pues vivíamos en una vieja casona del siglo XIX que nos rentaba el actor Guillermo Argüelles, hermano de Hugo Argüelles, el dramaturgo, con quien haría, en mi madurez, una muy cálida amistad. La película se llamaba Las mariposas disecadas y se trataba de una escritora que se enamoraba de un joven estudiante y… había escenas de sexo y hasta un desnudo de la diva con un joven actor, de nombre Ricardo Noriega y… Mi pubertad latía. Convencí a mi abuelita Susana de que me llevara, sin decirle nada más que era una película nueva de la Pinal, pues, como sabía de mi admiración por ella, no se opondría. Pero era clasificación “sólo adultos”. Cuando llegamos a la taquilla, el letrerote decía: “Sólo adultos”, pero mi abue me dijo, muy cómplice: “cuando esté dando los boletos en la entrada, te metes corriendo”. Así lo hice. Y no pasó nada. Nos sentamos a ver la película. Yo disfrutando a mi idolatrada Silvia Pinal, ¡qué guapa, qué hermosa mujer! Y pues bueno, la primera parte de la historia, la entendí, la mujer madura que se enamoraba del joven y lo mata cuando éste quiere abandonarla; pero la segunda parte, después que la mujer mataba al joven y lo guardaba disecado en un cuarto, ya no la entendí, porque la escritora entonces, atraía a un niño muy pequeño, y terminaba matándolo, disecándolo también y luego ella hacía “cosas raras” en su cama antes de dormirse. Mi abuelita, al acabar la película sólo me dijo: “Anormal, era una mujer anormal”, yo no entendía nada de nada. Apenas iba a entrar a la secundaria y era todo ingenuidad. Para mí Las mariposas disecadas era la historia de una escritora que se volvía loca de amor por un joven y lo mataba, y como consecuencia, mataba al niño, luego de besarlo en la boca. La película se me quedó grabada y con ella, la música de Carlos Jiménez Mabarak, ¡nada menos! Al paso del tiempo, volví a ver la película, muchos, muchos años después, y me quedé pasmado: es la historia de una pedófila, por eso seduce al niño en la segunda parte del filme, lo asesina y lo diseca, y la escena de la cama es una perturbadora masturbación, después del asesinato; bueno, en realidad, no sólo pedófila, sino asesina serial. Arriesgada la Pinal, retadora a la moral al uso, pues no era un papel que hubieran aceptado otras actrices de su época. Pero ya había hecho la trilogía de Buñuel, ya se había desnudado en Simón del desierto, aunque, claro, de eso yo ni por enterado. Estaba cumpliendo 15 años.
Luego, ese mismo 1978 vino el estreno de Divinas palabras, que se vio rodeada de una fuerte publicidad en los periódicos y que decían, era el regreso de Silvia Pinal con toda la audacia de que era capaz. La acompañaban actores que yo admiraba ya mucho por la tele: Rita Macedo, Guillermo Orea, Martha Zavaleta…, el galán era Mario Almada. Yo la tenía que ver y, además, se anunciaba ¡otro desnudo de la Pinal! Mi abue no quiso acompañarme, pero me dio permiso de ir solo al cine. No entendí la película, presentaba un formato lleno de telas, trapos, suciedad, bajeza; sólo se alcanzaba a intuir que la Mari Gaila, el personaje de Silvia, era una mujer que derrochaba calentura y sensualidad, y seducía a Almada (o éste a ella); la película presenta un trío sexual entre Almada, Zavaleta y ella…, la Mari Gaila, era apedreada por el pueblo que la escarnecía desnudándola en la plaza. La belleza de Silvia era incuestionable, su fuerza dramática también, pero no se entendía la película. Aún ahora hay que ponerle mucha atención para comprender tanto los diálogos como las acciones y las secuencias. Divinas palabras, la obra magna del esperpento creada por Ramón de Valle Inclán, fue dirigida por Juan Ibáñez que la había hecho en teatro con gran éxito, pero al trasladarla al cine logró, más que un esperpento valleinclanesco, un pastiche inenarrable.
A los 16 años empecé a estudiar dramaturgia en el taller de Emilio Carballido y, claro, mis ejercicios provenían de las experiencias con aquellas películas de la Pinal. Pasó el tiempo, entré a la preparatoria, luego a la Facultad de Filosofía y Letras, y por azares del destino, me hice periodista, comencé a colaborar en Unomásuno a finales de 1982, y una de las primeras entrevistas que me propuse hacer fue a Silvia Pinal, a quien fui a buscar directamente a su oficina en Televisa San Ángel, en 1983, cuando estaba montando La señorita de Tacna de Mario Vargas Llosa, en una actuación espléndida. Fue una entrevista que viví en carne propia, porque por primera vez estaba yo frente a mi adorada Silvia Pinal, que me habló de la obra; e hizo referencia a unos “Picasitos” (en esa época se había montado una exposición muy famosa llamado Los picassos de Picasso) que le habían “regalado” y ocupaban las paredes de su oficina; y obvio, también me habló de Buñuel. ¿Cómo llegué a ella? Sólo dije en la recepción de Televisa San Ángel: “Vengo a entrevistar a la señora Pinal, avísenle por favor”. Y le avisaron. Dijo: “que pase”, y pasé. Me presenté con ella. “Vengo a entrevistarla, buenos días” y prendí mi grabadora. La entrevista se publicó en Unomásuno.
Luego vino mi época de crítico a mediados de los 80 y comencé a ver todo lo que hacía en teatro. Admiraba su capacidad dancística y vocal, cantaba y bailaba como la mejor, pero había algo en la mayoría de sus propuestas escénicas que me dejaba insatisfecho, un cariz demasiado comercial, demasiado prefabricado, complaciente y sin embargo, era Silvia, la única, la Pinal.
Sus programas emblemáticos del serial Mujer, casos de la vida real, creo que fueron injustamente tratados por la crítica. A la vista de nuestro tiempo, son programas de buena factura, dramática o melodramática, pero que incentivaban una necesidad de denuncia social y de reflexión en muchos órdenes morales, sexuales, de debate político incluso… Fue en ese programa donde Silvia Pinal dio voz por primera vez a temas como la homosexualidad, en una época en que era tabú hacerlo en televisión; el advenimiento del sida no la dejó indiferente, también lo tocó. Muchas veces con mejores intenciones que información científica, pero se atrevía a remover la conciencia de los televidentes y de las instituciones de salud y de justicia. Lo hacía; mientras muchos productores guardaban un oportuno u oportunista silencio, Silvia Pinal ponía el dedo en la llaga, como lo hizo al exponer el tema transgénero que llevó al popular travesti Francis a contar su historia en el programa. Pero el aborto, la pedofilia, la violación, el secuestro, la trata de infantes, la trata de personas, la droga y el narcomenudeo, el abandono y la violencia para con los adultos mayores…No hubo tema que no tocara Mujer, casos de la vida real, convirtiendo a Silvia Pinal en una socióloga de la pantalla casera, levantando ámpula cada vez que una emisión se transmitía y haciendo un loable servicio comunitario a través de la televisión. De ahí su éxito popular que durara de 1986 hasta el 2007. Amén de ello, el programa fue una constante fuente de trabajo para actores e incluso directores. La generosidad de Silvia Pinal para con su gremio, en ese sentido, es y será reconocida siempre.
En 2007, invitado por Humberto Zurita, entonces Presidente de la Asociación Nacional de Intérpretes (ANDI), para escribir el libro conmemorativo de los 50 años de dicha institución, tuve el enorme placer de volver a entrevistar a Silvia Pinal. Por desgracia y debido a grillas intestinas que siempre hay en esas agrupaciones, la entrevista no apareció en el libro, pero sí en una revista para la que publicaba entonces, y donde da cuenta de su valor como mujer para enfrentarse a “Un imperio de hombres” y en suma, su labor como legisladora y su experiencia en la política.
Su bioserie, Silvia Pinal frente a ti, es un gran testimonio de vida, de una época, de la historia misma de nuestro país, y es también, un conmovedor ejemplo inspiracional.
Ante su muerte, el pasado 28 de noviembre, he revivido a Silvia Pinal en mi memoria, he vuelto a recordar la delicia que es como actriz en El inocente, al lado de Pedro Infante, la película que más me gusta y disfruto de ella. He vuelto a admirar su entereza, su valor de mujer creadora, de artista de su tiempo en Viridiana, El ángel exterminador y Simón del desierto. A recordar su participación especial en Pubis angelical, la versión fílmica de la novela homónima de Manuel Puig.
Como yo, muchos llevarán a una Silvia Pinal en su vida, como mexicanos tuvimos una gran Diva, la Diva de México. Ahora que ella ha surcado hacia otros confines no terrenos, tenemos que valorarla en toda la magnitud de lo que hizo por el arte y la cultura de México, y evocarla con amor, con admiración, con gratitud e, indudablemente, con nostalgia. Viva siempre Silvia Pinal en nuestra memoria.