La palabra "empatía" proviene del griego "empatheia", formada por "en", y "pathos", que se traduce como "sentimiento" o "sufrimiento".

La empatía implica sentir dentro de uno mismo las emociones del otro. De acuerdo con la RAE: la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.”

Con la misma raíz encontramos también la simpatía (Inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua) y la antipatía (Sentimiento de aversión que, en mayor o menor grado, se experimenta hacia alguna persona).

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Grabado anónimo de 1876 que representa el fuego ocurrido durante la guerra entre Cleopatra y su hermano Ptolomeo, una conflagración que habría consumido parte de la Biblioteca en el año 47 a.C./ National Geographic
Grabado anónimo de 1876 que representa el fuego ocurrido durante la guerra entre Cleopatra y su hermano Ptolomeo, una conflagración que habría consumido parte de la Biblioteca en el año 47 a.C./ National Geographic

La empatía no es poca cosa. Es una capacidad fundamental para aprender a vivir en sociedad. El problema es que el ser humano siempre ha tenido miedo al otro, al que se ve diferente o piensa diferente, sobre todo si cree en un Dios diferente.

A lo largo de la historia de la humanidad, desde la época de las cavernas, nos hemos propuesto exterminar a quien es diferente a nosotros, debido a una notoria incapacidad de empatía. En la evolución humana, el Homo Sapiens llegó a convivir con el Homo Neanderthalensis, una forma más primitiva de humano, hace aproximadamente 35,000 años. Pero el Neanderthal no se extinguió por sí solo, sino que fue exterminado por el Homo Sapiens.

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Dice la eminente escritora Margaret Atwood que “Espero que las personas finalmente lleguen a reconocer que solo hay una raza -la raza humana- y que todos formamos parte de ella.” Todavía estamos lejos de ello.

Otra maravillosa autora, Irene Vallejo, nos cuenta en su magnífica obra “El Infinito en un Junco”, sobre la conquista de Alejandría, en la que se encontraba aquella fantástica biblioteca, en el año 642, por parte del comandante árabe Amr ibn al-As. Amr llega a conocer el esplendor de aquella biblioteca y le pide instrucciones al califa Omar, segundo sucesor de Mahoma, sobre qué hacer con ella.

La respuesta de Omar: “Por lo que se refiere a los libros en la biblioteca, he aquí mi respuesta: si su contendido coincide con el Corán, son superfluos, y, si no, son sacrílegos. Procede y destrúyelos.”

En ese entonces solo se destruyeron libros, pero, como escribió magistralmente Heinrich Heine: “Ahí donde se queman libros, se terminarán por quemar también seres humanos.” Y así ha sido, a lo largo de la historia.

Luego, en el Siglo XI, vinieron las cruzadas, una horrenda guerra entre cristianos y musulmanes que duró siglos y que causó, de acuerdo con historiadores, entre uno y tres millones de muertos. Todo porque creemos en dioses diferentes. Y estas guerras continúan hasta la fecha, aunque ya no tienen el nombre de cruzadas.

Probablemente la mayoría de mis lectores en esta región del mundo sean cristianos. Puedo asegurar que es por completo falso que el islam sea una religión basada en el odio. El islam es una religión igual de amorosa que el cristianismo, solo que en ambos casos hay extremistas que desvirtúan las escrituras con el ánimo de enfrentarse al otro y exterminarlo. Por miedo al otro.

En la Edad Media, la inquisición. El miedo al otro. Todo aquel que fuera diferente, sobre todo mujeres que se atrevían a cuestionar el statu quo y a expresar su opinión, fueron sentenciadas como brujas y quemadas en la hoguera.

Segunda Guerra Mundial: los judíos fueron considerados una raza inferior y tratados como animales. En esos años era imprescindible conservar su cartilla de “pureza de raza”, so pena de terminar en un campo de concentración. Aunque suene increíble, eso existía. Yo las he visto.

Desde entonces, tantas otras guerras de odio racial, fundamentadas en el miedo al otro, al diferente. El odio y la agresión en contra de los migrantes en Estados Unidos, en Europa, y ahora también en México. ¿Qué le ha pasado a la humanidad, que ha sido capaz de semejantes atrocidades? Pienso que un elemento, entre otras causales psicosociales, ha sido la falta de empatía.

Ya sabemos de la importancia de la lectura, sobre todo la lectura profunda, para establecer nuevas redes neuronales y ampliar nuestra capacidad cognitiva, sabemos de su relevancia para desarrollar el pensamiento crítico, pero adicionalmente, es indispensable para enriquecer nuestra competencia para la empatía.

Así lo han señalado diversos autores. Entre ellos, la neurocientífica Maryanne Wolf, quien nos dice lo siguiente en su libro “Lector, vuelve a casa: Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas”, publicado por Deusto, un sello de Editorial Planeta:

“El acto de adoptar la perspectiva y los sentimientos de los demás es una de las contribuciones más profundas, aunque insuficientemente difundidas, del proceso de lectura profunda.”

“Acogemos al otro como un huésped en nuestro interior y, a veces, nos convertimos en él. Por un instante nos alejamos de nosotros mismos; y al regresar, a veces expandidos y fortalecidos, hemos cambiado, tanto intelectual como emocionalmente.”

A eso se le llama empatía, y necesitamos más de ella. En un mundo tan convulso, agobiado por conflictos insensatos y guerras fratricidas, alimentadas por el miedo al otro, necesitamos leer más.

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